Los expertos han lanzado una voz de alerta: tomar demasiados
alimentos proteicos en los primeros años de la vida favorece el
sobrepeso y el adelanto de la pubertad.
“No comas tanto pan, Luisita. Acábate el filete por lo menos”. Si la
niña se deja el pan, la lechuga o el arroz, a su madre no le preocupa
tanto, pero la carne... Como ella, muchos creemos que las
proteínas animales son lo que más alimenta y, por eso, algo que no puede faltar en la comida y en la cena. ¿Pero es cierto?
Al parecer, no solo es un mito, sino que un abuso de este tipo de nutrientes puede tener efectos perjudiciales. Como nos explica el nutricionista Julio Basulto, “a los niños europeos les sobra proteína (la
carne y el
pescado
son las principales fuentes de proteína) y este exceso no es “moco de
pavo”. Aquello de “carne para comer y pescado para cenar”, más que
sabiduría popular, es ignorancia popular”.
La importancia de la pirámide de los alimentos
En este sentido, Basulto nos recuerda la famosa
pirámide de los alimentos: “debemos
comer más de lo que hay en la base, es decir, productos de origen
vegetal (frutas, hortalizas, frutos secos, legumbres, cereales
preferentemente integrales) y menos de los que hay en la cima, es decir,
alimentos origen animal (pescados, lácteos, huevos y cárnicos)”. Si
hablamos de cifras, en la misma línea, la OMS aconseja que la energía
procedente de proteínas no supere el 15% de las calorías totales en la
dieta infantil.
Así que, siguiendo estas recomendaciones, quizá sería mejor que Luisita le pusiera más atención al
arroz y a
la ensalada, aunque solo comiera dos o tres trozos de filete. Pero nos
hemos acostumbrado a ver la carne o el pescado como alimento principal y
la guarnición (patatas, arroz, ensalada...) como un mero accesorio casi
para adornar el plato, cuando debería ser al revés.
¿Cuánta cantidad de proteínas es la ideal?
No se trata de eliminar la
proteínas,
fundamentales para que los pequeños crezcan sanos, sino de ofrecérselas
en su justa medida. Por ejemplo, con 3 años, un niño tendría más que
suficiente con 30 g de proteínas al día. Pero llega la hora de la
merienda y Luisita se toma un yogur, quesito o un poco jamón de york con
un vaso de leche, es decir, más proteínas animales. Si hacemos la
cuenta, al final del día, habrá consumido mucha más cantidad de la
necesaria y, con ello, habrá perdido la oportunidad de comer alimentos
más indicados para merendar, como las frutas o los frutos secos.
Como le pasa a Luisita, la dieta de muchos pequeños de 1 a 3 años está saturada de proteínas, según alertan varios estudios recientes. El
de Ansalma 2.0, publicado en 2013 y realizado con la información
recogida por más de 200 pediatras en España, asegura que el 95% de los
niños españoles ingiere cuatro veces más proteínas de las recomendadas. Y
una investigación de la Universidad de Umea, en Suecia, ha demostrado
que un exceso de proteínas en los dos primeros años de edad está
directamente relacionado con el riesgo de padecer
sobrepeso.
Además, su alto consumo acelera la velocidad de crecimiento, un
fenómeno relacionado con la pubertad precoz y, de nuevo, con la
obesidad.
Sin embargo, el endocrino y experto en nutrición David Mariscal nos recuerda que “en ningún caso debemos demonizar el consumo de proteínas”,
imprescidibles en la dieta infantil. “Contienen carbono, hidrógeno y
oxígeno, como los hidratos de carbono y las grasas, pero también
nitrógeno y, a menudo, azufre. Estas sustancias nitrogenadas les
confieren una cualidad especial, que es la de ser útiles para el
crecimiento y sobretodo en la reparación de los tejidos. Además, sirven
para el reemplazo de tejidos desgastados o dañados, ayudan en la
fabricación de enzimas y forman parte de ciertas hormonas sin las cuales
no podríamos vivir”, explica Mariscal. Su consejo es, eso sí,
“variar mucho más la alimentación. No sólo de la proteína de la carne
vive el hombre, ni los niños. El pescado, las legumbres, los cereales,
las verduras y vegetales , son grandes alternativas”.
