RAIMÓN SAMSÓ
Un avión parte de Moscú con destino a Madrid, pero sufre una avería
inadvertida en su sistema de navegación que crea una mínima desviación
del rumbo de menos de un grado. El avión acaba aterrizando en Mallorca.
¿Cómo se desvió tanto? Un grado es muy poco, sin embargo, ese pequeño
desajuste durante cinco horas de vuelo crea una enorme diferencia en el
resultado. Cuando hablamos de comportamientos humanos durante… ¡toda una
vida!, las desviaciones son aún mayores. En realidad, lo que determina
lo que conseguimos no son las grandes decisiones, sino las menores y los
actos cotidianos. En este artículo trataremos sobre cómo las personas
pueden alejarse de sus deseos y objetivos si no disponen de un plan de
vuelo y un sistema de navegación perfectamente ajustados.
Dos hermanos comparten la misma familia, genética, posibilidades y
educación, entorno…, y, sin embargo, con el paso de los años, sus vidas
se hacen cada vez más diferentes. Básicamente hay tres factores que
influyen en esa divergencia: sus elecciones, sus acciones y sus
relaciones.
Lo cierto es que no podemos “no elegir”. No tomar una decisión es, en
realidad, tomar una: demorarla. De modo que estamos decidiendo o
dejando de hacerlo, cada día. Y lo que acaba ocurriendo es que la vida
es el resumen de todas ellas, sean menores o mayores. Cualquier cosa que
acaba entrando en nuestras vidas es la consecuencia de una cadena de
actos y caminos que elegimos o no.
Las decisiones mayores son aquellas que se toman conscientemente y
suelen requerir a veces ayuda de terceros en forma de consejo, pero
siempre tiempo de reflexión. Las menores son las que se deciden casi sin
pensarlo y acaban creando un efecto compuesto. De las dos, son las
pequeñas elecciones las que se acumulan día tras día y marcan una gran
diferencia.
Tomar decisiones sabias es más sencillo cuando se tienen claros
cuáles son los valores prioritarios y adónde se va. Para no equivocarse
conviene hacerse esta sencilla pregunta: ¿la dirección que voy a tomar
concuerda con lo que me importa prioritariamente en la vida?
Para conseguir grandes resultados no es preciso llevar a cabo grandes
acciones, sino pequeñas repetidamente a lo largo del tiempo. El éxito
es el efecto acumulado de hábitos insignificantes. Y el truco está en
insistir en un comportamiento positivo el tiempo suficiente como para
que marque una distinción significativa a medio plazo. Es el poder de
las pequeñeces acumuladas.
Ganar es el resultado de una suma de costumbres; perder, también. Es
algo que saben muy bien los deportistas. Por ejemplo, Michael Phelps es
un brillante modelo del poder multiplicativo del hábito. Sus rutinas de
entrenamiento son muy estrictas, previsibles, sistemáticas. Es obvio que
su anatomía estaba diseñada para ganar, pero su enorme éxito es fruto
de su persistencia.
A menudo, para implementar una rutina, las personas recurren a la
fuerza de voluntad. Es un error. Están luchando consigo mismas, y, a la
larga, abandonarán, porque la lucha desgasta. ¿Cuál es la alternativa?
La motivación. Establecer un hábito nuevo solo tiene futuro cuando
concuerda con los valores principales de la persona. El poder de algo
que nos estimula disuelve las luchas internas y proporciona combustible
mental para pasar a la acción.
Sin tener en cuenta en cualquier elección esos valores básicos, las
personas caen víctimas de sus contradicciones internas y dejan de
perseguir sus deseos y sus sueños.
Por suerte, todo lo que se aprende en la vida puede reaprenderse. Los
hábitos no son una excepción a esta regla y se pueden cambiar. El mejor
modo de terminar con uno negativo es empezar uno nuevo y positivo que
lo sustituya, y que esté propulsado por la fuerza imbatible de la
motivación.
No hay una mejor estrategia para conseguir lo que se desea en la vida
que crear hábitos positivos que conduzcan a lograrlo, y después,
delegar el trabajo en el poder de la costumbre, seguir el flujo del
tiempo, y dejar de esforzarse una vez puesto en marcha el impulso de la
inercia.
