ÁNGEL RULL
La procrastinación consiste en posponer cualquier
tarea, dejándolo para última hora o, incluso, no llegar a hacerlo nunca. Algo
muy extendido pero que acaba generando malestar, ansiedad y
malas notas en el caso de los más pequeños.
Hacerlo de forma esporádica no tiene ninguna
repercusión importante en nuestros hijos. Sin embargo, si se convierte en una rutina, puede afectar a toda la etapa escolar o la vida profesional en un
futuro a largo plazo. Por eso, los padres deben inculcar acciones más correctas
en los pequeños.
¿Por qué procrastinamos?
La frecuencia de la procrastinación depende de cada
persona, pero una serie de razones son comunes. ¿Por qué posponemos nuestras obligaciones?
Estas son algunas de las causas más comunes:
- Falta de motivación. No nos gusta la tarea que debemos realizar, no tenemos
interés por hacerla o finalizarla. Suele deberse a que la recompensa en sí no
es inmediata.
- No contamos con las herramientas necesarias. O bien desconocemos cómo se hace la tarea o, por
el contrario, no contamos con las habilidades necesarias para llevarla a cabo.
- Mala estimación sobre la productividad real. Creemos que con poco tiempo dedicado y a última hora,
conseguiremos buenos resultados.
- Meta difusa. Objetivos
no realistas o que no van acordes a nuestros valores y metas reales.
Hijos sin procrastinación
Tenemos control sobre el presente, sobre las
habilidades con las que ahora contamos y somos el
mejor ejemplo para nuestros hijos.
Asumir nuestras tareas y resolverlas cuando realmente hay que hacerlo enseñará
a tu hijo una valiosa lección.
Pero no todo es ejemplo. Debemos dotar a nuestros
hijos con 5 herramientas que les ayuden a no
procrastinar.
1. Tareas pequeñas.
Los grandes retos nos asustan a todos y más a los más
pequeños. Por eso siempre debemos enfrentarnos a metas pequeñas. Acabar una
actividad y después encarar la siguiente. Si la meta en sí ya es grande,
debemos enseñarles a subdividirla en tareas más asumibles.
2. Focaliza en la actividad.
Es importante evitar toda distracción. No debemos
introducir ruidos o aparatos que nos distraigan, como tablets o juguetes. Cada
cosa tiene su momento y su espacio, y un rincón acogedor y tranquilo es fuente
de motivación. Los ordenadores o los teléfonos móviles pueden ser usados como
formas de agilizar actividades pero nunca como mecanismo de evitación.
3. Tiempos limitados y específicos.
Cumplir un horario reducido y limitado ayuda a asumir
mejor las metas. Los lapsos de tiempo deben estar ajustado a la edad de cada
niño, teniendo en cuenta que es normal que la atención no perdure más de 30-60
minutos.
4. Rutinas.
Las rutinas son muy importantes para cualquier niño.
Mismos horarios de comida, de sueño y, por supuesto, también para la
realización de las actividades del colegio. Esto les da estabilidad emocional y
les enseña la importancia de ajustarse con cierta disciplina a un horario.
5. Aplaza la recompensa.
No siempre es útil que les premiemos con cosas
importantes cada vez que hacen una tarea. De hecho, hará que no desarrollen una
motivación, sino que se muevan por impulsos externos. Una buena estrategia es
establecer una meta relativamente lejana y que sean necesarios una serie de
pasos intermedios para llegar a ella. Por cada paso intermedio, se le otorga un
punto que le acercará a ese premio final.
La educación de un hijo es un proceso sin punto final
en el que interfieren muchos condicionantes. Es importante prever qué valores les queremos enseñar desde pequeños para
que tengan un óptimo desarrollo en su vida adulta. Saber enfrentarse a cualquier tarea y dentro de unos
plazos les facilitará el camino durante toda su etapa escolar y profesional.
* Ángel Rull, psicólogo.
EL PERIÓDICO, Viernes 27 de julio de 2018
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