
María Calvo, profesora titular en la Universidad Carlos III y autora de «Padres destronados»
(Editorial Toromítico), tiene claro que la figura paterna es esencial
para el correcto desarrollo del niño, aunque lamenta que la sociedad
actual la ha desacreditado.
—¿Por qué está devaluada la función paterna?
—Está demostrado que cuando una pareja se separa y va a los
juzgados, el 90% de las custodias se concede a las madres,
independientemente de que el padre haya estado implicado en la labor de
cambiar los pañales a su hijo, llevarle al pediatra; en definitiva, de
su cuidado y educación. Hay una creencia mayoritaria de que los hijos
están mejor con las madres porque ellas les atienden mejor.
—¿Cuáles son las principales diferencias entre el padre y la madre ante la crianza de un hijo?
—La presencia de la madre es esencial en su papel de darle
cariño, protegerle, cuidarle, educarle... pero al mismo nivel que el
padre. Lo que ocurre es que el padre y la madre se dirigen a los hijos
de manera distinta por su propia educación, cultura, valores, etc. La
mujer es la que, por excelencia, se encarga de controlar el espacio
vital del pequeño, su comida, sus amistades, que no le falte nada cuando
va al colegio... Las madres tendemos a tener una actitud sustitutiva.
Es decir, cuando a un hijo se le cae un tenedor, la madre se lo recoge,
pero el padre no. Cuando un niño llega tarde a la ruta del colegio por
la mañana, la madre le abrocha los botones del polo y le ayuda a ponerse
las zapatillas, aunque el niño tenga diez años. El padre le anima:
«venga, date prisa en abrocharte el abrigo». El hombre, en definitiva,
se decanta por dotarles de mayor autonomía y libertad. De esta forma se
fomenta un equilibrio en el desarrollo del niño.
—¿Se demuestra que la figura del padre es imprescindible?
—Sí, para el correcto desarrollo psíquico del niño. En
ausencia, física y psíquica del padre, la relación madre-hijo funciona
como un universo cerrado, una relación de pareja que se repliega sobre
sí misma y perjudica el equilibrio de ambos. Ante estas circunstancias,
el padre no juega su papel de separador que es el que, precisamente,
permite al niño diferenciarse de la madre y se produce una insana mutua
interdependencia madre-hijo. Las mujeres por naturaleza son más
proteccionistas, mientras el padre respeta más la libertad y se encarga
de cortar el cordón umbilical con la madre, lo que beneficia mucho al
niño, y también a la madre a la que la dota de mayor libertad.
—¿Son, en ocasiones, las mujeres muy celosas de la maternidad y no permiten que el padre se desarrolle como tal?
—Efectivamente. Hay madres que renuncian a trabajar por la
tarde, a ir al gimnasio, quedar un día con amigas porque piensan que sus
maridos no saben cuidar bien de los hijos. Que no lo harán bien. Sin
embargo, sí que saben hacerlo, la cuestión es que no lo hacen como ellas
quieren, sino desde su enfoque masculino, con su propio estilo
paternal. Las mujeres a veces somos demasiado exigentes y este modelo de
madre dominante perjudica al niño porque le desequilibra en su
desarrollo.
Hay matrimonios en que la mujer exige al padre que se
comporte como una «madre bis». No es lo correcto. Lo que hacen los
padres no es que esté mal, es que no lo hacen a la manera femenina.
Nosotras somos las que en ocasiones les ponemos los límites.
Algunos padres no son valorados y son criticados y
considerados estorbos en la educación de sus hijos por sus propias
mujeres, por lo que finalmente optan por apartarse y dejar esta
competencia en manos de sus mujeres. Sin embargo, la defensa de la
maternidad es también la defensa de la paternidad.
—¿Qué consecuencias tiene esta actitud a corto y largo plazo para el niño?
—A corto plazo pueden caer en el abandono escolar y sufrir
alteraciones de sueño. Tienen más probabilidades de ser más agresivos,
tener menos autocontrol, ser menos solidarios y empáticos... También son
más proclives a sufrir enfermedades mentales, a abusar de drogas y
alcohol. Sin un padre en el que se vea representado y le aporte esa otra
visión de la realidad y educación, lo más probable es que de mayores no
sepan cómo ser padres porque lo desconocen, y si lo son tendrán más
dificultades en asumir responsabilidades al respecto.
Muchos de los problemas actuales de niños y adolescentes
tienen su origen en una falta de atención o deficiente implicación de
sus progenitores, especialmente de los padres. Los hijos se frustran.
Estados Unidos es el país con más madres solas del mundo
desarrollado; uno de cada tres niños crece sin padre. Las
investigaciones demuestran la existencia de 24,7 millones de niños
norteamericanos en esta situación, un número mayor que el de los
americanos afectados por cáncer, alzheimer y SIDA juntos. En España
según datos de 2012 del Instituto de Política Familiar, uno de cada tres
niños nace fuera del matrimonio. Los hogares sin padre constituyen la
tendencia demográfica más perjudicial de esta generación.
ABC, Jueves 13 de febrero de 2014
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