
Muchos padres, educadores y entrenadores hablan sin que sus
comentarios pasen el filtro de lo que se debe o no se debe decir. Las
palabras no se las lleva el viento. Quedan, impactan, condicionan la
forma de ser de las personas a las que educamos y generan emociones como
el rencor y la ira por parte de quien se siente agraviado.
Muchos
de estos comentarios, cuando se dicen, ni siquiera se sienten. Son
fruto de arranques emocionales y de la ausencia de reflexión. Muchas
personas tienden a repetir lo que han oído en casa de sus padres,
incluso a sabiendas de que les hizo mal.
Te dejo a continuación
frases que todos han escuchado alguna vez o que puedes haber
pronunciado. No se trata de sentirte mal y culpable si sueles decirlas,
pero sí de tomar conciencia y corregir para que no se repitan. Existen
otras alternativas, otras formas de comunicarnos que facilitan el
entendimiento, la confianza y la complicidad entre niños, adolescentes y
adultos.
1. Un día de estos cojo la puerta y ahí os quedáis.
Los
niños son muy crédulos y se creen todo lo que les dices. Yo recuerdo
que me creí que mi padre era el campeón del mundo del parchís, de la oca
y de todo a lo que jugábamos. Y para él solo era una broma, pero yo me
lo creía. En este caso era un comentario inofensivo. Pero lo mismo
ocurre cuando les dicen que les van a dejar de querer, que se van a ir
de casa y que se van a quedar ahí. El niño se siente culpable y
desarrolla miedos, incluso dependencia emocional. No permitas que tu
hijo pase por este sufrimiento por no saber controlar la situación.
Aprende
técnicas y recursos eficaces para que obedezcan, pero no amenaces con
algo que ellos pueden interpretar de forma angustiosa y que tú jamás vas
a hacer. Hasta que ellos se dan cuenta de que forma parte del control
de su comportamiento, puede haber pasado el tiempo suficiente como para
haber desarrollado culpabilidad, baja autoestima, dependencia emocional y
no sentirse queridos de forma incondicional.
2. No puedo con vosotros. Me sacáis de quicio.
Cuando
dices a tus hijos que no puedes con ellos y que te sacan de quicio,
pierdes la batalla. Jamás les digas esto, incluso estando de los
nervios. Les puedes poner un castigo que hayas reflexionado, puedes
quitarles algo que adoren hasta que se porten bien o cumplan con lo
establecido, pero no les digas que has perdido la fuerza y que te han
ganado, porque eso es lo que significa esa frase.
Realmente los
hijos nunca sacan de quicio, quien te saca de quicio eres tú, que no
paras de contemplar la situación como si fuera la tercera guerra
mundial, empiezas a hablar de forma atropellada, a verbalizar que estás
harto o harta de niños, que no puedes más, gritas y acabas perdiendo los
nervios. Si quieres que te obedezcan, habla de forma relajada, sin
grandes parrafadas, di de forma clara y resumida lo que quieres que se
haga; y si no lo hacen, explica cuáles serán las consecuencias. Y
refuerza cuando cumplan con lo que has pedido. Con dar las gracias a
veces es suficiente.
3. Si me quisieras...
Huye de
la manipulación. Si quieres algo de tus hijos, pídelo. Si quieres
compañía, un beso, que colaboren más, pídelo. Pero no utilices el amor
para hacer chantaje emocional. Es una enseñanza que también utilizarán
ellos cuando sean más mayores. "Papá, mamá, si me quisierais me
compraríais una moto, me dejaríais salir hasta más tarde, etc." Si no
quieres escuchar estos comentarios, no los utilices tú tampoco con
ellos.
4. No puedo confiar en ti.
Todos mentimos
alguna vez, todos fallamos alguna vez. Si generalizamos y le decimos que
no confiamos, pensará que ya no hay nada que pueda enmendar la
impresión que tienes de él. Si te ha fallado dile en qué y cómo te hace
sentir. Pero no generalices como si no fuera a ser capaz de decirte
jamás la verdad. Al revés, dile que sigues confiando en él y que
aprecias que te diga la verdad y reconozca sus errores. Que ese es el
comportamiento que te hace feliz. A ti tampoco te gustaría que te
retiraran la confianza para siempre. Porque ello impide que tú mejores y
seas quien deseas ser.
5. Todo lo haces mal, no hay manera, no sabes hacer nada de lo que te pido.
Después
de esta afirmación en la cabeza de tu hijo solo hay una reflexión: soy
un completo inútil. Esta idea de uno mismo limita la creatividad, el
esfuerzo y la confianza. No hagas juicios de valor de tus hijos, alumnos
o jugadores. No etiquetes. Pide solo lo que necesitas de ellos.
La solución pasa por corregir de forma constructiva en lugar de machacar con el error. No es "todo lo haces mal" sino "piensa si esto se puede mejorar y ahora me lo cuentas, creo que podrías darle una vuelta y mejorar el ejercicio".
La solución pasa por corregir de forma constructiva en lugar de machacar con el error. No es "todo lo haces mal" sino "piensa si esto se puede mejorar y ahora me lo cuentas, creo que podrías darle una vuelta y mejorar el ejercicio".
6. Deberías comportarte como...
Las
comparaciones son odiosas. Cada uno es como es. Si deseas que un niño
se comporte de forma determinada o que haga o deje de hacer algo,
pídeselo. Pero querer que espabile comprándolo con su hermano, con su
primo o con su mejor amigo es un error y le aleja de esa persona. No
querrá estar en contacto con quien es su rival y, además, le supera.
La
solución es pedirle lo que necesitas de él, sin comparativas. En lugar
de "te podrías parecer a tu hermano, que se pone a estudiar sin que le
digamos nada", puedes decirle "sería genial y me darías una sorpresa
enorme si te pusieras a estudiar sin que yo esté pendiente de ti a las
cuatro, que es la hora que hemos acordado".
7. Es que eres tonto.
Ya lo decía Forrest Gump:
"Tonto es el que hace tonterías". Tu hijo es alguien que se equivoca,
que comete errores, que puede que no se esfuerce lo que tú le exiges,
pero no es tonto. Cada vez que escucha esa palabra de ti, se lo cree. Y
terminará por tirar la toalla ante determinados problemas o dejará de
buscar soluciones porque la idea que tiene de sí mismo es la de que es
tonto.
La solución pasa por dejar de etiquetarle. En lugar de
decir "eres tonto, de verdad, no sabes ni poner la mesa", puedes decirle
en qué se ha equivocado y darle la solución: "Carlos, por favor, pon en
la mesa lo que falta, creo que son las servilletas y los tenedores".
Cuida
tus expresiones, no solo con los que depende de que los formemos, sino
con todos. Las palabras pueden hacer mucho daño y no se olvidan.
HUFFINGTON POST, 08/08/2015
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