SANDRA TORIBIO CABALLERO
No cabe duda de que si hay algo que los padres y madres intentan evitar a
toda cosa es el sufrimiento de sus hijos e hijas. Su preocupación es
constante desde los primeros momentos del embarazo y los posteriores al
nacimiento: “¿Estará bien? ¿Tendrá frío? ¿Calor? ¿Llorará porque tiene
hambre?”. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, resulta
inevitable que exista cierto nivel de disconformidad y angustia a medida
que vamos creciendo: los “mayores” lo sabemos bien. Es imposible pasar un solo día en el que todo vaya “sobre ruedas” todo el tiempo:
nos sentiremos preocupados o enfadados ante un mal gesto o una mala
contestación de alguien, decepcionados con nosotros mismos si algo no
nos sale como esperábamos o tristes al escuchar una determinada noticia.
¿Tienen las emociones negativas algún aspecto positivo? Las emociones
existen porque tienen una función, sirven para algo. De hecho, el que
podamos sentir alegría o tristeza resulta fundamental para nuestra
supervivencia como especie, ya que las emociones nos ayudan a tomar
decisiones.
En qué consiste en realidad un sentimiento
Además, las emociones resultan fundamentales para la comunicación, ya que normalmente, tienen un efecto sobre el otro. Si sentimos angustia o tristeza[1],
normalmente esperamos que otro nos calme, que se acerque a nosotros,
que nos pregunte qué nos pasa o si puede hacer algo para ayudarnos.
Esto lo podemos entender desde cuando un niño llora y acude a su madre o
padre, o cuando un adulto con una crisis de ansiedad acude a un
servicio de urgencias: en ambos casos se espera que haya un otro que
contenga y calme.
Pero, ¿de qué hablamos en realidad cuando hablamos de emociones y sentimientos? Antonio Damasio
hace la siguiente distinción: “Cuando experimentas una emoción, por
ejemplo la emoción de miedo, hay un estímulo que tiene la capacidad de
desencadenar una reacción automática. Y esta reacción, por supuesto,
empieza en el cerebro, pero luego pasa a reflejarse en el cuerpo, ya sea
en el cuerpo real o en nuestra simulación interna del cuerpo. (…) Y todo este conjunto
–el estímulo que lo ha generado, la reacción en el cuerpo y las ideas
que acompañan esa reacción– es lo que constituye el sentimiento[2].” Otro experto en la materia, Paul Ekman[3]
(psicólogo conocido por sus estudios sobre la categorización de
emociones y la importancia del lenguaje no verbal), realizó en 1972 una
clasificación de las emociones básicas o biológicamente universales:
repugnancia, alegría, ira, miedo, sorpresa y tristeza. Dos décadas más
tarde, amplió considerablemente esta lista, incluyendo desprecio, culpa,
orgullo, alivio, vergüenza y satisfacción, entre otras.
La dificultad de los adultos para gestionar las emociones
Sin embargo, no siempre es fácil ponerle nombre a lo que sentimos.
Es algo a lo que desde pequeños nos tienen que ayudar los adultos. Por
ejemplo, “estás enfadado porque mamá no te ha hecho caso”, o “es normal
que estés triste porque ya no vas a estar en clase con tu profe”, o
“¡qué alegría que hayas ganado el concurso de pintura!”, son frases con
las que padres y madres ponen en palabras los sentimientos de los hijos.
A veces resulta más fácil poner en palabras las emociones positivas:
desde pequeños se nos enseña a estar contentos cuando recibimos una
buena nota o a expresar gratitud cuando recibimos un regalo. Sin embargo, hay algunas emociones que tardan más enseñarse, como es el caso de la angustia.
No es común escuchar a un niño pequeño decir: “Estoy angustiado”. ¿Por
qué, si los adultos tenemos bien registrado qué significa esto? Quizás
tenga que ver con que determinadas emociones negativas son especialmente
difíciles de gestionar por los propios adultos. Además, algunas
emociones, como el miedo, la alegría o la tristeza, son más fáciles de
explicar que otras porque normalmente son producidas por un hecho en
concreto. Por ejemplo, si un niño o niña pasa al lado de un perro grande
y de repente éste se pone a ladrar, es normal que se asuste y tenga
miedo pensando que quizás le quiera morder.
Pero emociones como la angustia son mucho más difusas, no son
necesariamente desencadenadas por algo en concreto, sino que más bien
tienen que ver con determinados estados más generales. Por ejemplo, si
el profesor o la profesora (con quien, podemos suponer, hay un fuerte
vínculo) se marchan de baja y viene un sustituto, a priori, como
adultos, podríamos suponer que este hecho en sí no tiene por qué ser
estresante: es normal que los adultos necesiten coger bajas en según qué
circunstancias. Sin embargo, quizás para un niño o niña, esta situación pueda resultar tremendamente angustiosa:
“¿qué le habrá pasado a mi profe? ¿Cómo va a ser ahora con éste nuevo?
¿hasta cuando va a quedarse?”,… Y esta situación no “encaja” con las
emociones más básicas: no es necesariamente miedo, ni enfado, ni
tristeza. Es algo mucho más complejo.
Catalogando los sentimientos
¿Por
qué es importante que padres y madres ayuden a sus hijos e hijas a
gestionar las emociones? Es fundamental que los adultos puedan ayudar a
los niños y niñas a poner en palabras sus emociones, y no sólo las más
básicas. Cuanto más rico sea el abanico que se utilice con ellos desde que son pequeños, mejor preparados estarán de mayores
para poder hacer frente a las múltiples y complejas situaciones con las
que se irán encontrando. Al igual que si sólo dispongo de martillo sólo
podré “clavar clavos”, si sólo dispongo en mi vocabulario de
alegría-tristeza-miedo-sorpresa-enfado, habrá muchas situaciones que no
podré “catalogar”. Y si no puedo nombrarlas, sin duda me será mucho más
difícil gestionarlas y habrá más riesgo de somatizaciones cuando esos
niños y niñas vayan creciendo.
[1] Martínez Ibañez, J. J. (2013). Las dos edades de la mente: Vicisitudes del funcionamiento mental. Ágora Relacional.
[2] “El cerebro, teatro de las emociones”. Entrevista de Eduard Punset a Antonio Damasio. Extraído el 18 de Marzo de 2013. http://www.eduardpunset.es/419/charlas-con/el-cerebro-teatro-de-las-emociones.
[3] Paul Ekman. Consultado el 18 de Marzo de 2013. https://paulekman.com/.
EL CONFIDENCIAL, Jueves 21 de marzo de 2013
Muy buen post
ResponderEliminaruN BUEN TRABAJO!
ResponderEliminarUn año sin duda extraño y diferente, pero del que nos llevamos un gran aprendizaje, sin duda.
ResponderEliminar