CESAR GARCÍA
Escritor y profesor universitario
El sol y el calor en
demasía provocan melancolía. Albert Camus, en sus apuntes sobre Orán,
señalaba la tristeza que le sugería el sol del Mediterráneo.
Contra lo que transmiten los anuncios, los folletos y los banners, el verano puede ser una estación melancólica, de desánimo. El dolce far niente
puede transformarse en un ogro que nos deglute. Hay una fina línea
entre el reposo reparador y la angustia por llenar 24 horas al día,
sobre todo cuando uno tiene a cargo niños o adolescentes que se ahogan
en el tedio.
Muchos pasan el tiempo en pandillas, se mueven en
bici o en motocicleta. No se despegan del smartphone y del whatsapp. Se
levantan tarde y se unen al grupo ininterrumpidamente, excepto para
repostar en casa a la hora de la comida y, quizás, de la cena. ¿Se
sienten bien? No sé.
Pasan muchas horas en la piscina, más
tostándose al sol que en el agua. Las conversaciones son livianas y hay
una inequívoca tensión sexual en el ambiente cuando se juntan chicos y
chicas. Un porro por aquí, una cerveza por allá, alguna partida de ping
pong si se tercia. Infinidad de horas muertas jugando a las cartas,
viendo deportes, quizás practicando alguno los más heroicos, leyendo,
nunca, a no ser un libro de texto por imperativo legal.
Por la
noche, unas cervezas, unos porros, el amor o el deseo haciendo de las
suyas, también las inevitables decepciones de aquellos que no han
encontrado su sitio todavía. Dormirse tarde, levantarse tarde y comenzar
de nuevo. Así dos, tres meses. Año tras año, hasta que se concluyen los
estudios y la juventud de antes, no la de los treintañeros de ahora,
expira definitivamente.
Hemos construido una mitología en torno al dolce far niente,
al placer de no hacer nada, alrededor de las horas largas en compañía
de otros, de la pandilla. No sé, a mí que la he vivido no me convence.
En
la era del "yo", deI anglosajón siempre en mayúscula que se ha abierto
paso con fuerza en el resto del mundo occidental y del que no lo era, de
las narraciones en primera persona, del mal gusto internetero, habría que educar en la rebelión.
La
rebelión hoy día probablemente no sean las pancartas, las manis ni
Podemos. La rebelión es regalar tiempo al que lo necesita, que hay
muchos, especialmente viejos pero también jóvenes, ayudar, hacer
compañía al que se siente sólo, reconstruir lo que una vez saltó por los
aires.
¿Puede un chico de 15 o 16 años hacerlo? Creo que sí. No hay trabajo, es cierto, pero hay mucho que hacer.
¿Necesitan
tres meses de vacaciones? No. Hay que hacer algo. Los llamados
campamentos son, en su mayoría, una manera más de dejar pasar el tiempo.
En
la era del reciclaje, de la sostenibilidad, el tiempo se va a menudo
por el desagüe sin ningún control. Sobre todo a los más jóvenes. Hay
multitud de estudios que demuestran que dar contribuye a la felicidad
personal más que recibir. En lo que se refiere a educación, se ha
progresado mucho en este país con respecto al civismo (aunque aún muchos
nos quejemos); no así en otras áreas, como la idea del servicio a los
demás.
Los americanos lo inventaron (tienen varias palabras para ello, como ministry o service),
pero desafortunadamente se ha convertido en una industria, ya que
muchos buscan únicamente utilizarlo para el éxito personal en sus
currícula. Podemos aprender de sus errores, de su resultadismo, a no
utilizarlo como una manera de adelgazar el papel del Estado.
Espero que la asignatura Educación para la Ciudadanía vaya sobre eso aunque, por lo que escucho, tengo mis dudas.
Seguir a César García en Twitter:
www.twitter.com/AmericanPsique
THE HUFFINGTON POST, Miércoles 15 de julio de 2015
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