CARLOTA FOMINAYA
Es la hora de comer en la Unidad Psiquiátrica del
Hospital Niño Jesús. El menú: lentejas, tortilla francesa con champiñones,
macedonía de frutas y pan integral. Un grupo de chicas habla de fotografía
mientras dan cuenta de sus bandejas bajo la atenta mirada de las enfermeras. Sin
móviles, sin espejos para evitar posibles autolesiones y garantizar su
seguridad… pero con el peluche encima de la cama, estas adolescentes forman
parte del 30-35% de las ingresadas por Trastornos de Comportamiento Alimentario
(TCA).
Esta enfermedad, más frecuente en la adolescencia
que en cualquier otra época de la vida, cada vez se inician antes. Según los
últimos datos epidemiológicos de la Asociación Española para el Estudio de los Trastornos de
Comportamiento Alimentario (AEETCA), los diagnósticos por cuadros completos
de anorexia nerviosa se adelantan a los 13 años, cuando antes se producían a la
edad de 14 o 15. «Cada vez ingresan chicas más jóvenes», corrobora Montserrat
Graell, coordinadora del Servicio de Psiquiatría y Psicología Infanto Juvenil del Hospital
Universitario Niño Jesús, de la cual depende la Unidad de Trastornos de
Alimentación.
El dato es muy relevante, indica esta psiquiatra, porque este problema de salud
tiene importantes repercusiones en el desarrollo biológico, psicológico, social
y familiar de los niños y adolescentes que lo padecen, además de suponer la enfermedad mental con mayor índice de mortalidad a lo largo
de la vida de la persona que lo sufre (5%). Si bien se ha adelantado el inicio
de su debut, también es un hecho que en la última década, prosigue Graell,
«gracias a que cada vez hay más sensibilidad hacia la enfermedad, el diagnóstico
y el tratamiento por trastorno de alimentación por anorexia nerviosa se realiza
de forma más precoz, y esto hace el pronóstico vital de los enfermos mejore».
Detectar la enfermedad
Los pediatras de Atención Primaria tienen una
posición privilegiada en la detección y la intervención, pero también es
determinante la observación de la conducta alimentaria por parte de los
profesores. «Los colegios se han convertido en un escenario perfecto donde
desarrollar programas de prevención primaria. Son el lugar idóneo para la
observación de conductas alteradas. Los maestros no pueden derivar
directamente a los servicios de salud, pero pueden hablar con los padres»,
remarca la también presidenta de la AEETCA. Porque junto a profesionales médicos y educativos,
la familia es el principal lugar de detección de la enfermedad. De ahí la
importancia de que todos conozcan los síntomas del trastorno en los menores,
muchos de los cuales aparecen meses antes del cambio del patrón alimentario o
del peso.
Síntomas más importantes
Por eso es importante que todos conozcan los
síntomas del trastorno en los menores. Al principio, aún sin haber cambiado su
patrón alimentario ni el peso, comienzan a mostrar una preocupación excesiva
por el contenido calórico, las etiquetas de los alimentos, las dietas... Muchas
son las chicas que consultan webs fomentan la anorexia. «donde se
proponen carreras de kilos, dietas restrictivas, consejos para vomitar sin que
se den cuenta los padres, para ir al baño, y hasta oraciones a Ana (anorexia) y
a Mía (bulimia)», explica la experta en educación nutricional y trastornos de
comportamiento alimentario y profesora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la doctora Marga
Serra.
También en estas fases iniciales se muestran cambios de estado de ánimo con
intensa irribabilidad, inestabilidad emocional, tristeza o aislamiento social.
No es raro, añade la doctora Graell, «que meses antes de la pérdida de peso, la
adolescente muestre rechazo a socializarse con sus coetáneos por pérdida de
interés, sentirse diferente o rechazada. Muchas veces establece relaciones de
competencia y comparación exagerada con los compañeros, y desarrolla un interés
desmedido por el deporte como medio para quemar calorías».
Curiosamente, añade esta psiquiatra, «el tiempo
dedicado al estudio puede incrementarse a la vez que se aumenta la preocupación
por el peso y la comida». Como corrobora Belén Olías, autora del «Clara ante el Espejo», en el que se relata su experiencia
con la anorexia, «puedes tener unas notas buenísimas, que la procesión
va por dentro». La alerta definitiva debe emitirse, advierte la
doctora del Hospital Universitario Niño Jesús, «cuando se produce la pérdida de
peso y la falta de amenorrea. Si esto sucede, la enfermedad ya está activada».
El papel de la familia
Cuando esto sucede, se hace necesario un
tratamiento «intensivo y extensivo», con una duración aproximada de unos 5 a 6 años, y con visitas
ambulatorias semanales durante los primeros 24 meses, donde la familia cobra de
nuevo un papel «vital». «Buscamos que al menos tres de sus miembros se
conviertan en nuestro equipo. El recorrido es largo», apunta Graell. Es
importante que esta «comprenda la enfermedad, y que no se sienta culpable. La
culpa es una mala compañera y por lo general, los padres no generan las
enfermedades de sus hijos», advierte esta psiquiatra.
En esta lucha contra la «culpa de las familias»
es fundamental la labor de asociaciones como la Federación Española de Asociaciones de Ayuda y Lucha contra la
Anorexia y la Bulimia (FEACAB), que preside Mari Carmen Galindo, y que
están especializada en «acompañar y ayudar a los padres a convertirse
en coterapeutas».
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