Y es que, aunque solemos asociar la proteína con un buen bistec, no
es los alimentos de origen animal no son la única fuente ni la más sana.
Las proteínas animales están en los lácteos (leche, yogur, queso), en carnes y productos derivados, en el pescado y los huevos. Pero
las de origen vegetal podemos buscarlas en cereales, legumbres y frutos
secos, y son más recomendables porque no tienen tanto sodio, grasas
saturadas, colesterol y exceso de calorías. Para aprovechar al máximo la
combinación de las proteínas vegetales y sus aminoácidos, los expertos
recomiendan mezclar siempre los cereales (pasta, cuscus, quinoa, arroz,
pan) con frutos secos (nueces, piñones, almendras, cacahuetes...) o con
legumbres (guisantes, lentejas, garbanzos, judías...).
En el mismo sentido, Basulto afirma en su libro Se me hace bola
que “comer carne o pescado no es malo”, aunque “su consumo no puede
ser, en absoluto, mayor que el de alimentos vegetales. Así que deja de
leer, pela una zanahoria, córtala en tiras y ponla en un plato bonito en
el comedor. ¿Se las comerá tu hijo de dos años? Ni en sueños. Te las
comerás tú sin darte cuenta. Y ahí estarás nutriendo a tu hijo: con el
ejemplo cotidiano”.
Cuestión de cantidad
Según
la OMS, cuando más proteínas necesitamos es en el primer semestre de
vida, en que el bebé debería consumir 2,2 gramos por kilo de peso al día
(una cifra suplida de maravilla con la leche materna o de fórmula).
Entre 1 y 3 años, las necesidades diarias bajan a una media de 1 gramo
de proteínas por kilo. Y no suben con la edad, sino al revés, porque una
dieta adulta saludable tiene suficiente con 0,8 g de proteína por kilo
al día.
Para que nos hagamos una idea, un niño que pese 10 kilos necesita 10
gramos de proteínas al día y dos vasos de leche (unos 400 ml) aportan 12
gramos.
Un huevo incluye unos 4 g de proteínas; 100 g de pasta, unos 12 g;
100 g de carne o pescado, 20 g; una loncha de jamón york, 4,5 g, y 100 g
de lentejas con arroz, 30 g.
Peligros del exceso
Las proteínas son indispensables para que nuestros hijos crezcan sanos. Sin embargo, consumir más de la cuenta tiene sus riesgos:
- Las grasas saturadas, el colesterol y el sodio de las proteínas de origen aninal incrementan el riesgo de sufrir obesidad, hipertensión y problemas cardiovasculares, metabólicos y renales.
- Dan más trabajo al hígado y los riñones, órganos que todavía no están desarrollados del todo en los bebés.
- Lo que sobra, se transforma en grasa y fomenta el sobrepeso.
- El fósforo que contienen dificulta la absorción del calcio.
¿Carne o pescado?
“Comer
dos raciones de pescado a la semana es perfectamente compatible con una
dieta saludable, pero transmitir el mensaje de “cuanto más pescado,
mejor” no es adecuado. Los beneficios asociados al consumo de
pescado se producen, según los expertos, porque quien toma pescado no
toma carne, y abusar de la carne aumenta el riesgo de padecer numerosas
enfermedades, además de sufrir obesidad en el futuro”, apunta Julio
Basulto en su libro Se me hace bola. Según este nutricionista, en
España tomamos demasiada carne, pero sustituirla por el pescado tampoco
es la solución, pues podría desplazar “el consumo de alimentos que nos
protegen de forma clara de las enfermedades crónicas, los de origen
vegetal”.
Por: Laura G. De Rivera
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