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Por qué no deberías regalar una mascota en Navidad

 FRAN J. FRADEJAS


Se acercan las Navidades y, previsiblemente, como cada año por estas fechas, se incrementará el número de mascotas que se regalarán y que, posteriormente, acabarán siendo olvidadas o abandonadas por sus nuevos dueños.

Pese a las campañas de protección animal que tienen lugar cada Navidad para concienciar a la sociedad sobre la responsabilidad que conlleva adoptar una mascota, aún hay muchas personas que deciden regalar un animal a amigos o familiares, pensando que la compañía de un perro o un gato los ayudará a sobrellevar una mala época o a reducir su soledad. El hacerlo sin valorar previamente cuestiones como si su futuro dueño también lo desea, el coste económico que supondrá mantenerlo, el estilo de vida del nuevo propietario, etc., puede dar al traste con la mejor de las intenciones.

Otras veces, la adquisición de una mascota se debe a un deseo pasajero. Es muy frecuente que, tras la ilusión de los primeros momentos, nadie en la familia se quiera hacer cargo de las tareas que conlleva su cuidado y que esta acabe desatendida y olvidada por todos.

La realidad es que, según los informes, el aumento de abandonos sitúa a España entre los países con más casos de abandono animal de la Unión Europea.

Pero ¿qué sucede cuando un animal de compañía es abandonado? Dondequiera que se produzca, equivale en muchos casos a su muerte.

Cuando alguien abandona a su perro lo suele hacer lejos de la que fue su casa, de forma que el animal no pueda volver. Tras la desorientación inicial que le producirá el hecho de no sentir la presencia cercana de su amo —algo difícil de asumir para un perro, dada su dependencia de él— comenzará a buscarlo. Al no encontrarlo, se quedará quieto en el lugar donde ha sido abandonado, esperando su regreso. Generalmente permanecerá allí hasta que sienta hambre y decida deambular por los alrededores intentando encontrar a alguien que pueda proporcionarle comida.

Después de varios días viviendo en la calle, sin tener qué comer y sin el cariño de los suyos, comprenderá que su amo no volverá. Es entonces cuando su cuerpo empezará a reflejar los primeros síntomas de vivir a la intemperie y cuando su mirada se teñirá de esa expresión de tristeza infinita que, quienes nos dedicamos a esto, hemos podido observar en tantas ocasiones.

Con suerte, su destino será un centro de acogida. De no ser así, no habrá muchas opciones para él y, muy posiblemente, termine sus días bajo las ruedas de un coche, enfermo, o como sparring para peleas organizadas de perros.

¿Qué ocurre cuando el animal abandonado es un gato?

Muchas personas acostumbran a dejarlo en colonias controladas, pensando, erróneamente, que allí no le faltará comida ni la compañía de otros gatos.

Sin embargo, para un gato casero la vida en una colonia no es fácil. Los felinos son animales territoriales y su aceptación por parte del resto de gatos de la colonia no es segura.

En toda colonia rige una jerarquía social compleja. Los individuos dominantes controlan el territorio y la comida. Habitualmente, suelen agredir a los gatos desconocidos que entran en su espacio. Para comer, el gato recién llegado habrá de esperar a que lo haya hecho el resto de individuos según su jerarquía. Solo en el supuesto de que no haya ningún integrante de la colonia vigilándolo para que no se acerque a los comederos —algo muy frecuente— y de que queden comida y agua disponibles, podrá alimentarse.

El gato es extremadamente sensible a cualquier cambio en su rutina y en su entorno. Tras ser abandonado, el animal se sentirá estresado y triste por ser privado de su hogar y de su antigua familia. A menudo, él mismo decide dejar de comer.

Si tiene la suerte de no sufrir durante ese tiempo el ataque de un perro suelto, un atropello o una agresión por parte de alguna persona, pronto comenzará a sufrir los primeros signos de deterioro; las primeras enfermedades derivadas de la falta de alimento y de la vida en la calle. Empezará a adelgazar visiblemente, sus ojos se empequeñecerán, su cuerpo se irá consumiendo, hasta adquirir el aspecto de un manto de piel sucia, sin rastro de lo que en otro tiempo fue, carne y músculos. Cuando vea próximo su fin, se esconderá en un lugar apartado, donde nadie pueda verlo, y esperará allí la muerte, que le sobrevendrá seguramente en poco tiempo.

Qué duda cabe que, compartir nuestra vida con un animal de compañía, es una experiencia maravillosa y enriquecedora. Sin embargo, se trata de una decisión importante que hemos de meditar previamente, ya que, al hacerlo, estamos adquiriendo una responsabilidad que se extenderá durante toda la vida del animal.

HUFFINGTON POST, 10 de diciembre de 2020

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