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No, cuando se enfadan no están más feas

ALEXANDRA LORES
En las librerías, la sección de pedagogía ocupa cada vez más espacio: la crianza es la principal preocupación de los padres, que en todo momento se esfuerzan por mantener el control y no cometer ninguna negligencia con sus hijos. Aun así, algunas normas sociales y tradiciones prevalecen sobre la lógica educativa y se cuelan en nuestro día a día. Por eso, en muchas ocasiones es el género del bebé el que define el tipo de educación que va a recibir. Y en esta separación binaria, una de las diferencias más evidentes surge cuando los padres tratan los primeros enfados con sus hijos. “En el caso de los niños, se toleran e incluso se elogian; en cambio, cuando una niña se enfada mucho, se da por hecho que tiene problemas”, explica Jara Pérez, psicóloga y responsable de Therapy Web.
Los cabreos de las jóvenes durante la adolescencia siempre se invalidan mediante dos estrategias: "O bien trivializando el enfado ('Estás muy fea cuando te enfadas') o bien tachándolo de inapropiado ('¿Qué problema tienes?, ¿No puedes comportarte como una buena chica?'). Como consecuencia, las niñas tienden a cuestionar su propio juicio sobre el incidente, o a sentirse avergonzadas por haber tenido ese arrebato", detalla la psicóloga y experta en enfado femenino Sandra P. Thomas en su libro Transformando el estrés y el enfado de las enfermeras: pasos hacia la curación (Springer Publishing Company). 
'Prohibido escuchar canciones ñoñas - La vida es mejor con buena música' (Laura Santolaya, Lunwerg Editores)
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A esta censura social, se suma el hecho de que las chicas no están acostumbradas a que otras mujeres muestren su enfado, por eso cada vez que expresan su malestar se genera en ellas una sensación de desconcierto. “Cada género tiene unas emociones asignadas y se supone que debemos actuar conforme a esos parámetros. Las niñas aprenden desde muy pequeñas que los sentimientos de rabia e ira no concuerdan con lo que se espera de ellas y eso les genera mucha ansiedad”, resume Pérez. Algunas adolescentes han sido educadas para pensar que su mal carácter podría resultar poco atractivo e incluso perjudicar sus relaciones de amistad o de pareja. “Decirle a una niña que no se enfade porque está muy fea es lo mismo que decirle que da igual cómo se sienta, que lo único que importa es que esté guapa”, desarrolla el psicólogo infantil Gabriel Pozuelo
Por todo ello, el estudio que llevó a cabo la psicóloga Deborah Cox junto a otros investigadores de la Universidad de Southwest Missouri State (EE UU) reveló que las pequeñas “se sentían avergonzadas cuando se enfadaban e intentaban controlarlo, esconderlo, o pedir disculpas por ello”. Sin embargo, en la guía Vivir como un camaleón, la consagrada investigadora Cheryl van Daalen-Smith describe el enfado como “una emoción humana necesaria”. No se trata de ser violentos, sino de entender que si lo gestionamos bien, puede resultar beneficioso. Pozuelo suscribe sus palabras: “Enfadarnos nos ayuda a luchar por lo que queremos o a combatir situaciones injustas”. De hecho, en esta investigación, Sandra P. Thomas aclara que “no se trata de adoptar los aspectos más negativos de la agresividad masculina” sino de llevar a cabo “debates racionales, negociación y compromiso”.

El precio de ser una bienqueda

A pesar de la teoría, la mayoría de las adolescentes no consiguen sobreponerse a la presión social, puntualiza Pérez: “Para ellas supone un conflicto, porque todos queremos que nos quieran y sabemos los riesgos relacionales que corremos al enfadarnos. Además, al no estar acostumbradas a dar rienda suelta a esa emoción, en muchas ocasiones se sienten culpables, o creen que han sobrepasado sus límites y están fuera de control, entre otras cosas, porque nunca les han enseñado a gestionar esa emoción”.
Y cuando esto ocurre, surgen conflictos que pueden derivar en problemas de salud física y mental, y aparece un "mayor riesgo de sufrir ataques de nervios, de pánico y tensión”, argumenta la investigación de Sandra P. Thomas. En este sentido, Pozuelo considera que la represión de una parte de la personalidad genera infelicidad y se manifiesta de muchas formas, dependiendo de la persona: “Desde estados de ansiedad, baja autoestima o depresión. Que no dejen sentirnos mal siempre pasa factura. Es como si le decimos a una niña que se cae y se hace una herida que no pasa nada, que tiene que ser fuerte. Lo que hacemos es multiplicar el sufrimiento. Por eso, siempre y cuando no se desborde, expresar el enfado está bien; lo malo es ocultar las emociones”.
Pero no es tan simple, porque cuando las chicas logran expresarlo, aparecen los obstáculos. “Muchas personas fallan al distinguir entre el enfado, que es una emoción, y la agresión, que es un comportamiento, así que ceban a las chicas con antidepresivos”, advierte la investigadora Van Daalen-Smith en su estudio. Por eso resulta tan importante que los padres y los profesores sepan reconocer esta emoción. “Si la familia y el círculo social de estas personas han sabido gestionar la situación de manera ordenada, mostrando su enfado sin resultar violentos, seguramente podrán ofrecer un buen ejemplo a sus hijos o alumnos”, resuelve Pozuelo.

¿Son más guerreras ahora?

La psicóloga Deborah L. Cox, experta en la materia, considera que las chicas jóvenes se muestran más desinhibidas que sus madres y sus abuelas a la hora de expresar enfado. Así, Pérez cree también que cada vez está más normalizada la asertividad en las mujeres, aunque lamenta que “se acepta porque no queda otra, pero no se hace de buena gana”. Y Pozuelo, por su parte, recomienda que la búsqueda de la aprobación sea siempre algo intrínseco a nosotros mismos, y que nunca la busquemos en los otros: “Si consideramos que hemos actuado bien, no nos debería importar lo que nos digan los demás”. Seamos chicas o chicos. Tengamos 4 años o 52.
EL PAÍS, Lunes 22 de mayo de 2017

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