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Antes muerta que ser una ‘madre helicóptero’

EVA BAILÉN
Cualquiera que se haya interesado sobre educación y psicología infantil habrá oído decir que etiquetar a los niños no es una buena idea. Cuando etiquetas a alguien, ya no puede dejar de ser lo que se le haya dicho que es: eres tonta, eres un burro, eres una princesa, eres un campeón. Es la gracia de nuestro verbo ser, no es lo mismo ser feo que estar feo. Si eres feo, ya no tienes remedio.
Lo que me descoloca del todo es que cuando quiero ser una buena madre, cuando pienso que no debo etiquetar a mis hijos, me asalta la duda de si no seré una de esas madres helicóptero. A lo mejor debería decirles claramente que son idiotas cuando no saben hacer los deberes. Si se frustran, pues no pasa nada, que aprendan a gestionar su frustración. Porque no quiero ser de ninguna manera una de “esas” madres.
No le voy a llevar la mochila al pequeño de 7 años, con sus 5 libros y sus 5 cuadernos, más el estuche, aunque pese más que él, si no será un niño blandito y cuando crezca, un adulto irresponsable. Así será un adolescente con problemas de espalda, pero que espabile y empiece a trabajar a los 16 para pagarse el fisio y la rehabilitación, ¿no? Uy, a ver si me voy a pasar y me voy a convertir en una madre tigre, de esas que llevan a sus hijos a violín y piano, les castigan si sacan menos de sobresaliente y no les dejan quedarse a dormir en casa de amigos, ni ir a fiestas de cumpleaños.
¿Y si un día sale el mayor del colegio diciendo que le acosan? Que se apañe, esas cosas han pasado toda la vida, así que aprenda a defenderse. Son cosas de críos. ¿Cómo es posible que sea tan tonto? Si eso solo le ocurre a los niños burbuja, hijos de hipermadres. ¿Y si es él el que hace bullying? Pues bueno, en ese caso se merecerá una lección ejemplar, para que sepa lo que se siente, le haré pasar por lo mismo que le haya hecho él a su víctima. Mejor ser una madre troll que una madre helicóptero, como ese papá, Burr Martin (@therealburrmartin), un auténtico troll que imita los selfies de su hija en Instagram. Buscaré todas las fotos más ridículas que tenga de él y las compartiré con el resto del mundo.
Por el grupo de Whatsapp de la clase del pequeño, unas madres claramente sobreprotectoras no paran de despotricar de un crío que pega e insulta a las niñas. Dicen que el niño hace lo que le da la gana y que no respeta a las chicas. Ya sabía yo que su madre era demasiado permisiva, se le veía venir desde los tiempos de la guardería: no ponía límites. No quiero ser como ella, yo creo que es una madre helicóptero-permisiva, así no vamos a acabar nunca con la violencia de género.
Y luego hay otro grupito que todo el día está con lo malo que es el azúcar, la liga anti-azúcar, las llamamos las demás, y dicen que si invitamos a sus niños a un cumple, que no van a ir, que nos ahorremos la molestia de invitarles siquiera, porque nuestras fiestas de cumpleaños son auténticas orgías de azúcar, que estamos drogando a los niños. Está claro que son unas madres tóxicas: no quieren a sus hijos, les están amargando la infancia. ¿Será mi hermana una madre tóxica? Últimamente está todo el día mirando si lo que compra tiene aceite de palma. Ya no compra cremas de cacao, bombones, galletas ni bollos industriales. Mis hijos no quieren ir a su casa a jugar con los primos, dicen que las meriendas no molan, que nunca tienen nocilla ni galletas de dinosaurios. 
Qué complicado es todo. Yo solo sabía que quería ser una buena madre, me habían dicho que era fácil, que tenía que seguir mis instintos. Pero a mí el instinto me dice, por ejemplo, que si mi hijo al salir de casa por la mañana con la mochila repleta de cuadernos, libros, estuche y agenda, además de llevar la flauta y la ropa de judo, se olvida el bocata, como buena madre, creo que debería llevárselo al cole. Yo recuerdo que mi madre a veces me llevaba el bocadillo a la hora del recreo y me lo daba por los barrotes, bueno, por la verja, que dicho así parece que el cole sea una cárcel. Por cierto, qué bonito era que mi madre se pasara a verme a la hora del recreo y me llevara el bocadillo recién hecho. Me encantaba.
Pero yo no lo voy a hacer, porque han puesto un cartelito ya en algún colegio avisando de que los padres tienen prohibido llevarles a sus hijos lo que se olviden en casa, y yo no quiero que me saquen los colores. O peor aún, que me digan que soy una madre helicóptero.
Ahora mismo ya no sé qué clase de madre soy. Si no soy una madre helicóptero, ¿soy una hipermadre, madre permisiva, madre troll, madre tigre, madre cuervo o madre tóxica? ¿Pero no nos habían dicho que las etiquetas son malas? ¿No podemos etiquetar a los niños, pero sí a las madres?
Creo que estoy empezando a ser una madre arrepentida. Pero no de tener hijos, no me arrepiento de eso. De lo único de lo que me arrepiento es de permitir que todas esas etiquetas me afecten, de que mermen mi confianza y se carguen mis instintos. Al final va a resultar que la culpa de que salgamos mal en PISA, de que tengamos las tasas de abandono escolar más altas de Europa, de que tengamos unas cifras de paro juvenil y de ninis escandalosas, es solo de las madres. Pero ¿de cuál de todas? ¿De las helicóptero o de las tigre?
Ya sé que soy una madre imperfecta, pero por favor, dejémoslo ahí, ya no pongamos más etiquetas negativas. Algo haremos bien las madres, digo yo. ¿O es que todos los jóvenes españoles con talento que crean start-ups no tienen madre? Y también tienen madre los niños y adolescentes honestos, generosos, que estudian, se esfuerzan, buscan un trabajo, y son honrados. Es que con tanta etiqueta negativa, parece que no queden madres normales en este país, aunque seamos imperfectas, somos sobre todo MADRES.
EL PAÍS, 26 de enero de 2017

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