SALOMÉ GARCÍA
A estas alturas, la temporada piscinera ya funciona a toda
máquina. Algunos la usarán para echarse unos largos. No hace falta que
sea a nivel olímpico, con bracear y no hundirse ya cuenta como nadador.
De hecho, el 24,2 % de los españoles confiesa que practica este deporte,
según el estudio La salud físico-deportiva de los españoles, realizado por la asociación Sport Cultura Barcelona en 2013 con el beneplácito del Consejo Superior de Deportes.
Este dato convierte a la natación en el deporte favorito para practicar
a este lado de los Pirineos (si se trata de sentarse como espectador
ahí gana por goleada el fútbol, soberano deporte que engancha al 48% de
nuestros compatriotas, según el CIS).
Sin llegar a nadar, muchos se sumergirán en la piscina a chapotear, a
jugar o, simplemente, a librarse de la canícula. Pero habrá un pequeño
grupo que la mire de reojo, convencidos de que zambullirse en ella
traerá toda suerte de efectos secundarios adversos. Con algo de
prevención y cuidados al salir del agua, los expertos coinciden en que
se puede disfrutar de un refrescante baño sin tener que lamentarlo.
Enemigo número uno: el cloro
Es imprescindible para que la piscina no se convierta en un consomé de gérmenes (aunque, por fortuna, cada vez hay más opciones ecológicas), pero también es el responsable de resecar la piel, ya que deteriora su manto graso protector, según advierten desde la Academia Española de Dermatología y Venereología.
“El pH de la piel es de 5,5. El del agua, de 7, y eso ya, de por sí,
reseca”, comenta la dermatóloga Elia Roó, coordinadora de la Unidad de Dermatología Estética del Hospital Sur (Madrid) y directora de Clínica Clider.
Estos efectos adversos pueden mitigarse embadurnándonos con un aceite
protector o una crema barrera para crear una película impermeable sobre
la piel. Pero con muchos bañistas siguiendo esta medida, se acabaría
formando una capa grasa en la superficie del agua bastante repugnante
(de ahí lo de la ducha previa obligatoria). Lo mejor, si la sequedad no
es alarmante, pasa por dejar esas precauciones extremas para pieles
atópicas y, simplemente, ducharse al salir e hidratar a conciencia al
terminar la jornada, como sugiere Roó.
Prevenir la alergia
Entramos en el capítulo de otras sustancias del agua de la piscina
que tampoco le sientan bien al cuerpo. Coloquialmente se le echa la
culpa de todo al cloro, pero hay otras que también irritan. Es el caso
de la cloramina, un compuesto formado por la reacción química entre el
cloro y otros fluidos orgánicos presentes en el agua, como la saliva y,
sí, el ácido úrico de la orina. “Puede causar alergia y asma en niños de
corta edad, porque chapotean y suelen permanecer más tiempo en el
agua”, advierten desde Neumosur,
una asociación sin ánimo de lucro que reúne a neumólogos y cirujanos
torácicos de las comunidades de Andalucía, Extremadura, Ceuta y Melilla.
La falta de control del pis entre los más pequeños hace que sus
piscinas sean las que más cloramina contienen. Las consecuencias son tos
y ahogo. Suele superarse con la edad. Para muestra, el campeón olímpico
Ian Thorpe. Lo pasaba tan mal con su alergia que en la competición
interescolar de 1984 nadó con la cabeza fuera del agua. Aun así, ganó la
medalla de oro. El resto ya es historia. Más negro es el panorama que pinta el profesor Ernest Blatchley en el estudio Environmental Science & Technology, publicado en la revista de la Sociedad Americana de Química.
Según este informe, el compuesto puede causar daños cardíacos y
neuronales. La buena noticia es que hace falta una cantidad ingente de
orines en el agua para convertirla en puro veneno. En cualquier caso, no
está de más recordar a niños y grandes que ni se escupe ni se micciona
en la piscina. Por cierto, Ian Thorpe reconoció en su día que aliviaba
sus aguas menores dentro de la pileta.
Atención a la dureza
Hay aguas y aguas. La que acaba por obstruir su lavadora con
depósitos de cal tampoco casa bien con la piel y es la más habitual en
el litoral mediterráneo español. “En las regiones donde sus reservas
hídricas presentan una mayor concentración de minerales (sobre todo,
calcio y magnesio) se registran hasta un 10% más de casos de eccema por
dermatitis atópica infantil”, explica la dermatóloga Cristina García
Millán, del Grupo Pedro Jaén.
