JAIME G. TRECEÑO
«El otro día me contaba una madre que su hija no quería ni cenar de lo metida que estaba en su tarea con la tableta»,
comenta en clase con cierto tono de orgullo y satisfacción Nacho, uno
de los profesores de matemáticas del colegio público El Cantizal de Las
Rozas, que ha decidido este curso cambiar los libros por dispositivos
electrónicos. Se trata de un centro situado en una zona residencial de
la localidad que, desde luego, nadie aseguraría que está sostenido con
fondos públicos.
Y la cosa es que los chavales están desarrollando las tareas con un
instrumento que ya parece una extensión de sí mismos, pero es que,
además, a los padres también se les da una alegría al bolsillo. «El gasto en libros por alumnos oscila entre los 250 y los 300 euros. Ahora,
con el uso digital de los manuales la cifra oscila entre los 50 y los
70 euros», precisa Aida Fernández, el cerebro tecnológico del centro.
Aida es profesora de inglés y coordinadora de Tecnología de la
Información y Comunicación del colegio. Explica con entusiasmo en el
inmenso comedor del centro cómo funciona el sistema. Cada profesor tiene
libertad para establecer el manual más adecuado para dar clase.
«Intentamos hacerlo directamente con las editoriales, pero nos exigían una conexión 'on line' permanente y en el colegio eso no es posible».
Finalmente, dieron con la plataforma D-Link E-Learning, que fue la
que colmó sus aspiraciones. La empresa ha desarrollado una plataforma
digital que los chavales se descargan en forma de aplicación. «Cada chaval tiene su propia contraseña con la que accede a su propia zona de trabajo»,
explica. Allí tiene todos los manuales descargados para los que el
colegio ha tenido que pedir su correspondiente licencia, los deberes que
le ponen sus profesores, la información diaria de su comportamiento...
«Cada alumno puede introducir su aplicación con su contraseña en cuatro dispositivos diferentes. Por lo tanto, el padre puede ver desde su puesto de trabajo cómo estudia su chaval, si
se ha portado bien, si la profesora le ha dado positivos o negativos...
Además, esta herramienta nos permite a los profesores hacer un
seguimiento y una atención mas personal del alumno», asegura.
Dispositivos
El único problema que ve Aida Fernández es que los archivos virtuales de los manuales se cancelan al final de curso. Es decir, que cada ejercicio hay que volver a descargarlo, por lo que no valdrían para otro hermano, por ejemplo.
El uso de la plataforma digital es 'off line', es decir que no se
hace a través de internet. A comienzo de curso el centro evaluó los
dispositivos que había en el mercado para proponer a los alumnos que no tenían tableta la mejor relación calidad-precio.
Se decantaron por dos con un precio en el mercado de 200 euros. Ha de
tener un desarrollo tecnológico y capacidad mínima para que, al menos,
pueda durar cuatro años. Los que ya tengan tableta en casa con esas
características técnicas no tienen que hacer el gasto. Eso sí,
independientemente del modelo de dispositivo electrónico que use cada
alumno, el sistema operativo tiene que ser Android.
¿Pero y qué pasa si uno a uno de los chavales con conexión a la Red le da por perderse por los cerros de Úbeda? Pues que si le pilla la profesora es penalizado.
Normas de uso
«El uso de la tableta tiene normas. Todos los alumnos tienen la
obligación de actualizar y recargar el dispositivo nada más llegar a
casa. Además, en clase, se usa cuando el profesor lo dice. En ese
momento, se saca de la mochila y se pone sobre la mesa para empezar a
trabajar. Hay que crear rutinas», asegura. De hecho, tanto el alumno como sus padres tienen que firmar un compromiso de uso adecuado de la tableta.
Y es que el uso de la tableta no significa que los chavales no cojan un bolígrafo. «Intercalamos los trabajos en papel con la tableta.
No es excluyente. Tomamos lo mejor de ambos mundos. ¿Por qué vamos a
priorizar uno sobre otro?», se pregunta. De las ventajas del centro da
buena cuenta la incorporación que han hecho de las nuevas tecnologías.
Por ejemplo, hace tiempo que tienen implantado el uso de la pizarra
electrónica.
A la vez que el docente ordena a los alumnos que vayan haciendo un ejercicio, va corrigiéndolo en la imagen que dibuja un proyector en la pared con un simple golpe de dedo. Es decir, que convierte el muro en un dispositivo táctil.
Otra de las ventajas que tiene este sistema de enseñanza es que el
profesor puede ir desarrollando su propio manual. La experiencia con los
alumnos le sirve para crear un sistema de aprendizaje en una materia
concreta. «Así, también, ahorramos en papel», precisa Fernández, quien
recuerda que el centro es biosostenible.
Decisión del profesorado
De los 1.200 alumnos que tiene el colegio, más de 600 (los chavales
de quinto y sexto de Primaria y toda la Secundaria) utilizan por primera
vez esta técnica de aprendizaje. «La decisión la tomó el claustro de
profesores. Es esencial que todos los docentes estén a una y luego fue ratificada por el Consejo Escolar (en donde están representados los padres)», señala la directora del colegio, María Jesús de Miguel.
Por lo tanto, se trata de una iniciativa del propio centro que ha contado con la complicidad de los padres de los niños.
En la Comunidad de Madrid hay 30 centros públicos que ya han optado por esta forma de enseñanza y ahorro, según
precisa un portavoz de la Consejería de Educación. Si se tiene en
cuenta que en la región hay 790 colegios y 325 institutos, está claro
que el camino que le queda a la Administración pública para alcanzar el
futuro es largo y arduo.
Y es que a nadie se le escapan las diferencias que existen entre los
colegios situados en unas zonas de Madrid de los de otras, pero tampoco
hay que obviar la disponibilidad de los recursos por parte los padres y
los alumnos.
Es decir, si son capaces de sostener este cambio tecnológico y de mentalidad, y si, además, la Administración ayuda, ¿por qué no se va a hacer?
EL MUNDO, Miércoles 1 de octubre de 2014
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