CARLOTA FOMINAYA
Los niños no vienen con un manual de instrucciones, pero si
con muchos libros que pueden orientar a los padres en la ardua labor de
educar a un hijo. Uno de ellos es «Queremos hijos felices»,
escrito por la psicóloga Álava Reyes, directora del área infantil en el
Centro de Psicología Álava Reyes y coatotra de la enciclopedia «La psicología que nos ayuda a vivir».
Esta obra ofrece las claves para afrontar la educación de nuestros
hijos sin gritos, llantos y sin el desgaste emocional tantas veces
sufrido por padres y niños. En sus páginas se recoge, en orden
cronológico, las situaciones a las que se enfrentan los padres desde el
nacimiento del bebé hasta los seis años, una etapa a su juicio
«fundamental», porque es «cuando el cerebro es más pástico y cuando
mejor se puede estimular al niño tanto a nivel cognitivo, como también
emocional. Si lo hacemos bien en estos primeros años, luego va a ser mucho más fácil cuando sean más mayores, por eso este momento es vital».
—¿Hay alguna característica en común en los padres de esta generación que ustedes hayan detectado en consulta?
—Yo creo que hay una cosa qsue se ven prácticamente en el
día a día de la consulta. Y es el sentimiento de culpabilidad de los
padres. Culpables porque tienen que trabajar, y culpables porque no les
da tiempo a estar con sus hijos todo el tiempo que les gustaría. ¿Qué es
lo que pasa? Que este sentimiento de culpabilidad les lleva a que les
sea mucho más difícil decir que no. Su diálogo interno es: «Hay pobre...
si estoy tan poco con él, que cómo le voy a decir que no», cuando en
realidad, le están haciendo un flaco favor.
—¿Qué
pueden hacer estos padres, tan preparados para afrontar con éxito su
vida profesional, y con tan pocos recursos para educar?
—Tienen que aprender a perdonarse. Es fundamental que las
madres sean objetivas y realistas. Y no cargarse de más cosas de las
necesarias. Me refiero a las frases del tipo «debería»: «Debería hacer
deporte, llegar antes a casa, hacer un pastel para lucirme...». Debemos
elegir que cosas que queremos hacer. Hay veces que nos estamos cargando
con más tareas de las que verdaderamente nos corresponden. Hay que
pedir ayuda, lo que no significa ser menos o que «yo no puedo» y es una
derrota, sino que en determinados momentos nos pueden ayudar, el padre,
los abuelos... No dejemos de pedir ayuda. Y no nos sintamos culpables.
La culpabilidad nos quita fuerzas, energías, para afrontar el día a día y
nos hace cometer más errores.
—Según su libro, otra error muy común que cometen los padres de hoy es la sobreprotección.
—Con la sobreprotección no dejamos al niño que se
desarrolle de forma autónoma e independiente, porque siempre nos tendrá
detrás. Cuando los niños tienen unos padres con un modelo educativo
basado en la sobreprotección, desarrollan menos competencias
emocionales, menos habilidades sociales, y son más inseguros. Porque en
el momento de aprender a resolver sus problemas no se lo hemos
permitido. Ese niño no ha aprendido a tolerar la frustación.
—Usted aboga por el refuerzo positivo, en lugar de por el castigo pero, alguna vez habremos de castigar...
—Es que está más que demostrado que los niños funcionan
mucho mejor con el refuerzo que con el castigo. Son mucho más efectivos
cuando tienen atención de forma positiva, y les dices lo bien que han
hecho algo, lo contentos que estamos... En lugar de darles más atención
cuando lo hacen mal y regañarles. Hay veces que el aprendizaje al que se
enfrentan es muy difícil, y es mejor centrarse en cada pequeño paso que
dan, mediante el refuerzo. Y tampoco esperar a que lo hayan conseguido
de forma perfecta, porque si no, se pueden desmotivar en el camino.
—A
veces el no cortar a tiempo nos lleva a los adultos a perder los
papeles y a decir cosas de las que luego nos arrepentimos un montón.
