M.J.PÉREZ-BARCO
La sociedad americana se llevó las manos a la cabeza, alarmada, cuando conoció que la periodista Lenore Skenazy dejaba
que su hijo de nueve años viajara solo en el Metro de Nueva York. Fue
calificada como «la peor madre de América». Pero lejos de acobardarse,
Skenazy continuó con su método educativo e, incluso, escribió el libro «Free Range Kids»
(«Niños en libertad») y un blog con el mismo título, que defiende la
exploración, la aventura y la imaginación como el territorio natural de
la infancia. También dirigen un programa de televisión en el canal
Discovery: «La peor madre del mundo».
Existen otras muchas iniciativas en distintos países que dejan libertad a los niños para experimentar y asumir sus propios riesgos. Defienden que aumentan su aprendizaje y autonomía. La escuela Tinkering School en California organiza campamentos donde niños de 6 a 16 años trabajan con herramientas reales:
clavan clavos, mueven vigas, cortan con sierras eléctricas... y
realizan sus propias construcciones, también reales. Los responsables
del centro afirman que sus alumnos ganan autonomía, responsabilidad y
creatividad.
Las «escuelas bosque» nórdicas
En Escocia, existe la escuela The Secret Garden,
para niños de preescolar (menores de tres años): su aprendizaje se basa
en la experiencia que les proporcionan los bosques de la localidad de
Letham: trepan a árboles con tres años o menos, hacen hogueras,
construyen refugios con troncos... Bajo la lluvia, con frío o viento. La
escuela fue inspeccionada por los servicios de Educación de Escocia en
2012. Su conclusión: los niños están motivados y alegres, tienen
confianza, son líderes de su propio aprendizaje a través del juego y
saben resolver problemas.
Las «escuelas bosque»,
como se conoce a este modelo educativo, proliferan en el norte de
Europa, en Estados Unidos y Asia. En el curso 2015-2016 se estrenará una
en algún lugar de la Sierra de Madrid. Una de las madrinas del proyecto
es Odile Rodríguez de la Fuente, directora de la Fundación Félix
Rodríguez de la Fuente.
En Nueva Zelanda, el colegio de Primaria de Swanzsor ha
suprimido las normas en el patio y permite a los alumnos que utilicen
patines, se suban a árboles, jueguen con chatarra o neumáticos viejos.
El juego es libre. Los profesores han comprobado que los niños están mas
ocupados, comprometidos y motivados por lo que surgen menos conflictos
entre ellos. El patio ya no es una guerra campal.
En el lado opuesto, hay un mundo que tiene a los niños entre algodones. «Hemos llegado al extremo de la sobreprotección», opina Carl Honoré,
autor del libro «Bajo presión. Cómo educar a nuestros hijos en un mundo
hiperexigente» y uno de los precursores del movimiento slow, que lucha
contra el acelerado ritmo de vida actual. «Los críos —dice— llevan casco
para prevenir que sufran lesiones cuando aprenden a andar, los bebés
rodilleras para protegerlos de heridas cuando gatean, hay padres que
usan cámaras y GPS para controlar el movimiento de sus hijos fuera de
casa»
Pero les dejamos campar en internet
«Estamos criando una generación de niños en cautividad»,
afirma Honoré. En la sociedad actual hay nuevos peligros pero también
una extraña paradoja: «criamos a los hijos entre algodones, los
mantenemos enclaustrados en casa y no les permitimos salir para
mantenerlos a salvo. Sin embargo, usan intenet sin suficiente
supervisión, accediendo a contenidos inquietantes».
Carl Honoré cuenta casos sorprendentes: «Para contratar a
licenciados, las empresas más reputadas, como Merril Lynch, han empezado
a enviar carpetas para padres o a celebrar jornadas de puertas abiertas
en las que mamá y papá pueden inspeccionar sus oficinas. Los padres hasta se presentan en las entrevistas de trabajo para ayudar a negociar el sueldo y las vacaciones".
Para no llegar a situaciones tan extremas, Honoré
defiende que «permitir a los niños que asuman riesgos razonables a la
edad adecuada también les permite hacerse más saludables física y
emocionalmente». Y para lograrlo, «la función del adulto es enseñar,
guíar, proteger y supervisar. Pero con mucha más moderación de lo que es
frecuente hoy día».
Riesgos controlados
Pero dónde está el límite entre enfrentarse a un riesgo
controlado y un peligro que puede causar un gran daño. ¿Dejaría a su
hijo de tres años subir un árbol sin su supervisión? ¿o manejar un
cuchillo? ¿o ir solo al colegio con nueve años? ¿o viajar en Metro como
Lenore Skenazy? O por el contrario, ¿le pondría rodilleras cuando
empieza a gatear o casco cuando comienza a andar, como dice Honoré? «La exposición a situaciones de riesgo físico deben ser siempre razonables y controladas por adultos», defiende el pedagogo Jorge Casesmeiro, director de psicopaidos.com
y asesor del Colegio Profesional de la Educación. «El adulto es el
responsable primero de hacer una valoración de riesgos —afirma—. Cruzar
la calle o manejar unas tijeras es algo normal. Pero aprendemos a
hacerlo guiados, con el mínimo riesgo necesario. Porque un accidente en
ambas situaciones puede tener consecuencias irreversibles: desde la
muerte por atropello hasta quedarnos tuernos de por vida».
La psicóloga infatojuvenil de ISEP Clínic Barcelona, Laura Aut reconoce
que en 20 años se ha pasado de la protección a la sobreprotección. «Por
ejemplo, los niños antes iban a patinar solo con patines. Hoy les
ponemos además rodilleras, coderas, cascos, muñequeras... Protegerlos
está bien, pero cuando les sobreprotegemos les estamos enviando mensajes
como no serás capaz de hacerlo, no lo intentés porque fracasarás».
La antropóloga social de la Universidad a Distancia (UNED) Waltrand Müllauer-Seichter
se sorprendió al comprobar que los niños españoles no iban solos al
colegio, cuando en Viena chicos de seis años viajan en tranvía o metro
para acudir a las escuelas. De hecho, en España, el 70% de los niños de 8 a 12 años nunca van al colegio solos.
«Hay una generación de padres jóvenes, de entre 30 y 35 años, muy
sobreprotectora, porque a ellos también se les sobreprotegió», dice la
antropóloga, que ha realizado diversas investigaciones sobre el uso que
los niños hacen de los espacios urbanos. Ir solo al colegio, al
parque... «son experiencias personales —afirma Müllauer-Seichter—,
aventuras que ayudan a superar retos personales y miedos difusos. Si no
lo haces te faltan tablas para la vida y para hacerte adulto. Cuando le
das responsabilidad al niño sabe responder y sabe dónde está el peligro
antes que un adulto».
ABC, 06/03/2014
Comentarios
Publicar un comentario