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Este es el daño que haces a tu hijo cada vez que lo llamas «inteligente»

NIEVES MIRA
No es raro encontrar a padres, abuelos, familiares..., que se deshacen en halagos ante cualquier acción que realizan los más pequeños de la casa. Acciones como pintarrajear un dibujo, terminar los deberes o aprobar un examen se convierten a menudo en un acto de orgullo. A pesar de que el elogio y el reconocimiento de los esfuerzos individuales de los niños están bien y hay que celebrarlos, a veces el exceso o un mal uso de los términos pueden llegar a ser contraproducentes.
Una de las formas en que los niños desarrollan una mentalidad fija perjudicial es, según palabras de la profesora de educación e igualdad en la Universidad de Stanford, Jo Boaler, a través de una pequeña palabra, aparentemente inocua, que se utiliza, además, de manera generalizada. Esa palabra es «inteligente». En su reciente libro, «Mente sin límites» (Kairós, 2020), la autora expone que los padres elogian regularmente a sus hijos diciéndoles lo inteligentes que son para aumentar su confianza en sí mismos.
Sin embargo, está demostrado que cuando los alabamos, al principio piensan «soy inteligente», pero cuando llega el momento de enfrentarse a problemas, fracasan o se equivocan, concluyen, consecuentemente con «no soy tan inteligente», y terminan evaluándose constantemente en función de esta idea fija. Boaler expone en su libro la necesidad de elogiar a los niños, pero no como personas, sino por lo que han hecho, y expone una serie de alternativas para utilizar cuando los padres sientan la necesidad de emplear la temida palabra, «inteligente».

Cumplidos para motivarlos bien

Así, si el elogio fijo es parecido a «¿Puedes dividir fracciones? ¡Qué inteligente eres!», sería más correcto lanzar un elogio de crecimiento, del tipo «¿Puedes dividir fracciones? Es genial que hayas aprendido a hacerlo».
Lo mismo ocurriría cuando resuelven un problema, «¿Has solucionado algo tan difícil? ¡Eso es tan inteligente!», que la autora solucionaría con un simple «me gusta que hayas encontrado una solución tan creativa al problema».
Si se trata de felicitar a un graduado en ciencias, en lugar de decirle simplemente que es «un genio», habría que optar por destacarle lo dura que habrá sido esa etapa hasta conseguirlo.
La profesora Boaler expone que, después de muchos años impartiendo clases de matemáticas, ha aprendido que incluso los alumnos más aventajados son vulnerables a esas creencias dañinas. A la mayoría de ellos se les ha repetido lo inteligentes que son durante muchos años, y ese mensaje tan positivo se les vuelve, tarde o temprano, perjudicial. La razón es simple: si creen que son «inteligentes», pero más tarde tienen un problema con alguna tarea difícil, ese sentimiento de dificultad les resulta devastador y les induce a creer que, después de todo, no son tan inteligentes, lo que les lleva o a rendirse o a abandonar.
ABC, Miércoles 12 de febrero de 2020

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