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Vaiana: "otra muñeca de belleza irreal que le cuelan estos de Disney a las niñas"

CARME CHAPARRO

Estoy en esa época de mi vida en la que solo voy al cine a ver películas de animación. Ya saben. Niños pequeños en casa igual a dibujos. No hay alternativa posible. Fin de la discusión. Así que el otro día me tocó, de nuevo, armarme de paciencia -no saben cuántos truños me he tenido que tragar en pantalla grande a nueve setenta y cinco euros la entrada- y prepararme para deglutir la hora y media larga que dura la última de Disney. Concretamente, la última princesa de Disney, claro, que para eso tengo dos niñas que siguen sufriendo el síndrome 'Frozen'. El sábado tocó ir al cine a ver 'Vaiana'. "Tiene los brazos gordos", fue lo primero que pensé. Y me dirán ustedes que qué tontería es esa de los brazos gordos, pero es que es uno de los complejos que arrastro desde la adolescencia, y ver a alguien en pantalla con brazos redondos y anchos como un 'bollo preñao' me reconcilia con la vida. Y sí, claro, eso es por sacarle algún defectillo. Porque el resto era pluscuamperfecto. La cintura de avispa. El pelo largo, sedoso y brillante. Los pómulos relucientes de tan grandes. Y los ojos tan irrealmente gigantes que si los trasladásemos a un ser humano de carne y hueso nos asustaríamos.
"Mucho brazo gordo"; pensé, "pero otra muñeca de belleza irreal le cuelan estos de Disney a las niñas". A mitad de película, mi hija de cinco años vino a sentarse sobre mis rodillas - me encanta esa sensación de abrazarla mientras vemos juntas lo que pasa en pantalla. "Mamá", me dijo, "¿yo soy como Vaiana"?. "Miérda", pensé, "ya estamos con los referentes corporales". "Tú eres mucho mejor", le contesté, pensando en que luego tendría que repetirle el discurso de que hay cosas más importantes que la belleza. Pero me equivocaba. Mi hija no estaba pensando en su cuerpo, sino en algo más importante. "Mamá, te digo si me parezco a ella de lista y de valiente. Es la más lista de todos, y mira qué atrevida y cuánta fuerza tiene. Yo quiero ser como ella". Casi me puse a llorar. Quizá tanta lucha no sea en vano.

EL MUNDO, 01/01/2017

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