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¿Hay algo peor que una madre enrollada?

ANA DEL BARRIO
Mientras tú intentas sobrevivir en el taller de manualidades de los niños tan generosamente organizado por el colegio, la madre enrollada ya habrá cosido con esmero una marioneta digna de tener su propia obra en el Retiro con un papel protagonista.
Si tú luchas por evitar que la tarta casera que has preparado con dedicación sea declarada una ruina nacional, ella ya habrá sacado del horno una bandeja de cupcakes con fondant de colores y merengue italiano. Cuando tú hayas conseguido tumbarte en el sofá durante cinco minutos, la madre enrollada habrá montado y desmontado cuatro veces las construcciones de Lego, descifrado cómo se juega al Magic the Gathering (llevo un mes intentándolo) y estará leyendo un cuento en alto a sus retoños con la mímica y entonación adecuadas.
Durante la infancia, la cosa va bien. Todas envidiamos ese tremendo chorro de energía. Pero el drama llega con la adolescencia. Las madres enrolladas habrán urdido más pellas que tú, se habrán emborrachado más que tú, habrán tenido más novios que tú y habrán hecho más Interrails que tú. Y se empeñarán en alardear de ello ante sus hijos y en propagarlo a los cuatro vientos. ¡Y eso que en aquella época no había Facebook ni Instagram y sólo pueden dar testimonio de sus hazañas unas roñosas fotos del pleistoceno!
Reconozcámoslo. Todos tenemos en algún momento la tentación de ser padres enrollados. Es mucho más apetecible ser el guay que el coñazo y responsable. ¿Quién no se ha dejado llevar en alguna ocasión?
Todavía recuerdo la cara de espanto de mi hija cuando me puse a bailar el Just Dance en presencia de sus amigas. Poseída por el espíritu de Gloria Gaynor, comencé a emular los pasos del juego de la Wii. Sí, lo admito. Tal vez me excedí en los movimientos de cabeza, en los aspavientos con los brazos y en los decibelios de la voz. Justo cuando estaba en plena vorágine dándolo todo, pude observar en la lejanía el rostro avergonzado de mi hija haciéndome gestos para que parase en seco mi memorable actuación.
Todos atesoramos nuestros pequeños pecados confesables. Lo malo es cuando la madre enrollada se empeña en salir con sus hijos, hacerse su amiga en Facebook y vestirse como ellos. ¿Hay algo más patético que un padre fumando porros en la fiesta de su hijo? ¿Existe algo peor que una mamá con minifalda y tatuajes en plan quinceañera?
El asunto no ha hecho más que empeorar. Antes los roles estaban bien definidos. Los padres guays eran la excepción y nuestros progenitores eran señores hechos y derechos, que no pretendían ser nuestros colegas. Pero ahora, esas barreras han desaparecido. Los padres y madres de 30 ó 40 años viven como si tuvieran 20 y los adultescentes son legión. Juegan a la play más que sus retoños, son fans de Star Wars, llevan Converse, leen cómics y no renuncian a salir de copas.
Es más, se puede dar el caso de que el padre enrollado sea incluso más inmaduro que su propio hijo. No es la primera vez que veo a algún crío abroncando a sus padres, mientras éstos intentan en vano disimular su borrachera.
Pero, ¿cuándo vamos a frenar esta deriva? Parafraseando a Rajoy, un adulto es un adulto, un amigo es un amigo y un niño es un niño. Y no se deben mezclar los papeles. Ya lo dice Javier Urra: los hijos tendrán muchos colegas, pero sólo unos padres y necesitan que éstos se comporten como tales.
Y tú, ¿cómo lo ves? ¿crees que los padres de ahora somos demasiado enrollados e inmaduros? O al revés, ¿hemos logrado ser más cercanos con nuestros hijos y comunicarnos mejor?
EL MUNDO, Lunes 18 de abril de 2016
Imagen: Modern Family

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