OLGA R.SANMARTÍN
Las columnas que sustentan el colegio público Ramón y Cajal
están forradas de lana. Los pequeños cuadrados de crochet multicolor se
han tejido, mano a mano, entre los más ancianos y los más pequeños de Alpartir, un pequeño municipio situado a 60 kilómetros de Zaragoza. El mosaico comenzó a crecer hace un año, cuando las abuelas
acudieron al centro a enseñar ganchillo y macramé a los alumnos, que, a
su vez, adiestraron a sus mayores en el complicado oficio de las
pulseras de gomitas. Lo han llamado rural knitting, que se
traduce como «tejiendo en el pueblo». «Todo esto es curricular.
Desarrolla la psicomotricidad fina y ayuda a mejorar la convivencia y
las relaciones sociales», explica el director del colegio, José Antonio Rodríguez.
En Alpartir tienen una escuela muy particular. Está tan interconectada con el pueblo que se ha convertido en el principal agente dinamizador de sus 565 vecinos.
Mientras que las localidades de la zona han ido despoblándose, este
municipio ha logrado mantenerse en el mismo número de habitantes durante
los últimos años. «Esta escuela mantiene la población», subraya el
granadino Rodríguez. «Abrimos hace poco, en 2009, cuando la tendencia era ir cerrando escuelas de pueblo. Pero, si no hay escuela, ¿qué pareja joven iba a querer vivir aquí? Una escuela cerrada esun pueblo muerto».
Los
abuelos acuden a las aulas del Ramón y Cajal con regularidad y enseñan a
los estudiantes a bailar la yenka, mientras que los niños les dan
clases de informática. Los padres y las madres sirven de ayuda a los
profesores en algunas clases. Y el Ayuntamiento también participa. Cada dos años, se aprueba en el Salón de Plenos del consistorio la Constitución del colegio, que está redactada en castellano, rumano y árabe, «las lenguas oficiales» del centro. Los críos retransmiten el solemne acto por radio
«Aquí la comunidad educativa no la forman sólo los alumnos, los profesores y los padres, sino también el ayuntamiento, los vecinos y las 10 asociaciones que hay en el municipio», explica la alcaldesa de Alpartir, Marta Gimeno
(PSOE). «El Ayuntamiento y la escuela vamos de la mano y, gracias a
eso, el colegio de nuestro pueblo nos ha situado en el mapa».
Sólo cinco profesores
Con sólo siete años de vida, esta escuela de Infantil y Primaria de sólo 34 alumnos y cinco profesores se ha convertido en un referente. El Gobierno de Aragón
la eligió a principio de curso para presentar su estrategia de
innovación educativa y hoy su nombre va a sonar porque es uno de los
tres centros españoles que entrarán a formar parte este año de la red
internacional de Escuelas Changemaker de Ashoka, una fundación filantrópica nacida en EEUU que se recorre el mundo en busca de los mejores colegios.
El Ramón y Cajal potencia el trabajo por proyectos y ha hecho algunos cambios en el método de aprendizaje tradicional. Las Matemáticas, por ejemplo, las aprenden con la ayuda de Lego; las Ciencias Naturales, con el huerto que cultivan o con el observatorio de aves que han habilitado en la biblioteca; y las Ciencias Sociales, con su intercambio de experiencias con los abuelos.
«Antes,
los niños y los ancianos apenas se hablaban entre ellos. Pero ahora
tienen contacto gracias a este tipo de actividades. Los efectos han sido
muy buenos: los abuelos se sienten útiles y los
alumnos aprenden a respetar y a valorar más a sus mayores. Además,
perciben que sus familias se preocupan por su educación y se sienten importantes», señala el director, esgrimiendo un informe de la UE que sostiene que «los proyectos educativos que tienen más éxito son aquellos en los que más participan las familias y en los que hay grupos más heterogéneos».
En el Ramón y Cajal concurren estas circunstancias. Son heterogéneos porque los 35 alumnos están distribuidos en tres aulas en las que aprenden mezclados estudiantes de distintas edades. En Infantil, hay 13 niños de tres cursos diferentes. En Primaria se han habilitado dos clases. En una están 11 alumnos de 1º a 3º (de seis a nueve años) y otra agrupa a 10 niños de 4º a 6º (de nueve a 12 años).
