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Si queremos que haya buenos padres, tenemos que esperar que lo sean

JENNIFER S. WHITE
¿Es que tengo que pedir perdón por tener un buen marido y un maravilloso padre para mis hijas?
A veces parece que sí.
Hace poco, escribí un artículo sobre las cosas que las madres deberían hacer por ellas, y en él hablo sobre bajar la guardia cuando los padres están presentes. Para mí es importante que mi marido eduque a nuestras hijas a su manera y no a la mía. Para mí es importante dejar que alguien esté al mando a veces; tomarme minidescansos del agotador papel de "madre".
Con esto no estoy queriendo decir que todas las madres piensen igual que yo. Ni tampoco estoy queriendo excluir a las madres solteras (ni a los amos de casa, ni a las madres trabajadoras, ni a cualquier otro tipo de padre posible). Pero para la gente como yo, que vive en una casa en la que hay un padre y una madre, es importantísimo no solo incluir a los padres, sino recordar que, aunque yo pase la mayor parte del día con nuestras hijas, no soy más importante de lo que es su padre.
Nos gusta hablar de padres presentes, de buenos padres, pero eso implica tener expectativas puestas en los hombres.
Implica esperar que los hombres cambien pañales, que se queden despiertos con unos niños que no quieren dormirse, que ayuden a enseñar a usar el orinal y que vayan a las reuniones con los profesores. Queremos que los hombres se comprometan con nuestros hijos como padres. Entonces, ¿por qué los criticamos por las risas o actuamos como si los niños que tienen buenos padres no debieran reconocer su presencia y todo lo que estos hacen por ellos?
Con todo, sé que tengo suerte. Sé que no todos los padres se implican tanto con sus hijos como mi marido con nuestras hijas. Sé lo duro que es no vivir cerca de la familia, o no tener niñeras disponibles todo el tiempo necesario. Sé lo difícil que es encontrar tiempo para mí, para la mujer que vive aparte de mi papel de "madre", porque es algo con lo que también tengo que lidiar, y tengo una pareja que está ahí para mí y para nuestras hijas. Tengo suerte, pero quiero creer que no estoy sola. 
¿Cómo vamos a esperar que los padres tengan un papel activo en las vidas de nuestros hijos y que carguen con el peso de esta gigantesca responsabilidad de criar a unos niños si no cedemos nunca el control maternal? ¿Cómo podemos decir que queremos una sociedad así si en los aseos de caballeros casi nunca hay cambiadores de pañales y hay gente que no deja de criticar a los hombres? Las mofas que se hacen sobre los padres no solo afectan a los padres, sino también a los niños. Podemos apoyar a las mujeres sin criticar a los hombres. Podemos hacerlo mejor. Tenemos que hacerlo mejor.
Quiero que mis hijas crezcan y vean que la relación que tengo con su padre es igualitaria. Quiero que le vean haciendo tareas de la casa y rellenándoles el vaso de zumo. En nuestra casa, mamá y papá son iguales. Quiero que mis hijas esperen que se les trate igualitariamente fuera de casa también.
Quiero que ganen el mismo dinero que un hombre. Quiero que esperen que se les trate con respeto si deciden salir o casarse con un hombre. Quiero que salgan al mundo exterior y sean conscientes de las desigualdades, pero quiero que esperen algo más, que esperen lo que se merecen. Y merecen tener un padre.
Todos los niños merecen tener unos padres que los quieran y que estén ahí para ellos, aunque no todos los tengan. Pero para avanzar como sociedad hacia un lugar en el que las mujeres puedan ser presidentas y los hombres puedan, cuando menos, cambiar pañales, tenemos que tratarnos con respeto los unos a los otros. Tenemos que respetarnos a nosotros mismos.
El artículo que he mencionado antes trata sobre las formas en las que una madre puede cuidar de sí misma día a día. No hace falta que sea algo elaborado para que sea eficaz. Hacer ejercicio, pasar tiempo sola o con algún amigo, leer un buen libro y dejar que otras personas a las que queremos y en las que confiamos nos ayuden con los niños son las formas que tengo.
Así que, si se supone que tengo que sentirme culpable por decir que cuando mi marido llega a casa le doy un beso y dejo que se ocupe de las niñas para poder tener un momento para mí, mala suerte. Mala suerte porque no tengo ningún problema en reconocer que, aunque puede que sea una afortunada, a mí me funciona hacer las cosas así.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.
HUFFINGTON POST, Miércoles 24 de agosto de 2016

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