Compañeros de juegos, cómplice en el que siempre se puede
confiar... Los niños toman a su padre como modelo. Construyen la
confianza en sí mismos alrededor de la admiración que le profesan. No
podemos defraudarles.
Para ser un buen padre es necesario que transmitas alegría a tu
hijo en la convivencia diaria. Ofrecer el mensaje de que lo quieres y disfrutas cuando estás junto a él.
1. Pasar (mucho) tiempo con los hijos
Las horas de comidas, cuando preparan la mochila para el cole, mientras juegan, cuando escuchamos música... Sencillamente, hay que encontrar tiempo para estar con ellos.
Aunque tengamos muchas obligaciones y estas sean muy absorbentes y
agobiantes, estar presentes en la vida de los chicos es prioritario.
No nos engañemos con eso de que no importa la cantidad de tiempo sino
la calidad; por muy buenos que seamos, quince minutos no pueden dar
mucho de sí. En cuanto a la calidad, la personalidad de los hijos se
desarrolla a partir de la relación con los
padres, de lo que reciben de ellos y de lo que aprenden a su lado. Por eso cuando estamos con los
niños, debemos estar entregados en cuerpo y alma, con ganas, no leyendo el periódico, hablando por teléfono o pensando en nuestras cosas.
2. Querer y respetar a la madre
Si el
padre no tiene relación amorosa con la
madre de sus
hijos, que al menos tenga relación amistosa. El buen trato entre los
padres es indispensable porque muestra los sentimientos que existen
entre ellos. Aunque las cosas no vayan del todo bien en la pareja o ex
pareja, en la relación entre los padres tiene que reinar el respeto.
Hay que hablar del otro y con el otro con aprecio, aún en las
discusiones y cuidar todas las facetas de la relación: amistad,
compromiso, comunicación, resolución de conflictos, corresponsabilidad o
negociación. Si esto no se logra, lo mejor es buscar ayuda. La relación
entre los padres crea una atmósfera en la que el niño crece y va
formando su identidad. No es lo mismo que haya confianza y armonía entre
los padres a que
papá y
mamá se contradigan y descalifiquen entre sí.
3. Ser un buen ejemplo
Los
hijos se fijan en el padre. Cuántas veces hemos dicho o escuchado de
alguien: «En esto sale al padre», «eso lo sacó del padre» o «de tal
palo, tal astilla». Juan Manuel Serrat dice en la canción Esos locos bajitos:
«Esos que se menean con nuestros gestos» y que «cargan con nuestros
dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir». Los padres son sus modelos,
los chicos copian de ellos modos de ser, de afrontar y resolver, de
relacionarse con las cosas, con los demás y consigo mismos. Así, muchas
veces nos muestran nuestros propios defectos. Si al verlos, en lugar de
enfadarnos, intentamos corregirnos y
educar con
el ejemplo, les enseñaremos a corregirse y mejoraremos nosotros también.
Saberse un modelo y tratar de estar a la altura en la que nos ponen los
hijos es muy educativo para todos.
4. Estar a las duras y a las maduras
Los
niños necesitan a su papá en todo momento y para muchísimas cosas. Lo
necesitan para que les arrope, les ayude a trepar más alto, a dejar los
pañales o a
hacer los deberes.
Un padre ayuda a crecer. Por eso es necesario que papá diga tanto «sí» como «no»,
él tiene que saber conjugar mimos y límites. A veces, los padres,
conscientes de que pasan poco tiempo con los hijos, priorizan una faceta
y se convierten en papás que solo juegan o miman y desatienden los
conflictos o, por el contrario, en papás ogros que solo saben reprender
como si vivieran enfadados. O se interesan nada más por algunas de las
actividades del hijo y desatienden las otras: no se pierden ni un
partido de fútbol del niño pero no se enteran de cómo le va en la
escuela o con los
amigos. Un padre tiene que poder ser amigo, compañero, protector, sabio... ¡y estar en todos lados!
5. Regalar alegría
Una
infancia feliz es casi una garantía de una vida feliz, por lo menos favorece que en el futuro el niño tenga integridad emocional y buena salud mental. Llegar a casa con chuches, planificar una excursión en
familia, hacerles chistes para reírnos con ellos,
jugar al
escondite, contarles historias... este tipo de alegrías los chicos las
reciben como algo más que un gesto, para ellos representan «lo bueno de
la vida». Y estas cosas buenas son las que les fortalecen, les hacen más
valientes y les dan armas para afrontar las dificultades propias del
crecimiento o las circunstancias adversas. Tener una bicicleta o un
patinete es estupendo, pero reírse con papá es necesario. Darles alegría no consiste en comprarles
juguetes, sino en transmitirles, a través de la convivencia, el mensaje de que papá les quiere y disfruta con ellos.
