Ir al contenido principal

Por qué no deberías regalar nada por Navidad, según el economista más "gruñón"

HÉCTOR G. BARNÉS
Estas navidades, los españoles gastaremos en regalos unos 248 euros de media, trece más que en 2015. Será la cifra más alta desde el año 2011, y para muchos, un síntoma de recuperación económica. La mayor parte de la inversión se destinará a los niños (unos 154 euros) y a la pareja (94), pero hay una gran cantidad de este dinero que se gastará en familiares más o menos lejanos, desde tíos, primos o sobrinos hasta otra clase de conocidos y compromisos de toda índole. Muchos de ellos volverán a partir del 6 de enero a las tiendas, pero con otra misión: descambiar lo regalado por algo que de verdad les guste.

La mayor parte de este dinero será desperdiciado, según el economista de la Escuela de Negocios de Carlson (y antiguo profesor de Yale) Joel Waldfogel, autor de libros como 'The Tyranny of the Market', relativamente famoso por haber investigado durante décadas la faceta económica de los regalos de Navidad. Según su teoría, publicada por primera vez en un 'paper' editado en 1993 en 'The American Economic Review', los presentes realizados durante esta fecha son “un peso muerto”, una carga. Una hipótesis con la que él mismo ha bromeado autoproclamándose el "Scrooge" ("avaro", pero también el personaje de "Cuento de Navidad" de dickens) de la economía.
¿Por qué? Básicamente, porque el valor que otorga el destinario del regalo a este es mucho menor que su coste. Durante esta campaña se moverán miles de millones de euros en productos, pero el valor de la mayor parte de los mismos se perderá por el camino: en otras palabras, es probable que esa camisa fea que ha costado 30 euros sea recibida con una mueca de desprecio, termine en el fondo del armario y solo nos la pongamos cuando quedemos con quien nos lo ha dado. Es una situación completamente excepcional en el consumo anual: en ningún otro momento del año se gasta tanto dinero en productos que tienen tan poco valor para el que ha de disfrutarlos.

Malgastando en los demás

En Navidad confluyen varios factores para que se dé la tormenta perfecta del desperdicio económico. En primer lugar, estamos comprometidos a regalar algo a personas que no conocemos muy bien, por lo que solemos equivocarnos. Waldfogel recuerda que el único regalo perfecto es aquel que nos hace pensar inmediatamente en la persona a la que le puede gustarle, y no al revés (pensar primero en el destinatario y luego en el presente), como ocurre en Navidad. “Imagínate que solo comprases un regalo cuando dijeses 'oh, dios mío, esto sería genial para fulanito'”, explica en una entrevista con 'Vox'. “Entonces lo estarás haciendo bien”.
En su investigación pionera, Waldfogel descubrió que entre un 10% y un 12% del valor de un producto se destruye durante la Navidad. Teniendo en cuenta que España es uno de los países en los que más dinero se gasta durante finales de diciembre y comienzos de enero (por encima de otros países vecinos como Italia, Grecia, Portugal, Holanda o Alemania), también despilfarramos más que nadie. Y ello, a pesar de que nuestro nivel de paro está 10 puntos por encima de la media europea.
Waldfogel recuerda que regalar es una manera lamentable de redistribuir recursos, puesto que resulta muy poco eficiente. Nos encontramos ante una extrañísima situación en la que todos invertimos una cantidad concreta en algo que otra persona quizá no desea, mientras que si hubiésemos gastado ese mismo dinero en nosotros mismos, obtendríamos algo que realmente queremos. La realidad es que “si yo gasto 100 euros en regalarte algo, no vas a quedarte tan satisfecho como si hubieses gastado 100 euros en ti mismo”, señala el autor.
Según los cálculos realizados por el autor, y expuestos en el libro 'Scroogenomics: Why You Shouldn't Buy Presents for the Holiday' (Princeton University Press), por cada euro que gastamos en nosotros mismos obtenemos un 20% más de satisfacción que si otra persona lo gasta en nosotros. El problema es la costumbre de regalar a personas más allá de nuestro círculo íntimo (padres, hermanos, hijos, pareja), puesto que a estos últimos sí los conocemos bien. Ahí es donde empezamos a dudar y, por lo tanto, regalamos productos de poco valor, tanto en Navidad como en otros compromisos, como el amigo invisible.

