Nada como los brazos de una madre para consolar a su bebé, sobre todo
si ésta le acuna mientras camina. Por primera vez, un estudio indaga en
las razones por las que este gesto innato es capaz de calmar el llanto
del recién nacido y descubre que, más allá de la relación afectiva,
existe una explicación científica basada en un mecanismo fisiológico.
Los efectos son inmediatos. "Se reduce la actividad del sistema
nervioso y la del motor. La frecuencia cardiaca disminuye" y el bebé se
tranquiliza. Así lo observaron los autores de la investigación después
de examinar a 12 niños sanos entre uno y seis meses de vida. "Grabamos su ritmo cardiaco cuando se les tumbaba en la cuna y mientras la madre les llevaba en brazos, sentada o caminando".
El electrocardiograma desveló claras diferencias. Entre la cuna y el
calor de los brazos, mejor esta segunda opción. Y entre el calor de su
madre sentada o caminando, los pequeños prefieren el movimiento. Cuando
su progenitora se sentaba con el niño en brazos, su ritmo cardiaco se aceleraba, lloraba y no paraba de moverse.
En cuanto se levantaba y se trasladaba, sus constantes descendían
inmediatamente y el bebé se mostraba más tranquilo. Sin embargo, al
sentarse de nuevo, el recién nacido volvía a quejarse.
En definitiva, reclamar los brazos de la madre y preferir el
movimiento no es un capricho ni tampoco que el bebé haya aprendido a
exigir a conciencia. Como subrayan los investigadores en su artículo,
publicado en la revista 'Current Biology', se trata de una necesidad fisiológica, "un mecanismo de defensa" propio de los mamíferos.
Kuroda y su equipo, de Riken Brain Institute (Saitama, Japón), también desarrollaron este experimento con crías de ratón
durante sus primeras semanas de vida. El efecto calmante de los brazos
maternos en movimiento era el mismo. Dejaron de llorar y se mostraron
más relajadas. Al igual que otras especies como los gatos y los leones,
las crías adoptaban la postura fetal, flexionando las piernas.
Los investigadores apuntan a un sentido del tacto y de la
'propiopercepción', un término que alude a la capacidad de reaccionar
cuando la madre toca al bebé e incluso cuando notan los movimientos
corporales de su progenitora.
El movimiento relaja
"Los bebés se sienten más cómodos cuando les cogemos de pie y siempre
les relaja el movimiento", afirma Mara Cuadrado, psicóloga infantil del
Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. A esto se suma que si la
persona que los mece es su madre, los resultados son inmediatos. "Con
quien se vincula el bebé es con quien más le coge cuando nace, con quien
le cuida, le protege y le alimenta". Pero la unión comienza a forjarse mucho antes,
durante la gestación, "cuando el sonido que más escucha es la voz de su
madre, su ritmo cardiaco, incluso percibe su temperatura". Ese vínculo
se refuerza después, "con la forma en la que su madre le coge (diferente
de la de los demás) y otras variables como el olor, algo que el bebé
detecta nada más nacer".
Dados los resultados del estudio, cuando el lloro es un mecanismo de
defensa, como ocurre en los recién nacidos, no hay que escatimar en
mimos. De hecho, según los investigadores, podría ayudar a prevenir los
traumatismos derivados del síndrome del bebé zarandeado. "El mayor factor de riesgo de esto es el lloro inconsolable de un bebé".
El niño no deja de llorar, los padres o los cuidadores ya no saben
qué hacer, se frustran, "se crispan y pueden zarandear al pequeño
creyendo que no le van a hacer daño", explica,Gustavo Lorenzo neurólogo
del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Sin embargo, "puede producir daños cerebrales, ataques epilépticos y trastornos del habla, entre otros problemas del desarrollo neurológico, incluso la muerte".
"La explicación científica de esta respuesta infantil ayudará a los
padres a entender su lloro, no como un intento de manipulación, sino
como una necesidad fisiológica" que está reclamando brazos y que es
importante cubrir, remarca Kuroda. "Resulta beneficioso tanto para la
madre como para el bebé".
Aunque todo en su justa medida, coinciden la
psicóloga y el neurólogo. "El niño puede acabar acostumbrándose a ser
excesivamente bien recibido y el llanto deja de ser un mero mecanismo de
defensa".
EL MUNDO, Viernes 19 de abril de 2013
Imagen: Diego con su mama Noviembre 2011
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