C.FOMINAYA / MADRID
Hermano Mayor y autora del libro «Vivir con un Adolescente». Esta
especialista ha recogido en su última obra las diferentes variantes y a
cada una de ellas le ha dado un nombre que muestra de forma muy gráfica
la naturaleza del tipo de autoridad ejercida en casa. «Esta
nomenclatura es fruto de las conversaciones que mantengo con los jóvenes
que acuden a mi consulta. Surge de la recopilación de respuestas que me
dan cuando les pregunto: ¿Cómo ves a tu padre? He recogido las
respuestas más comunes y frecuentes dadas por los chavales que definen
cada uno de los estilos educativos y las más repetidas son: "me ralla",
"pasa de todo", "es un plasta" y "mola, es guay"», explica. Plasta,
rallante, chicle, «guay»... Averigue cuál es su estilo educativo de la
mano de Sonia Cervantes, psicóloga de Hermano Mayor
Veamos quién es cada uno:
1. El progenitor «rallador», por no decir de pesadilla:
Para Cervantes, este es un auténtico rallador de mentes, es aquel que
se expresa con el tristemente popular «porque yo lo digo y punto», con
su tono dictatorial, incisivo y agresivo. Y como todo rallador, deja
huella, y no de las buenas precisamente. Se caracteriza por ejercer un
máximo control sobre sus hijos y expresar muy poca afectividad. Es
rígido en su planteamiento, tanto en el cumplimiento de la norma, «o sí o
sí», como en la ejecución inmediata de la misma. «Lo vas a hacer ahora
mismo y si no, recibes». La consecuencia de su no obediencia suele ser
el castigo severo, tanto físico como verbal. Es muy común la utilización
del desprecio y la crítica hacia la persona, no hacia el
comportamiento: «Eres un inútil, «no sirves para nada», en vez de «creo
que eso que has hecho no sirve para nada, pero sé que eres capaz de
hacerlo mejor». Apenas hay diálogo y comunicación, y cuando lo hay es
solo para recriminar, imponer y/o castigar. Se olvidan de reforzar las
conductas positivas de sus hijos, focalizando la atención en lo
negativo, y castigan el mínimo error o desliz que puedan cometer los
jóvenes.
Todo esto, asegura esta psicóloga, tiene efectos en los
chavales. «Manifiestan lo que han vivido. Se vuelven agresivos porque
han aprendido que el mundo, al menos el que se ha construido en su casa,
funciona así. Son rígidos y no saben adaptarse a los cambios. Les
cuesta mantener relaciones de igual a igual, su autoestima suele ser
baja, porque no se sienten queridos, y el concepto que tienen de ellos
mismos es bastante negativo. Van por la vida con el siguiente
planteamiento: antes de que me pisen, ya piso yo».
2. El segundo tipo es que Cervantes denomina «pasota».
En el fondo esta actitud paternal les disgusta porque perciben que sus
padres están ausentes y no se implican. Lo hacen para evitar el
conflicto aunque paradójicamente esta estrategia lo agrava y cronifica.
El pasota, dice esta experta, cree que la labor educativa forma parte de
la escuela, del profesor, de la propia vida o del mismo joven, «es cosa
suya, ya lo aprenderá con el tiempo». Es probable que errónamente se
crea un padre o una madre muy democrático, que favorece la autonomía y
la libertad de su propio hijo huyendo quizá del personaje que hemos
descrito antes, del temido «rallador». «Pero huir, en definitiva, es no afrontar»,
resume. «Suelen ser padres ausentes, con poca presencia, que
frecuentemente se vuelcan en actividades muy importantes, la mayoría
fuera de casa. Son permisivos y pasivos, una mezcla altamente peligrosa
en el proceso de educar», determina esta psicóloga.
Esto también tiene sus efectos.
