CLARA MARÍN
Cada vez existen más evidencias de que el bienestar y el buen estado físico no dependen sólo de la Sanidad en sí misma,
de cuántas revisiones nos hagamos al año, qué tratamientos sigamos, o a
qué hospital vayamos, sino de que, en realidad, todo está conectado, y
aspectos que a priori pueden no parecer estrictamente sanitarios, tienen
también un importante efecto en la esperanza de vida de las personas.
Un clásico en la Salud Pública es la teoría que relaciona el nivel educativo de una persona con su estado de salud:
cuánta más educación haya recibido alguien, más sano estará, y esto
repercutirá en muchísimos aspectos de su vida. Ahora, un estudio
realizado en Estados Unidos y publicado en la revista PLOS ONE
pone números a esta teoría, y señala las muertes que se pueden atribuir
a un bajo nivel educativo. Las cifras resultantes son, cuanto menos,
llamativas, tanto que los investigadores afirman que la falta de
educación puede ser tan dañina como fumar. «El estudio
llama la atención por el gran volumen de datos analizados, y sus
conclusiones son muy sólidas», opina Antoni Trilla, jefe de
epidemiología del Hospital Clinic de Barcelona.
Las conclusiones son que, si en 2010, los estadounidenses que no habían terminado el instituto lo hubieran acabado, se podrían haber salvado 145.243 vidas.
Para llegar a esta cifra, los autores calcularon primero el número de
muertes entre personas que no habían finalizado el instituto, y después,
las muertes que habrían ocurrido entre esas mismas personas si tuvieran
las mismas cifras de mortalidad que el grupo que sí había completado
esta etapa educativa. La diferencia entre ambas cifras es el número de
vidas que, potencialmente, se podrían haber salvado.
Para Ildefonso Hernández, catedrático de Medicina Preventiva
y Salud Pública en la Universidad Miguel Hernández y presidente de
SESPAS (Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria),
los investigadores «han hecho un cruce bastante exhaustivo, sin ningún
sesgo importante, y consistente con algunos estudios anteriores».
A pesar de que la evidencia existente señala que una parte
de la asociación entre muertes y educación puede ser casual, «una mejor
educación se asocia a una vida más larga, porque
aquellos que tienen mayor nivel educativo son más propensos a tener los
recursos y el conocimiento para seguir unos comportamientos más
saludables, ganar más dinero y vivir con menos estrés crónico», explica a
EL MUNDO Patrick Krueger, uno de los autores de la publicación.
«El nivel educativo que una persona alcanza se relaciona con su nivel de alfabetización y su nivel de conocimiento de la salud,
y eso está vinculado con sus conductas: a mayor nivel educativo, mejor
nutrición, se hace más ejercicio y se consumen menos drogas», relata
Hernández, que pone como ejemplo una investigación en la que se
estudiaba la epidemia de droga de los años 80, en la que se vio que el
riesgo de contagiarse de VIH era mucho mayor entre los drogodependientes
que tenían menos educación, ya que, por ejemplo, «eran más propensos a
compartir jeringuillas que quienes habían estudiado más».
Así, la educación repercute en nuestra actitud frente a la salud:
«con una mejor educación mejora la respuesta frente a la enfermedad: el
paciente tiene una mayor adherencia a los tratamientos y a las pautas
terapéuticas», cuenta Hernández.
Además, las repercusiones sociales de la educación son
amplísimas: una mejor formación está ligada a un mejor trabajo, y por
tanto, a un mejor salario. De hecho, según cifras de UNICEF, un año
extra de educación se traduce en un aumento del 10% en los ingresos de
la persona.
Salud en todas las políticas
El hecho de hablar de muertes atribuibles a una baja
educación revela la importancia de lo que los salubristas llaman «salud
en todas las políticas», es decir, ser conscientes de que prácticamente
todo tiene el potencial de impactar en la salud humana. «La magnitud de
nuestras estimaciones confirman la importancia de considerar la educación como un elemento clave de la política sanitaria estadounidense», puede leerse en las páginas de PLOS ONE. «Si queremos hacer una verdadera promoción de la salud, un aspecto clave es la educación», apunta Trilla.
Aunque el estudio está hecho en Norteamérica, en España
también tendría validez, al menos, en el enfoque: «Una política dirigida
a asegurar que no hubiera abandono escolar tendría, además de unas
repercusiones sociales obvias, unos efectos en la salud
extraordinarios», opina Hernández. Sin duda, en nuestro país, donde el
porcentaje de jóvenes que no continúan estudiando más allá de la etapa
obligatoria es del 21,9% (una cifra que dobla la media de la UE), habría
mucho margen de mejora.
Mientras tanto, en todo el mundo, el 10% de los niños no
reciben ni la formación más básica -la educación primaria-, lo que
evidentemente repercute en su salud, ya que, tal y como dice Hernández,
«el nivel educativo contribuye a no perpetuar la pobreza y las malas
condiciones de vida». Una vez más, un dato de UNICEF puede servir de
guía: si todos los niños del mundo pudieran, no ya ir a la Universidad,
sino simplemente, aprender a leer, 171 millones de personas menos vivirían en la pobreza absoluta.
EL MUNDO, Jueves 9 de julio de 2015
Comentarios
Publicar un comentario