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Cómo corregir a un hijo que dice palabrotas

ANA MELLADO / LONDRES

Imagínese la escena. Una familia acude a un supermercado atestado de gente para hacer la compra semanal. El marido lanza un par de pizzas congeladas al carrito. Encesta. Eso sí, sin prestar demasiada atención a la fragilidad de los alimentos ya depositados. La madre, airada, después de un día agotador, le espeta delante de los niños: «Estás aplastando el p*** pan».
Nadie puede negar que existen fórmulas más educadas para recriminar al marido sin soltar improperios. Pero, ¿es tan grave como para acabar entre rejas? En Carolina del Sur, sí. La madre, Danielle Wolf de 22 años, fue arrestada el pasado mes de agosto por emplear ese vocabulario en presencia de sus hijos y podría enfrentarse a 30 días de cárcel.
Cuando los niños comienzan a experimentar con palabras, entre los 3 y los 5 años, descubren que hay algunas no permitidas o calificadas como tabú, convirtiéndolas en un recurso extremadamente atractivo.

El lenguaje hostil

Los pequeños están expuestos a ese lenguaje hostil tanto dentro como fuera de casa. El caso de Carolina del Sur no resulta aislado. En Reino Unido, los niños británicos escuchan una media de seis tacos a la semana de boca de su padre o madre, según una encuesta en la que participaron 3.000 chicos de 11 años. Los resultados arrojados no sorprenden: 2 de cada 5 admitieron emplear los vocablos, reconociendo que las copiaron al oírlas en sus padres.
Las cifras de la encuesta quedan reflejadas en el día a día a la perfección. La directora de una escuela de Primaria en East Sussex (sureste de Inglaterra) escribió el pasado año una carta a los padres en los que rogaba que puliesen su vocabulario delante de los pequeños.
Aunque las familias traten de corregir su lenguaje, la variedad de fuentes externas (amigos, hermanos mayores de los amigos, la escuela, la televisión, internet) es infinita. Inevitablemente, muchos de ellos comenzarán a incorporarlos en su discurso. En estos casos, los padres se llevan las manos a la cabeza cada vez que pronuncian alguna en casa y asumen, que si alguien oyese a sus hijos soltando una retahíla de tacos, les señalarían a ellos como culpables. El fenómeno de decir palabrotas parece perder su atractivo y disminuye a medida que los niños maduran.
En la mayoría de los casos, cuando absorben el vocablo no saben realmente el significado o la carga connotativa de lo que están pronunciando. Simplemente imitan lo que sucede en su entorno más cercano. Sobre todo, a edades tan tempranas como los dos años. Más de uno recuerda a la pequeña que aceptó el Ice Bucket Challenge para terminar mal jurando enfrente de sus padres cuando le cayó el agua fría.

No aceptarlo

Según los expertos de la American Academy of Pediatrics, para enfrentarse a niños mal hablados primero se debe establecer esa simple regla de «en nuestra casa no se dirán palabrotas». Aun así, pronto descubrirán que esas palabras desencadenan una reacción emocional de los adultos que la rodean. Es decir, la palabrota le da poder. En el caso de que los pequeños las empleen con el intento de provocar una respuesta, ignorarlo puede ser la estrategia más efectiva.
Negar que existen los improperios o tapar los oídos cuando los escuchan no suele resultar acertado. Nunca se puede educar desde la irrealidad, ni desde la ocultación del mundo. Los expertos recomiendan asumir que existen, pero especificar, que como otras muchas conductas, no es aceptable. Una recompensa también resulta con frecuencia bastante eficaz. Por ejemplo, se puede utilizar una hucha con monedas que él pueda ganarse al término de dos semanas.
ABC, 18/10/2014

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