Las personas que nos rodean: familia, amistades, compañeros de
trabajo… crean una gran influencia en cada uno de nosotros. En
psicología se conoce este efecto como la influencia del “grupo de
referencia”. Es una información silenciosa, inconsciente y que se
acumula con el paso del tiempo. Y se traduce en una imitación
inconsciente de lo que el “grupo” dice, piensa, hace, siente, come,
viste, se comporta…
Se podría decir que una persona es la suma de las influencias
personales que ha recibido a lo largo de su vida, que, como es de
imaginar, pueden ser positivas o negativas, y acabará pareciéndose mucho
a la gente con la que tiene más trato. La pregunta que nos deberíamos
formular es: ¿quién o quienes ejercen ese poder sobre mí?
¿Es importante filtrar las influencias que recibimos? Por supuesto
que sí, ignorar su efecto puede salir caro. Y si no, que se lo pregunten
a cualquier padre o madre que vigila escrupulosamente con quién anda su
hijo o hija. Tan importante es el efecto de las compañías en un
adolescente como en un adulto. A fin de cuentas, como afirma el dicho:
“Dime con quién andas y te diré quién eres” o “Dios los cría y ellos se
juntan”.
Casi siempre que se toma una decisión, las personas empiezan con
mucha energía y empeño, pero, a la larga, acaban abandonando. Ese exceso
inicial es en realidad contraproducente porque semejante nivel de
energía no se puede mantener por mucho tiempo. Querer hacerlo todo
cuanto antes es provocar el abandono. Es mejor iniciar la tarea o el
plan con menos fuerza, pero mantenerlo en el tiempo hasta conseguir el
objetivo. El éxito es resultado de dosificar las fuerzas, de mantener el
ritmo, de la regularidad. Es así como se ganan carreras y como los
equipos consiguen torneos.
La disciplina es esa regularidad, constancia, cadencia o ritmo. No
hace falta hacer mucho de golpe, pero sí algo cada día. Por ejemplo, al
empezar una dieta es mejor aplicarse a unas normas razonables y no
saltárselas ni un día, antes que matarse de hambre los tres primeros
días. Los atletas saben muy bien que las medallas se consiguen
dosificando el ritmo. Una vez más, es el poder de los pequeños pasos,
que proporcionan resultados extraordinarios.
De nada sirve tener una arrancada de caballo y después una parada de
burro. Eso significa ser víctima de un gran entusiasmo inicial, no
dosificado, para pasar a abandonar y volver al estadio inicial al poco
tiempo. Los arrebatos no conducen a nada; pero los planes sostenidos y
la constancia conducen a todas partes.
Todas las personas tienen sueños, pero no todas los consiguen. ¿Es
cuestión de mérito, genes, inteligencia o suerte? No, más bien se debe a
trabajar para conseguirlos con método; es decir, mediante una rutina
diaria. Repetir una acción cada día, semana o mes. Un acto que está
implícito en la agenda y ni siquiera hay que apuntarlo, se da por hecho.
Es como cepillarse los dientes, se hace automáticamente después de cada
comida, sin que haga falta recordarlo.
Cuando se pone en marcha un objetivo, lo primero que conviene hacer
es preguntarse qué rutinas conducirán a él. Seguramente, un buen coach
preguntaría a su cliente: “¿Qué tres acciones sencillas te acercarían a
tus grandes objetivos?”. Sí, pasos simples hacia resultados
extraordinarios. Y si esa persona es sistemática, y se aplica a dar tres
pasos diarios, su éxito está asegurado. No importa lo lejos que vaya,
tres pasos al día, tarde o temprano, le llevarán a donde sea que se
dirija.
La persistencia del 'pit bull'
¿Qué tienen en común los empresarios de éxito y las personas que
consiguen realizar sus sueños? Simplemente, ¡no se rinden nunca! Han
aprendido la disciplina de la persistencia. Esto es verdad tanto para la
gente que consigue sus sueños profesionales como personales. Pero esta
cualidad es muy rara en la población en general. Vivimos en una era de
gratificación instantánea. ¡Los adultos quieren conseguir sus sueños
inmediatamente! Y cuando no lo logran, sus sueños van bajando en la
escala de valores, son demorados y, finalmente, abandonados”.
Pasos simples hacia sueños imposibles, de Steven K. Scott.
EL PAÍS, 20/10/2013
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