Además, en muchas actividades participan todos juntos, desde Hassan, que, con tres años, es el más pequeño, hasta Esteban, que, con 12 años, es el mayor.
Tres cursos en una misma clase
¿Cómo
funciona dar clase a tres cursos a la vez? ¿Les ponen distintos
ejercicios? ¿Tienen todos el mismo nivel? «Al principio das lo mismo a
todo el mundo», responde la maestra de Inglés, Alba Piñel,
«pero luego a cada uno le exiges una cosa diferente. Por ejemplo, todos
aprenden las palabras agudas, pero los mayores se centran en los
diptongos y los hiatos. Hay atención individualizada y también hacemos desdobles con los niños con necesidades especiales».
Todos
los profesores coinciden en que este sistema les da «más trabajo», pero
están «contentos». «Si este colegio estuviera un poco más cerca de
Zaragoza, yo me jubilaba aquí. Es el centro perfecto por el número de
niños, por la cercanía de las familias y por lo bien que nos
coordinamos», expresa Sergio Yus, maestro de Infantil.
Le da la razón Silvia Gil, madre de la pequeña Paula,
que ha acudido a la escuela para ayudar a Sergio Yus en los proyectos:
«Vengo una hora a la semana y mi cometido es estar con ellos y que se
enteren bien de lo que tienen que hacer. Me gusta este colegio porque
enseñan a respetar. Los mayores se responsabilizan de los pequeños y los
pequeños aportan ideas que sorprenden y enriquecen a los mayores».
En
el aula de al lado, en Infantil, tres generaciones se han reunido para
celebrar la asamblea. Están los niños, está el profesor y están Pantaleón Gómez (69 años) y Loli Palacios (64 años), que han ido a charlar con ellos.
«Venir
me aporta la satisfacción de estar con los niños y enseñarles algo. Me
hubiera gustado mucho que mis abuelos hubieran hecho esto conmigo», dice
Pantaleón Gómez, que, como ha trabajado de agricultor toda su vida, también les enseña a preparar el huerto.
Mientras unos preparan la tierra, otros se encargan de las semillas. Tienen alcachofas, fresas y hierbabuena, un hotel para insectos y una compostera. Desde el gran ventanal de la biblioteca se ven los almendros en flor, donde se detienen a comer los pájaros.
«A mí los abuelos me han enseñado que, en su época, se entraba a trabajar antes y que la vida era más dura», dice Félix Sanz, un niño de 11 años que ejerce de bibliotecario, de mediador de conflictos y de representante del alumnado en el Consejo Escolar.
Los resultados
Con
tanta actividad, ¿qué resultados académicos obtienen los estudiantes de
Alpartir? «En cuanto a contenidos, igual que el resto: en evaluaciones
de diagnóstico salimos igual que la media de Aragón. Pero en el instituto al que van después, en el municipio de La Almunia de Doña Godina,
nos dicen que tienen mucha capacidad para trabajar en equipo, para
participar y para expresarse oralmente. Son niños más despiertos y
sociables», explica José Antonio Rodríguez, que cuenta que están
adquiriendo fama en la región y que reciben alumnos de otros municipios.
¿Y que problemas tienen? Todos coinciden en
que, además de las dificultades en la conexión a internet, los medios
limitados y la distancia de la ciudad, hay una gran dificultad en la
elevada movilidad del profesorado. «Todos los años cambia un 60% de la plantilla
y así es muy difícil darle continuidad al proyecto. Nosotros, en
cualquier caso, tenemos suerte, porque en otros colegios se renuevan
todos los profesores cada curso», afirma el director.
Hay 812 escuelas
como ésta en España, los denominados centros rurales agrupados, donde
se juntan alumnos de Infantil y Primaria de municipios con población
escolar muy reducida. La Ley Orgánica para la Mejora Educativa (Lomce)
contempla que se tenga en cuenta «el fenómeno de la despoblación del
territorio [...], así como las necesidades específicas que presenta la
escolarización del alumnado de zonas rurales».
EL MUNDO, Miércoles 14 de abril de 2016
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