CARLOTA FOMINAYA
Después de semanas de incertidumbre, los padres de Villaverde que querían llamar a su hijo Lobo podrán hacerlo finalmente.
Así lo avanzó ayer Javier Gómez Gálligo, director general de Registros y
Notariado y organismo competente en el caso pero, ¿afecta de alguna
forma el nombre elegido por los progenitores, sea cual sea este, al
destino de los recién nacidos? Los expertos consultados coinciden al
afirmar que en cierto modo, sí. El nombre, explica el psicólogo y
profesor Rafael Guerrero, «es algo muy distintivo de la persona. Es una
característica importante, y una de sus primeras señas de identidad. Por
tanto, es imposible que no influya».
A juicio de Guerrero, el
nombre que se pone a un bebé es una de las maneras que tienen los padres
de proyectarse en su hijo. «Muchos niños reciben el nombre de su padre,
que a su vez es el del abuelo y el tatarabuelo que, además, se han
educado de una manera determinada y pertenecen a una conocida saga de
médicos... No deja de ser una forma de depositar en el pequeño ciertas
expectativas». En este tipo de casos, donde el nombre se hereda de una
generación a otra, por ejemplo, los padres «no están teniendo en cuenta
que el niño tiene una serie de sentimientos muy distintos a los suyos.
Es una persona independiente a la que hay que respetar porque es
probable que tenga una forma de emocionarse o de sentir distinta».
Trayectorias vitales
El psicólogo y experto en acoso Miguel del Nogal entiende muy bien a
qué se refiere Guerrero. «Mi padre se llama Frutos del Nogal —porque
así se llamaba mi abuelo— y esa ha sido su cruz durante 68 años. Por
fortuna, es un hombre muy sensato, y conmigo decidió romper la
tradición», reconoce. Porque el nombre, independientemente del que
escojan los padres, «genera de forma automática unas expectativas en
aquellos que lo llevan», corrobora.
También para la psicóloga Nora Rodríguez, autora de «Neuroeducación para padres» (Ediciones B), el problema está en relacionar el nombre de Lobo con las expectativas de tener, por ejemplo, un hijo fuerte.
«Hay una corriente en Psicología que afirma que somos exactamente lo
que nuestros padres quieren que seamos. Si sus padres están convencidos
de ello, les gusta y saben crear un buen vínculo, perfecto. Pero deben
ser conscienten de que los seres humanos somos el resultado no solo la
generación que nos precede, sino la suma de muchas anteriores. Y el niño
puede salir a un tatarabuelo que era sensible y delicado y que no
cumple con esa idea vital que tienen para este bebé. Por cierto, cuanto
más acompañemos a nuestros hijos y menos expectativas depositemos en
ellos, mejor para su desarrollo».
Posibilidades de acoso escolar
En el caso de los padres del pequeño Lobo, ambos progenitores explicaron que habían preguntado previamente a distintos especialistas infantiles
sobre si el nombre iba o no a influir en el desarrollo de su hijo.
Estos les dijeron que ellos pueden educar a su hijo de forma que eso
nunca le llegue a afectar. «Es verdad que se puede criar a un niño para
que este tenga una identidad propia y que disponga de unas herramientas
para defenderse, pero a veces poner un nombre determinado si puede
suponer colocar al niño en el foco», explica. «Es como el que lleva
gafas, o aparato de dientes. Ciertas cosas que resalten por encima de
los estándares del colegio pueden llevar a un acoso, y más si se trata
de un nombre que tiene una serie de connotaciones como este».
ABC, Miércoles 3 de agosto de 2016
Comentarios
Publicar un comentario