GEMA LENDOIRO
La crianza es un tema que provoca muchísimos debates.
Padres y madres que se enfrentan a la tarea más difícil y apasionante de
sus vidas: educar seres humanos felices. Antes se decía hombres de
provecho, ahora la preocupación va más hacia derroteros más humanos y
más íntimos: la felicidad, que sean adultos seguros, responsables,
felices. Seres humanos íntegros.
Los actuales padres tienen en general una característica común: leen mucho sobre pedagogía,
infancia, educación, se interesan por la crianza de una manera mucho
más consciente que hace décadas. Y esto parece que es, en cierto modo,
porque muchos profesionales de la pedagogía se esfuerzan por publicar
cada vez más sus conclusiones sobre cuáles son las mejores maneras de
educar a los niños.
Durante mucho tiempo se tuvo una idea del niño como un ser
manipulador y caprichoso que se tiraba al suelo si no conseguía lo que
quería. Estamos hablando de dos, tres, cuatro años, que es cuando
comienzan a sentarse las bases en las relaciones paternofiliales. Parece
que muchos padres ya han entendido por fin que los niños lloran con
rabia porque no saben expresarse de otra manera, no controlan el
lenguaje, muchísimo menos sus emociones. No son manipuladores, son ignorantes en el sentido menos insultante de la palabra. Lo ignoran todo porque son pequeños.
La bofetada no es útil
Muchos padres hacen verdaderos esfuerzos por no perder la calma ante situaciones de sumo estrés como son las rabietas de
los más pequeños. Lo que ellos no saben es que hacer eso, no perder la
calma, es una victoria en sus relaciones de ahora, mañana y siempre. Por
eso, la bofetada a tiempo no es útil, no es buena, agrede, física y
emocionalmente al niño, como explica Olga F. Carmona, Psicóloga Clínica,
experta en Psicopatología de la Infancia y la adolescencia por la
Asociación de Medicina Psicosomática y Psicología Médica y codirectora
de Psicología CEIBE.
—¿Pegar
a los hijos es maltratarlos? Mucha gente justifica la educación con
bofetadas con la famosa frase «una bofetada a tiempo…».
—Primero habría que preguntarse: ¿Qué es a tiempo? ¿A
tiempo de qué? ¿De quién? ¿Quién se está equivocando? ¿Quién no está
haciendo lo que nosotros queremos que haga? ¿Quién nos grita? Porque en
ese caso, cada vez que alguien (eso sí, a quien amemos profundamente) se
equivoque y haga aquello que nos parece mal, o nos levante la voz, o
nos contradiga, o no obedezca, por favor, les invito a que lo «maltraten
a tiempo». Da risa o estupor. O ambas.
—Si alguien llega a su consulta con un caso así ¿qué le propone?, ¿lo debate?
—Más que debatirse debe extinguirse.
De la misma manera que durante años estuvo socialmente bien visto en la
cultura colectiva española que gritar o incluso dar una bofetada a tu
mujer era lo normal y, hoy por hoy, quedan pocos que lo consideren lo
normal, nuestra responsabilidad como profesionales, como padres y como
seres humanos es trabajar para extinguir de nuestra cultura que
cualquier forma de violencia sea válida.
—¿Por qué?
—No es ético, no es moral y además, no funciona.
—Entonces, una bofetada no educa…
—No, de manera rotunda. Una conducta no cambia a través de
la violencia y un cachete es violencia. Si se lo damos a un adulto (la
idea nos rechina, nos parece inconcebible) sería violencia. Si se lo
damos a un niño... ¿no? Es más débil, más vulnerable, tiene menos
información y somos su referente, su filtro, su mundo. Y su mundo no debe agredirle.
Es un espejismo doloroso
—Sin embargo, hay padres que dicen que les funciona.
—Lo creen porque obtienen la conducta deseada pero tengo
que decirles que es un espejismo, y un espejismo doloroso. Lo que ese
niño está haciendo es responder a unas expectativas por miedo, para evitar el golpe, no
aprende nada acerca del porqué no debe hacer tal o cual cosa. Pero es
aún peor, a través del cachete interioriza que el cachete es válido
(aunque duela) y lo repetirá para con otros en sus diferentes
manifestaciones. El cachete al niño tiene otras presentaciones, es la
ofensa a la pareja, es el abuso de poder del jefe… El niño, de aprender
algo, aprende que la violencia es una herramienta válida, aunque sea sólo en algunas ocasiones de «baja intensidad». El aprendizaje de esta premisa, se ha interiorizado.
—¿Realmente por qué lo hacen los padres?
—Porque obedecen a un impulso. El cachete tiene que ver con un impulso no con una estrategia planificada que tiene un fin, el de educar. Ningún padre, o casi ninguno, planifican dar un cachete o una bofeteada como parte de un plan. Suele ser producto de la impotencia, de la falta de control y de recursos, del cansancio, del bloqueo y
también, lo voy a decir, de haberlo recibido. Así que brota de nuestro
interior cuando el campo está abonado para ello. Es verdad, a veces los
niños nos llevan al límite. Es nuestra responsabilidad aprender a no
reaccionar. Somos los adultos, somos los educadores. No somos otro niño
que responde con igual pérdida de control. Estamos (o deberíamos)
ofreciendo modelos de conducta. Si perdemos el control y agredimos,
también le estamos dando un ejemplo, negativo.
Se puede cambiar la conducta
—¿Cómo ayuda a esos padres? Porque muchos se sienten después muy mal…
—Invito a cambiar el paradigma: ¿Qué tal si en vez de
justificar mi agresión para no admitir mi falta de control o de
recursos, me perdono y me comprometo a no volver a agredir a mis hijos?
Si opto por lo segundo me estoy dando la oportunidad de cambiar sin
fustigarme y a ellos la oportunidad de ser educados desde la conciencia.
—¿Escucha con frecuencia la expresión «A mí me pegaron alguna que otra bofetada y aquí estoy tan normal»?
—Sí, muchas veces y siempre me viene a la cabeza
preguntarme ¿quién serías de no haber recibido esos cachetes? Cuántas
batallas internas, conscientes o no, has tenido que librar y cuánta
energía has dedicado a eso, y cuántos de esos cachetes no se reflejan en
tu trato hacia ti mismo y hacia los otros.
Sirva a modo de ejemplo un estudio de la Academia Americana de Pediatría,
en el cual se obtuvieron datos de 34.000 personas adultas
norteamericanas. Las conclusiones revelan que aquellas que fueron
tratadas en su infancia con tratos tales como empujones, bofetadas,
gritos, desarrollaron trastornos en la edad adulta. Con el tiempo,
aquellos que recibieron un «cachete a tiempo» fueron más propensos (entre el 7% y el 4%) a conductas antisociales,dependencia emocional y paranoias.
Desde la pedagogía, la psicología y otros campos que
estudian el comportamiento humano nos llega información más que
suficiente sobre las consecuencias de un modelo educativo a abolir,
caduco, pernicioso, lesivo, que ve al niño como un ser inferior al que
hay que adiestrar. Si como padres y educadores, tomamos caminos alternativos, basados en el respeto profundo y en el amor,
nos haremos mejores personas en el intento y, con toda seguridad,
ayudaremos a formar mejores seres humanos, no contribuyendo a cronificar
un sistema impregnado de violencia.
No debemos confundir firmeza con agresión.
Podemos y debemos ser padres y educadores firmes, que establezcan un
marco de juego conjunto y ofrezcan pautas, pero siempre desde la
coherencia, la prevención, el respeto y la empatía. El “cachete” nunca
es a tiempo.
ABC, Sábado 23 de noviembre de 2013
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