L.PERAITA
Basta con ser padres para saber qué se siente cuando un
hijo tiene una rabieta. Uno de los mayores problemas es que cuando se
producen, y más si es en un lugar público, no se sabe con certeza cómo
actuar para acabar con el «numerito» que está montando. La incapacidad de muchos padres de verse superados por un pequeñajo de pocos años o,
incluso meses, hace que a veces se actúe de la peor forma y se
contribuya a que la rabieta sea cada vez mayor. Resultado: voces,
gritos, enfados...hasta la próxima dentro de varios días... o sólo unas horas.
La rabieta es una explosión emocional que sirve como canal para expresar emociones negativas de rabia o enfado. Suele darse cuando el niño no ha conseguido lo que quería o algo no ha salido como deseaba. Cristina García, co-fundadora de Edúkame,
pedagoga, terapeuta Gestalt y orientadora familiar, explica que se dan
con tanta frecuencia a temprena edad porque el niño —por su inmadurez
emocional— todavía no sabe regular la intensidad de sus emociones y no sabe cómo tolerar la frustración.
Las rabietas «son una parte normal del desarrollo y
no se tienen que considerar algo negativo. Nuestra experiencia nos dice
que cuando los padres aprenden cómo manejar esta etapa, el resultado
son niños más tranquilos y equilibrados emocionalmente. Por lo tanto,
niños felices y con más habilidades emocionales».
Nuestra actitud como padres
Cuando surgen estos episodios, los padres deben mostrarse más próximos que nunca, tener presente que no es tan importante la rabieta del niño sino la respuesta que tengan ante ella.
«Cada vez que el niño manifiesta frustración tenemos una oportunidad
para enseñarle una lección para la vida—explica esta experta—. Sin
embargo, cuando solo le reprendemos por pedir, llorar, patalear…, sin
enseñarle a canalizar esas emociones, no le ofrecemos herramientas para
enfrentarse a próximas frustraciones que pueda experimentar».
Y, por otro lado, cuando el niño es consentido para evitarle una frustración (evitarle la rabieta), se le está «condenando».
Porque en lugar de usar su potencialidad para crecer y madurar en el
camino de la aceptación de la frustración; lo está usando para controlar
a los adultos.
Cómo enseñar a canalizar las emociones
—No te enfades, ni grites ni amenaces. Dile las cosas con cariño y firmeza.
—Conserva firme tu postura, pese a la rabieta. Entiende que ante la frustración lo único que tu pequeño puede hacer —por su inmadurez— es quejarse.
—Valida su emoción. «Te puedes enfadar, cariño. Veo que estás enfadado».
—Si se alarga la rabieta, marca una pequeña distancia física.
Separarte un poco de su lado dando a entender que no te interesa
alargar su pataleta. Eso sí, vigila siempre su seguridad, que no se haga
daño a sí mismo ni a nadie más.
—Establece una distancia emocional, pero sin dejarlo solito. Le puedes decir mensajes del tipo «cuando te calmes, te atiendo. No me gusta que me trates mal, etc.».
—Acércate a él, tócalo si se deja y si puedes ofrécele ya alguna alternativa para que no se bloquee en la frustración: «veo que aún sigues enfadado, cariño, pero me gustaría que vinieras a ver las frutas conmigo».
«¡Ojo! —advierte Cristina García— si después de la rabieta,
el niño obtiene lo que tanto deseaba, habrá aprendido que si llora y
patalea con todas sus fuerzas consigue hacer que sus padres cambien de
opinión para obtener sus deseos. Lo que debe aprender es que si está
enfadado —porque le han dado un “no”— puede sacar su rabia, llorar,
desahogarse porque está frustrado, pero que igualmente debe cumplir con lo que dicen papá o mamá, pues ellos saben lo que es bueno y necesario para él».
Qué hacer después de la rabieta
Una vez pasada la explosión emocional que
viene acompañada de llanto, gritos, pataletas, y una vez que el niño se
haya calmado, es el momento de utilizar las palabras, la lógica o la
razón, antes no. Ahora sí podemos hablarle de cuál era la conducta adecuada,
los motivos por los que no le hemos dejado hacer una cosa u otra, o
cómo puede responder adecuadamente la próxima vez que se enfade.
Poner palabras a sus emociones y acciones de forma sencilla, les ayuda a ir aprendiendo a identificarlas y nombrarlas y también a expresarlas de forma correcta. Es decir, les permite a aprender a gestionarlas.
«Este aprendizaje es de largo recorrido —añade
esta experta en Educación Infantil y Emocional—. Es decir; si tu niño
es de los que se descarga golpeando a los demás, necesitará muchas veces
de tus límites protectores y sencillas explicaciones posteriores para
ir integrando este aprendizaje. Dicho de otra forma, requerirá varios meses o todo un año para ir aprendiéndolo. Tu constancia y tus mensajes serán cruciales».
ABC, 15/06/2015
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