Qué debemos regalar para que sea útil

El economista deja fuera de su ecuación el valor sentimental asociado al producto, una de las grandes críticas que ha recibido a su teoría. Como señalaba el periodista económico Aditya Chakraborrty en las páginas de 'The Guardian', el autor pasa por alto (¿intencionadamente?) el valor social del presente que la antropología (de Marcel Mauss a Émile Durkeim) ha investigado hasta la saciedad. ¿Qué pasaría si eres el huésped de una fiesta y consideras que vas a comer tu plato preferido (aunque sean alitas de pollo) porque te dará más satisfacción que si compras algo que a lo mejor no les gusta a tus invitados? Que serás muy eficiente, pero quedarás fatal.
Waldfogel se defiende recordando que su teoría no ataca por igual a todas clases de regalos y que, de hecho, el imperativo de ofrecer algo a nuestros allegados por las festividades está tan consolidado que es difícil escapar a él. Por eso propone varias opciones para que nuestro dinero no termine en la basura. En primer lugar, es tan sencillo como gastar menos en aquellas personas de las que no estamos muy seguros qué prefieren. La tendencia, por lo general, suele ser la contraria: al no tener mucha idea, destinamos más dinero pensando que, ya que vamos a regalar algo, que por lo menos luzca. Sin embargo, el economista recuerda que “quizá podamos producir los buenos sentimientos asociados con los regalos sin tener que comprar tantas cosas innecesarias”.
Otro de los consejos proporcionados por el autor parece ir en contra de la mayor parte de recomendaciones (y el buen gusto): regala cajas o tarjetas regalo, como las que ofrecen una experiencia (hotel, viaje) o las que se pueden gastar en un servicio (Amazon, Steam). En realidad, según el punto de vista de Waldfogel, sería perfecto, puesto que estás cumpliendo con la función social del regalo y al mismo tiempo garantizas que este será más o menos eficiente (¿y si esa persona no quiere ir de viaje?) ya que será el destinatario el que decida en qué gastarlo. Sin embargo, son regalos que tienen mala fama puesto que son los más impersonales. Si queremos que el dinero gastado signifique algo para una persona, ¿por qué reconocer que no tenemos ni idea de sus gustos?
Una alternativa es convertir el regalo en un permiso o una concesión. ¿Quiere tu pareja darse un capricho pero siempre parece mal momento, o no te había parecido bien esta ese instante? ¿Y un viaje que le gustaría hacer pero que a ti no te apetece demasiado? Con esta fórmula, vuelven a conciliarse una vez más el regalo (yo te otorgo el permiso para hacer algo) y la eficiencia (ese algo es una cosa que deseas y que yo no te he impuesto a ti).
Una última y útil opción. ¿Y si destinásemos todo ese dinero a buenas obras que supiésemos que van a ser útiles? Podemos, por ejemplo, hacer una donación en nombre de esta otra persona (aunque hay que tener cuidado con que no sea algo en contra de las creencias del destinatario, claro). De esa manera, en lugar de malgastar tu dinero duramente ganado, estarás cumpliendo con la obligación social de hacer un regalo. Los dos sentiréis que habréis hecho algo bueno por el mundo y terceras personas se verán beneficiadas con algo que quizá sea más necesario que otro jersey que te queda grande.
EL CONFIDENCIAL, Miércoles 04 de enero de 2017

Comentarios

Entradas populares de este blog

«Los buenos modales no están de moda, pero es imprescindible recuperarlos»

FERNANDO CONDE Hoy en día es frecuente enterarte por los medios de noticias relacionadas con la falta de respeto, el maltrato, el acoso, etc. Podemos observar muchas veces la ausencia de un trato adecuado a los ancianos, la agresividad incontrolable de algunos hinchas de fútbol; la poca estima a la diversidad de opiniones; la destrucción del medio ambiente; el destrozo del mobiliario urbano y un largo etcétera que conviene no seguir enumerando para no caer en el pesimismo que no conduce a nada y el problema seguirá ahí. Un problema que podríamos resumir en que se ha ido perdiendo el valor de la dignidad humana en general. Los modos para alcanzar la felicidad, siempre deseada, se apartan de las reglas y normas de conducta más elementales de convivencia colectiva que han acumulado las culturas y los pueblos a través de los siglos. La idea de que «la dignidad empieza por las formas» que resume este artículo es una afirmación bastante cierta, porque la forma, no pocas veces arrastr

Qué le pasa a tu bebé cuando dejas que llore sin parar

  GINA LOUISA METZLER Muchos padres creen que es útil dejar llorar a su bebé. La sabiduría popular dice que unos minutos de llanto no le hacen daño, sino que le ayudan a calmarse y a coger sueño. Se trata de la técnica de la espera progresiva , que fue desarrollada por el doctor Richard Ferber, neurólogo y pediatra de la Universidad de Harvard en el hospital infantil de Boston (Estados Unidos) , y que sigue utilizándose en la actualidad en todo el mundo. Casi nadie sabe en realidad lo que ocurre a los bebés cuando siguen llorando, pero las consecuencias físicas y psíquicas podrían afectarles toda su vida. Cuando un bebé llora sin que sus padres lo consuelen, aumenta su nivel de estrés , ya que, a través de su llanto, quiere expresar algo, ya sea hambre, dolor o incluso necesidad de com

¿Qué hay detrás de las mentiras de un niño?

ISABEL SERRANO ROSA Los niños no son mentirosos, pero mienten . Lo hacen cuando tienen algo que decir o que aprender. Hasta los cuatro años, con sus historietas sorprendentes, quieren narrarnos su mundo de fantasía. Somos la pantalla en la que proyectar su película. Entre los cuatro y los siete años construyen su mini manual de moralidad con ideas muy sencillas sobre lo que está bien y mal, basado en sus experiencias "permitido o no permitido " en casa y en el colegio. Con su gran imaginación, las mentiras son globos sonda para saber hasta dónde pueden llegar. Entre los ocho y los 12 años la realidad se abre camino y la fantasía se vuelve más interesada.  El pequeño pillo de nueve años desea ser bueno, pero se le escapan las trolas por el deseo de gustar a los demás, ocultar alguna debilidad o evitar castigos. En general, mienten a sus crédulos coetáneos o, por el contrario, les escupen a la cara alguno de sus descubrimientos del trabajo de campo que significa crecer.