6. Darles prioridad
Cuando el niño es relegado en los intereses del padre, se refugia en la madre y se vuelve demasiado dependiente de ella.
La principal función del padre es ayudar al hijo a sentirse seguro en
el mundo más allá de los brazos de la madre, y para eso el pequeño debe
sentir que es importante para papá. El vínculo con los hijos no es genético, es ético.
Es el resultado de una decisión amorosa que hay que sostener día a día.
Además, darles el primer lugar en nuestra vida nos hace a nosotros tan
felices como a ellos.
7. Escuchar
Estar
atentos a lo que dicen y no dicen y animarles a expresar lo que piensan
y sienten es la forma de conocerles. Los niños tienen creencias y
fantasías que sorprenden al adulto. Por ejemplo, es común que
representen a la Tierra como una casa gigante con los humanos dentro o
que crean en monstruos o, los más pequeños, piensen que el peluche es
parte de su cuerpo. Para enterarnos de lo que pasa por sus cabecitas hay
que escucharles con atención. Escuchar es un acto de amor,
cuando les prestamos atención se sienten importantes para nosotros.
Además, les damos la posibilidad de escucharse a sí mismos, ser capaces
de hablar para defenderse, dar una opinión, plantear lo que no
entienden, resolver conflictos, contar sentimientos o emociones e
inventar historias. Y si comparten con nosotros sus tribulaciones o
temores, se quedan aliviados.
8. Educar con cariño
Disciplinarlos
es una de forma de amarlos. Si les marcamos límites, si les negamos
algo que nos piden pero no les conviene o nos oponemos a sus deseos
porque no son razonables, será siempre por su bien, para ayudarles. No les educamos «para que no molesten a los mayores», sino para que sean felices y cabales.
Cuando les enseñamos a usar la cuchara, a ser responsables con los deberes del
colegio o a
no gritar dentro de casa, no lo hacemos para que no se ensucien o no
nos den la lata, sino para ayudarles a desarrollarse como seres
independientes. La disciplina adecuada une amor, razón y respeto por el
niño. Si tenemos esas tres cosas, ya podremos enfadarnos sin miedo:
sabremos corregirles sin agredirles y hacerlo solo cuando lo necesitan.
9. Contar cuentos
Contarles cuentos a los niños es igual a darles un «máster universitario infantil». Ellos necesitan los relatos para aprender a hilar situaciones, a comprender que primero pasa una cosa y luego otra
y para entender el tiempo (qué es «ayer», «mañana» o «después»). No hay
nada tan interesante y entretenido como escuchar las cosas que les
pasan a los demás y ver cómo resuelven sus problemas desde el lugar más
seguro del mundo: al lado de papá. Junto a él pueden identificarse con
el protagonista, atravesar penalidades y triunfar sin sufrir un rasguño.
Pero los
cuentos no
tienen solo un valor intelectual: la voz de papá les envuelve y les
reconforta ahora igual que les arrullaban las nanas cuando eran
bebés y les da ánimo para enfrentarse a los monstruos de la noche. Por eso les gusta tanto el cuento de antes de
dormir.
10. Estar al tanto de “sus cosas”
Los
«asuntos de chicos» son importantes, sobre todo si se trata de los
hijos. Sean serios o banales, como tienen importancia para el niño,
también tienen que tenerla para papá. Sin agobiarles ni atosigarles, hay que estar cerca de ellos para encauzar conductas,
asistir a las reuniones del colegio, acompañarles al médico, estar al
tanto de las notas, de qué hacen en el tiempo libre o cómo les va con
los amigos. Aunque no existen recetas, hay una fórmula básica que
consiste en acostumbrarles desde pequeños a que nos cuenten sus cosas, sin presiones y con respeto. Si estamos a su misma altura y podemos mirarles a los ojos, mejor.
Por: Carla Padín
Asedores: Pedro Molino, tutor de la Universidad de Padres online. Iluminada Sánchez, docente de la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Madrid.
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