¿Cuáles son las frases que no debería escuchar nunca un niño?
—Nunca, nunca jamás debemos
decirles frases como «eres tonto», «eres malo», «eres un vago», «no me
das más que disgustos, con lo bien que estaba yo sin hijos», «te vas a
quedar solito», «ya no te quiero», «no tengo tiempo para tus tonterías»,
«no pareces de esta familia», «menos mal que tu hermano se porta
bien»... etc. ¡Cuidado!, porque jugar con los afectos no está en la
negociación, y suele minar de una forma terrible la autoestima de los
niños. Al etiquetar lo que ocurre es que estamos proyectando un «como
eres así...» (un vago,
un tonto...) le estamos enviando el mensaje de que no puede hacer nada
por cambiarlo. El propio padre, a través de su lenguaje, de su forma de
dirigirse al niño, le está condicionando. En español tenemos dos verbos,
el ser y el estar. Esto nos ofrece la posibilidad de decir «te estás
portando mal, en lugar de «eres malo»; «hoy has vagueado y no has hecho
los deberes», en lugar de «eres un vago»... El lenguaje es muy
importante.
—Pero
también señala usted en «Queremos hijos felices» que es importante
saber que los niños aprenden más porque lo que ven que por la que oyen.
¿El chirimiri en casa?
—Los niños tienen una capacidad de observación muy grande.
Cuidado con lo que hacemos, nos pillan en todos los renuncios, y son
especialmente sensibles a lo de «te digo una cosa y luego hago la otra».
¡Hay que ser congruentes! La principal fuente de aprendizaje del niño
es el modelado, es decir, copian a sus figuras de referencia, que suelen
ser el padre y la madre, y hermanos mayores.
—Escribe usted que otro grave error que cometen los padres de hoy en día es el de jugar a «poli bueno, poli malo».
—Los niños necesitan ver que sus padres educan en la misma
línea. Por eso mi consejo es que los padres se sienten a hablar de sus
hijos, que se paren a pautar cuáles son las normas y las estrategias que
van a seguir. Que las normas estén definidas puede ayudares mucho a
este proceso, y también a los niños porque les será más fácil
interiorizarlas.
—¿Cuál es el mejor consejo que ofrecería a padres con niños en plena pataleta de los dos años?
—Es una de las cosas que más trabajamos en nuestro libro.
Que los adultos dejen de hacer caso al niño. Que este no vea que cuando
tiene la pataleta obtiene más minutos de atención. Si el pesqueño deja
de ver a sus padres, se va a calmar mucho antes.
—Su último capítulo advierte que no podemos perder de vista la educación en valores.
—Es importante enseñar valores mediante el ejemplo. Aquí si
que está clarísimo que no se puede dar una clase teórica de cada valor,
sino que los valores se transmiten con los valores de los padres, y con
los hechos y acciones de los padres, por modelado.
—Los padres de ahora, ¿lo tienen más difícil?
—Si, por varias razones, por sus trabajos, porque los dos
están fuera de casa todo el día, porque tienen ese sentimeinto de
culpabilidad, y porque la sociedad de ahora ejerce muchísima más presión
sobre ellos que la de antes. A esto se añade ahora la presión de la
sociedad de consumo sobre los niños, que es impresionante, y antes no lo
había, por ejemplo, a través del montón de anuncios dirigidos a niños
con las cosas que tienen que tener. Los padres se encuentran con que no
pueden satisfacer todas las necesidades que la sociedad les genera. Los
niños tienen que aprender a valorar lo que tienen. Cuantas más cosas les demos a los niños más insatisfechos estarán
porque estarán fijándose más en lo que no tienen, que en lo que tienen.
Esta presión en la generación anterior de los padres de antes no
existía, no la sufrían. Si los padres conseguimos que valoren todas las
cosas que tienen podemos conseguir que sean más felices...
ABC, Jueves 23 de octubre de 2014
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