Hay dos maneras de evitar que la piel del menor empeore en verano:
impedirle bañarse en piscinas (solo válida para padres desalmados) o
minimizar los efectos de la cal sobre la piel. “Para ello se aplican las
llamadas cremas barrera, que combinan las propiedades reparadoras y calmantes de las plántulas de la avena rhealba
con las propiedades reparadoras del cobre y el zinc. Hay que usarlas
unos 15 minutos antes de que el niño se bañe. Al final de la jornada, le
ducharemos con productos de higiene especialmente formulados para
pieles atópicas”, apunta Elena Saldaña, de la farmacia donostiarra Olaizola.
Adiós a los ojos rojos
Entre el cloro y la cloramina los ojos pueden acabar enrojecidos tras una sesión en la piscina. Desde el hospital Vithas Nuestra Señora de América,
en Madrid, recomiendan las siguientes pautas de protección: usar gafas
de buceo si nos sumergimos para evitar rojeces, escozores y picores, no
prescindir de las de sol fuera del agua para que la exposición
prolongada al astro no provoque irritación, quitarse las lentillas a la
hora del baño pata ahuyentar a hongos y bacterias y, en caso de dolor o
irritación ocular durante nuestro día de piscina, lavar los ojos con
suero fisiológico y aplicar unas gotas de lágrimas artificiales. "Si los
síntomas no remiten en unas horas, recomendamos acudir al oftalmólogo",
zanjan desde el centro médico.
No al pelo verde
Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre. “El cloro no cambia
el color del cabello. De eso se encarga el sulfato de cobre, una
sustancia azulada que se añade al agua para eliminar los hongos”,
comenta el peluquero Juan Pedro Atienza.
Y aquí sobreviene la tragedia: el azul resultante más el amarillo del
pelo dorado acaba en verde. Además de mantener la cabellera fuera del
agua, “puede protegerse con aceites capilares o mascarillas para crear
una película impermeable”, aconseja el peluquero Eduardo Sánchez.
Conservar la sonrisa
Si usted es los de chapuzón breve y tumbona, no tiene por qué temer
por sus dientes. En cambio, si aspira a medalla olímpica, debería
preocuparse. “Las personas que nadan más de seis horas a la semana
exponen sus dientes a grandes cantidades de agua tratada químicamente.
Estos productos dan al agua un pH superior al de la saliva, haciendo que
las proteínas salivales se descompongan rápidamente y formen depósitos
orgánicos o sarro marrón en los dientes”, explica la odontóloga Marta
del Pozo, de la Clínica Dental Córdoba Del Pozo.
Se conoce como el sarro del nadador. “Aparece predominantemente en los
dientes delanteros, dándoles un aspecto amarillento- marrón”, cuenta. Su
consejo es evitar esa erosión dental mediante fluoraciones dentales en
el dentista cada seis meses, aproximadamente, y usar pastas dentales con
flúor.
Hongos a raya
Un bañador mojado
viene a ser un hotel de cinco estrellas para los hongos vaginales.
“Sobre todo, las mujeres con tendencia a las infecciones vaginales deben
cambiarse el bañador por uno seco para evitar la humedad. Al final de
la jornada se debe usar un jabón íntimo con un pH específico para la
zona genital (pH 5-5,2)”, advierte la ginecóloga Laura Rodellar: "El gel de ducha corporal tiene un pH diferente y puede resultar agresivo para la flora vaginal”.
Manos de seda
Existe una leyenda urbana según la cual los hongos de las uñas se
curan con el cloro. “Yo no lo consideraría un remedio. En caso de tener
hongos lo prudente es ponerse en manos de un dermatólogo”, advierte
Isabel Guillamon, directora de los centros de manicura Nail’s Secret.
“El cloro reseca la piel. Y esto incluye también las cutículas y las
uñas. Por eso lo mejor es aclararse al salir del baño e hidratar”.
Mimar los tatuajes
Hay que esperar cinco días desde que se estrena tatuaje para
zambullirse. “Al principio los baños deben ser cortos y conviene aclarar
con agua mineral al salir de la piscina. A continuación, se seca con
papel de cocina y se aplica una buena pomada cicatrizante”, explica
Esteban Pérez, de El Oso Tattooador. Advertencia: ni antes ni después de zambullirse debe darles el sol.
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