Principalmente, transmiten falta de estabilidad y seguridad por la
ausencia absoluta de normas y límites. «Los jóvenes no tienen ni idea de
qué hacer, ni cómo, ni cuándo. La falta de dedicación recibida y la
cultura del mínimo esfuerzo también hacen mella en ellos, lo cual les
convierte en seres absolutamente inconstantes a la hora de marcarse
objetivos; no luchan ni se esfuerzan por nada porque han observado en su
casa dos estrategias: evitar y huir», explica Cervantes. «Del mismo
modo que no han existido normas, tampoco hay mucha demostración
afectiva, pues no se ha ocupado el tiempo en educar y en estar ahí. La
autoestima de estos chicos tampoco es muy alta que digamos, sienten
necesidad de ser queridos precisamente por no haberlo sido», añade.
3. Al tercero de la lista lo denomia «plasta».
Se trata del sobreprotector de toda la vida. Responde al perfil que se
corresponde a las siguientes afirmaciones: «Es un pesado. Lo tengo todo
el día encima. No me deja respirar. Me trata como a un niño pequeño».
«Este tipo de padre "sufre hasta el infinito y más allá"
por sus hijos, se sacrifica por ellos, ejerce de mártir. Ante todo, no
quiere que sus hijos lo pasen mal en esta vida, de forma que educando en
la evitación del sufrimiento está adoctrinando en la incapacidad de
hacerle frente», asegura esta profesional.
También son permisivos, «por lo que
volvemos a tener una ausencia de pautas, normas y límites. Creen que un
exceso de responsabilidad pueden llegar a agobiar y a traumatizar a los
hijos y, para neutralizar ese temido efecto, se van al otro extremo:
ausencia total de código educacional», prosigue. «Es el tipo de padre
que si tiene que esperar en el sofá hasta las tantas por si el niño o la
niña tiene hambre cuando llegue de juerga, ahí estarán, listos para ir a
la cocina y prepararles algo caliente. Siempre al servicio de la
criatura, no vaya a ser que le falte algo».
¿Y qué tipo de jóvenes generan los
padres y madres «plastas»? Pues niños «chicle», muy blandos, y con
niveles bajísimos de tolerancia a la frustación. «Son personas altamente dependientes de
los demás, ya que siempre se lo han hecho todo, y no saben ni quieren
valerse por ellas mismas. Eso sí, exigen que se les dé todo aquello que
quieren y si no lo obtienen, responden de manera agresiva e hiriente. Se
convierten en pequeños dictadores porque les han acostumbrado a vivir
en un feudo donde ellos son el rey», resume.
4. El cuarto perfil es el del padre «guay».
Este es aquel «un poco pesado pero que a veces "mola"». «Es el padre
que pone todos los ingredientes necesarios y en las dosis adecuadas para
la receta llamada educación: dedicación, tiempo, autoridad y cariño.
No hace falta mucho más». Este tipo de padre se llama también asertivo.
La asertividad se define como un comportamiento que nace de la madurez,
pues la persona ni somete ni agrede, sino que manifiesta su opinión y
defiende sus derechos. Si trasladamos este perfil a la educación,
tenemos padres sensibles, comprensivos, que ejercen el control
necesario, sin pasarse ni quedarse cortos. Son padres afectuosos, que
expresan sus emociones y contribuyen a que sus hijos expresan las suyas.
Ante todo facilitan la participación de todos los miembros de la casa.
Mantienen siempre un canal de comunicación abierto al dialogo y la
necesidad si son necesarios.
Con este panorama, los efectos
observados no pueden ser mejores. «Los jóvenes que reciben este tipo de
educación se convierten en personas seguras de sí mismas, con altos
niveles de confianza y autoestima. Les han enseñado a querer y a
quererse. Les han hecho ver que no todo sale como uno quiere, pero que
siempre hay que intentar salir hacia delante, luchando y esforzándose
por los objetivos que uno se marca». Son personas capaces de superar el
eterno conflicto entre lo que deben hacer y lo que quieren hacer, que
saben divertirse de manera responsable. Han observado con anterioridad
que si las cosas no salen como uno quiere, no sirve de nada montarla,
quejarse o agredir. Todo ello gracias a que ha habido alguien ahí que ha
educado, sin imponer, sin pasar de todo y sin consentir», resume la
psicóloga de Hermano Mayor. «El único perfil que funciona es este último, os lo aseguro», concluye.
ABC, Martes 12 de noviembre de 2013
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