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"Estaba confusa y no sabía cómo tratar a mis hijos. Hasta que leí a Maquiavelo"

HÉCTOR G.BARNÉS
Hace apenas un par de años se puso de moda en las discusiones sobre paternidad y crianza de hijos el concepto de “mamá tigre”. Se trataba de una figura acuñada por la profesora de Yale Amy Chua que le servía para describir la estricta educación que aplicaba a sus hijos. Aplicando dichos métodos, señalaba la inflexible madre, sus hijos tendrían mucho más éxito en su vida que sus pusilánimes contemporáneos educados con todos los caprichos. La idea fue acogida entre el aplauso y el recelo. Unos pensaron que era la señal definitiva de que la era de la máxima permisividad de los niños tocaba a su fin. Otros, sin embargo, protestaron por la dureza con la que se comportaba la “madre tigre”. Sin que haya pasado el tiempo suficiente para que la polémica se disipe, acaba de surgir otro término que promete levantar tantas ampollas como aquel: el de la “madre Maquiavelo”.
El concepto surge de un libro que ha sido publicado esta misma semana en Estados Unidos por Simon & Schuster, y que recibe el nombre de Machiavelli for moms. Maxims on the Effective Governance of Children. O lo que es lo mismo, Maquiavelo para mamás. Máximas para la gobernanza efectiva de los niños, aludiendo a la célebre obra del pensador florentino, El príncipe. La obra de Suzanne Evans, que así se llama la madre autora del libro, consiste precisamente en eso: en aplicar las máximas del pensador florentino al trato con los niños, aunque también las hace extensivas a su propio marido.
Hace unos días, la autora publicaba un extenso artículo en las páginas del Wall Street Journal en el que sintetizaba las estrategias que consideraba más apropiadas. ¿Cuál es su principal carta de presentación? Su experiencia como madre de cuatro hijos, todos ellos menores de ocho años, como trabajadora a tiempo completo y aspirante a un doctorado, todo ello al mismo tiempo. Esta semana, todos los medios de comunicación americanos han querido opinar sobre esta última moda en educación, sobre todo por su pintoresco y polémico punto de partida. Unos principios del pasado para la madre moderna 
Todo comenzó, explica la autora, cuando exhausta de compaginar todas sus actividades diarias, se sentó en una butaca de su despacho y, mientras dejaba vagar la vista, se fijó en la copia de El príncipe que reposaba en su estantería. Acto seguido, Evans cogió el libro, comenzó a leerlo y rápidamente se dejó atrapar por la escritura del autor que vivió hace casi 500 años, así como por la seguridad y confianza que la efigie de Maquiavelo representada en la portada transmitían. Precisamente, lo que le faltaba a ella.
Cuando Maquiavelo escribió El príncipe, tenía en su cabeza a una figura política que debía ser capaz de gobernar la ciudad-estado con mano dura, pues era la única manera de garantizar la estabilidad de la misma, aunque en ocasiones no gustase a los súbditos. Evans utiliza los mismos principios, sólo que sustituyendo el estado renacentista por la familia numerosa del siglo XXI. Y asegura que funciona, aunque, eso sí, recuerda que la máxima de “el fin justifica los medios”, atribuida generalmente a Maquiavelo, nunca fue puesta por escrito por el autor al que los Médici defenestraron, si bien gran parte de su filosofía se desprende de dicha idea.
  • Nada se echa a perder tan rápido como la generosidad
Maquiavelo afirmaba que el príncipe ha de mantener una cierta reputación de altruismo entre sus súbditos, pero que esta no debe traspasar ciertos límites, puesto que facilitar a los ciudadanos todo lo que necesitan es una manera de malcriarlos y llevar a las arcas públicas a la bancarrota. El pueblo siempre pedirá más de su mandatario si se han acostumbrado a que este sea dadivoso. Para Evans, ocurre algo muy parecido con los niños. Cuantos más bienes materiales les entregaba, señala la autora, más esperaban y menos agradecidos se sentían hacia la generosidad de la madre. La solución, por lo tanto, se encuentra en racionar lo que se compra a los hijos o entregarles una cantidad reducida de dinero que ellos mismos deben administrar, con el objetivo de que aprendan el auténtico valor de las cosas.
  • Divide y vencerás
Uno de los puntos que más polémica han generado, especialmente por la dureza de los términos con los que la autora se expresa. Evans señala que fomentar la competitividad entre sus hijos puede ser más positivo de lo que se piensa, y cuenta cómo impulsó a dos de ellos a intentar sacar las mejores notas posibles a través de una competición mutua. El resultado fue que la niña venció a su hermano, al que la autora dirige las siguientes palabras: “El perdedor sintió la vergüenza de perder la competición, con su propia hermana, nada menos”. Sin embargo, muchos ponen en tela de juicio que fomentar esa extrema competitividad desde tan temprana edad sea beneficioso, por más que parezca una rápida forma de adaptación al ultracompetitivo mundo en el que vivimos.
  • No hay que tener problemas en mentir
La ocultación de la verdad puede servir en ocasiones para salvaguardar la seguridad del Estado. También, del matrimonio o de la familia, o puede ser útil, simplemente, para garantizarnos unas relajadas vacaciones al margen de toda posible interferencia de los niños. ¿La razón que justifica la mentira? Como asegura la autora, tener una madre feliz y relajada siempre es beneficioso para los niños. Es lo que ocurrió cuando Evans explicó a sus hijos que tenía que cancelar todas las actividades que había programado con ellos y en su lugar salir de viaje de negocios con su pareja. En realidad, simplemente necesitaba tomarse un descanso y pasar un fin de semana lejos de sus retoños. Los resultados, a largo plazo, serían más provechosos que si hubiese pasado otro fin de semana estresada. Aunque, como aduce la bloguera Sandy Hingston, eso también defendería, por ejemplo, que se bebiese seis copas cada noche si eso la relaja.
  • El Príncipe más compasivo es aquel que mantiene a sus súbditos unidos, no el que permite que aparezcan disturbios debido a su compasión
Una de las hijas de Suzanne Evans, Katie, sufre síndrome de Down, por lo que, aunque es descrita como “la felicidad personificada” por su madre, que también afirmaba que puede ser “cabezota” y “desafiante”. Cuando la niña colmó la paciencia de la autora, esta le proporcionó un pequeño azote y una mirada severa. Pero eso no parecía funcionar, y la niña siguió comportándose de manera inadecuada. Todo cambió tras la lectura de El príncipe. Fue entonces cuando la madre se dio cuenta de que tenía que cambiar de táctica y comenzar a aplicar castigos como un time-out de media hora sola en la habitación cada vez que incurría en alguno de estos comportamientos. Como señala la escritora, “puede parecer radical al tratarse de una niña que necesita cuidados especiales”, pero que lo importante es conocer el contexto y saber que, a largo plazo, es mejor para ella. Aún está por ver lo que será de los hijos de Evans cuando sean adultos, momento en el que realmente sabremos si ha acertado o no, por lo que la inacabable polémica entre libertad y rectitud seguirá abierta durante mucho tiempo.
EL CONFIDENCIAL, Miércoles 24 de abril de 2013

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