CESAR GARCÍA
Esta es la expresi
ón que más se oye en las competiciones deportivas
infantiles a lo largo y ancho de Norteamérica. Especialmente los sábados
por la mañana, que es cuando el fútbol se convierte en el centro de la
vida.
El good job que literalmente significa buen
trabajo puede oírse unas 250 o 300 veces por partido, partidos que
suelen durar alrededor de los 50 minutos. Lo dice el padre, la madre,
los abuelos y los entrenadores, por supuesto, ya que si no, serían
seriamente cuestionados.
Da lo mismo que el niño o la niña no
acierte a pegar a la pelota, le dé para atrás, la mande a tomar vientos
de un patadón o al portero se le escurra entre las manos. Es la
intención, el derroche de energía, aunque sea mínimo, lo que cuenta.
Pero nadie se engaña, incluso los niños saben que se trata de una representación colectiva.
Los
chavales parecen futbolistas con sus trajes pagados por patrocinadores,
sus botas de fútbol reglamentarias, sus espinilleras, aunque los
partidos sean de guante blanco, su cantimplora de agua en las rotaciones
y sus barritas energéticas durante o después de los partidos. Muchos de
ellos recibirán una medalla o un trofeo cuando termine la competición.
Los
padres no pierden la ocasión de mostrar públicamente el amor que
sienten por sus hijos a los que animan, toman fotos y filman las
evoluciones sin tregua.
Es la cultura del refuerzo positivo, de la
autoestima, en la que el orgullo personal no se basa tanto en el
aprecio del mérito como en la generación de autoconfianza. A los niños
se les enseña que uno es especial si se siente especial y le hacen
sentir especial, no necesariamente porque haga cosas especiales. Y este
movimiento, yo diría mundial, a juzgar por las cosas que veo cuando voy a
España, ha tenido su matriz en Estados Unidos, para que luego digan que
el imperio americano está declinando en cuanto a ideas.
Estados
Unidos no ha dejado de ser el país más meritocrático del mundo. Sin
embargo, hoy en día, esta meritocracia se combina con una cultura
paralela que sugiere que el mérito más importante de todos, el que le
puede hacer a uno la vida más fácil cuando se haga mayor, es sentir que
lo que hace tiene mérito, es importante aunque no lo sea. Es el mérito
que tiene sentirse meritorio, especial, sabiendo prescindir
convenientemente de la sustancia, algo que no está al alcance de todos,
ya que en cualquier momento nos da un bajón y empezamos a vernos como lo
que somos, seres normales.
En este nuevo mundo, contar los goles
a favor o en contra, ganar al contrario, está proscrito a pesar de que
los padres compiten entre ellos a todas horas por demostrar a los otros
que sus hijos viven las mejores experiencias, van al mejor colegio,
tienen las mejores vacaciones y llevan las mejores mochilas.
Si yo fuera un niño estaría confuso. Demasiados mensajes contradictorios.
A veces pienso que los padres estarían mucho mejor quietos y callados
THE HUFFINGTON POST, Jueves 30 de octubre de 2014
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