CESAR BONA
1. Que debemos hacernos muchas preguntas. Los
alumnos me han hecho preguntas maravillosas. Por ejemplo: "¿Por qué
tenemos dobleces en las orejas?". Ellos me han enseñado a admirarme otra
vez por lo que nos rodea y a valorar las pequeñas cosas.
2. Que la escuela no es una burbuja. No es solo un
lugar donde adquirir conocimientos: en la escuela también se aprende a
vivir en sociedad y es el lugar perfecto para ayudar a los padres a
educar a sus hijos. Así que el conocimiento es solo una parte: el
hacerles conscientes de que somos parte de la sociedad y darles
herramientas para ser seres sociales es fundamental.
3. Que debemos sintonizar con el mundo de los niños.
No debemos arrastrar a los niños hasta el mundo de los adultos e
intentar que piensen como nosotros, porque todavía no han vivido en la
adultez. Sin embargo, los adultos sí hemos sido niños, por lo que, para
hacernos entender, nosotros tenemos que hacer el viaje hasta su mundo.
4. Que no se trata de cambiar a los niños sino nuestra perspectiva de ellos. En mi libro
hablo de un alumno al que descubrí escupiendo en el asiento de mi moto
como respuesta a una mala nota. Al año siguiente, me tocó ser su tutor, y
le pregunté: "¿Qué es lo que más te gusta?". Me dijo que le gustaba
escribir cuentos, así que le pedí que transformara en cuentos las
unidades de ciencias, para luego explicarlas a sus compañeros.
Finalmente aprobó todo porque su autoestima había aumentado.
5. Que no hay alumnos imposibles. Hay alumnos con
los que me ha costado conectar. Curiosamente, son los que más me han
enseñado. Creo que muchas veces los abordamos de forma negativa, como
reprendiéndoles de antemano: "¿Por qué haces esto?" o "¿Por qué haces
aquello?". Es mejor acercarse de forma positiva: "A ti, ¿qué es lo que
te gusta hacer? ¿Qué puedes enseñar a los demás?".
6. Que podemos cambiar la competitividad por la cooperación.
Dedico los primeros días de clase a hablar sobre respeto y cooperación.
Abro esas puertas para que ellos las crucen durante el curso. Por lo
general, siempre da buenos resultados. En el aula tenemos un programa en
el que los alumnos con más facilidades para las distintas materias se
convierten en "altruistas", mientras que quienes tienen más dificultades
son "buscadores". Siempre se ayudan y se animan entre ellos.
7. Que las clases sean divertidas no significa que den malos resultados.
Más bien es lo contrario. Pese a que las clases puedan ser divertidas y
que hagamos actividades donde participan más de lo normal, es
fundamental hablar con los alumnos sobre autoexigencia positiva, sobre
la necesidad de que sean exigentes consigo mismos.
8. Que nuestra vida está llena de ideas para las clases.
De niño, yo era una persona extremadamente tímida, lo que me trajo
algunos problemas. Y no quiero que a mis alumnos les ocurra lo mismo,
así que los invito a que se suban encima de las mesas y a que expresen
lo que piensan. Si nos detenemos a pensarlo, la expresión oral debería
estar más presente en las escuelas, porque es una herramienta que usamos
cada día de nuestra vida.
9. Que los alumnos deben ir felices a clase. Si un
adulto se cansa de su trabajo, tiene la posibilidad de marcharse. Sin
embargo, los niños no tienen ese margen de elección, así que debemos
esforzarnos en que se sientan cómodos.
10. Que te pueden enseñar muchas cosas que ellos llevan dentro.
Por ejemplo, en una escuela con niños poco interesados en los estudios,
había un chico que tocaba el cajón flamenco. Le pedí que, un rato antes
de cada clase, me enseñara a tocarlo. Los demás alumnos se unieron a
sus lecciones y comenzaron a venir al aula con más ganas.
11. Que por encima de la vocación está la actitud.
El año previo a la universidad aún no tenía claro a qué dedicarme: que
si filología inglesa, que si periodismo, que si filosofía... Al final
opté por la primera, por una razón muy sencilla: era la única que podía
estudiarse en Zaragoza. Al empezar la carrera, me veía como traductor o
intérprete, pero cuando empecé a buscar trabajo me encontré delante de
25 niños, y aquello me encantó. Tuve suerte.
12. Que el humor es necesario en las aulas. Los
niños suelen ser felices. Cuando un niño pasa varios días sin reírse,
hemos de preguntarnos qué le ocurre, porque no es normal.
13. Que los maestros, los padres y la administración debemos entendernos.
La educación es algo que nos incumbe a todos, así que todos albergamos
nuestras propias opiniones. Pero debemos trabajar de una manera
coordinada. Jamás se conseguirá nada tirando piedras de unos tejados a
otros porque, en el fondo, los únicos perjudicados van a ser los niños.
14. Que siento repelús cuando los medios se refieren a mí como "el mejor profesor de España".
Me siento muy afortunado por haber sido finalista en el Global Teacher
Prize, pero eso no me convierte en el mejor maestro de España. Hay
multitud de maestros que trabajan en la misma dirección y que se merecen
el mismo reconocimiento. Los medios de comunicación deberían sacar a la
luz esas historias.
15. Que los maestros no debemos olvidar por qué elegimos esta profesión.
Cuando una maestra llega por primera vez a una escuela, su rostro,
lleno de ilusión, lo ilumina todo. Debemos ser perseverantes, porque en
esta profesión hay gente desilusionada. Uno de nuestros retos es
contagiar a toda esa gente que hace tiempo que perdió la ilusión por
esta profesión, mostrándoles todas las cosas maravillosas que podemos
hacer.
16. Que todos los niños y niñas tienen algo que todos los seres humanos tenemos:
la necesidad de sentirse queridos, el anhelo de sentirse escuchados y
el deseo de sentirse útiles. Y que, por encima de todas las metodologías
que puedan aparecer, debemos ir a lo básico y construir sin olvidar
jamás esos principios.
EL PAÍS/VERNE, Viernes 1 de abril de 2016
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