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Por la extinción de los cromos y las flautas

MAR MUÑIZ
Nunca descifré nada de las ecografías. Miraba y miraba el monitor muy atenta, esperando que el rayo audaz del instinto iluminase mi sesera. Pero nada. Aquello era para mí un jeroglífico, como el sumario de los ERE, como el misterio de la Santísima Trinidad. Donde el médico veía costillas, yo veía sombras; donde veía genitales, yo, sombras; ¿el fémur? Sombras. Y así. Me pasaba como en las psicofonías, que yo no entiendo un carajo, pero Iker Jiménez rellena un programa. Debe de ser que me aturde lo abstracto.
Sigo teniendo el instinto desatinado porque, once años después, cuando mi primogénito toca la flauta, yo no reconozco ninguna melodía. Él asegura que son 'greatest hits', o sea, el 'Himno de la Alegría', el 'Para Elisa' o el 'Yellow Submarine', pero 'de-verdad-de-verdad' que a mí me parecen pitidos atroces sin pies ni cabeza.
Cuando fuimos a la tienda de instrumentos el primer día de curso, recuerdo que el vendedor nos ofreció una especie de silenciador para ese artefacto del infierno. Cuando comprobamos su utilidad y fines prácticamente medicinales, su custodia pasó a ser una responsabilidad familiar de primer grado. Prefiero perder las llaves, la tarjeta sanitaria, el DNI, pero la sordina no, por amor de Dios. Las comunidades de propietarios deberían regalar una con la cuota de septiembre para evitar las migrañas vecinales y la ingesta masiva de analgésicos.
Tampoco llego a comprender el furor que desatan los cromos entre la muchachada. La mente infantil es para mí un laberinto, pero sin hilo de Ariadna con el que escapar. Mis hijos han hecho colecciones eternas de los Fantasy Riders, de los Pjmasks, de los Invizimals, de La Liga... Yo finjo que sé de lo que hablan, pero podrían estar haciendo un álbum de anabolizantes o de armas blancas y entendería lo mismo, o sea, nada.
Ojalá los prohibiesen, como fumar en los bares, como el diésel, como circular por la Puerta del Sol. ¿Para cuándo una petición en Change.org? Mis finanzas andan maltrechas por su culpa: sobrecito va, sobrecito viene, hace semanas que no compro vacuno ni pan con semillas, que sale por un pico.
Habrá quien piense que debería imponerme y no sucumbir a los malditos cromos, pero, antes que a mis criaturas, prefiero enfrentarme a Mourinho o al mismísimo Fraga Iribarne, que en paz descanse. Puedo negarme el lunes, el martes..., pero el viernes, cuando me han puesto toda la semana la cabeza como el magma, les permito un paquete. Aflojo un eurito y sanseacabó.
El otro día le di al pequeño un billete de cinco para practicar las restas. "¿Cuánto te tiene que devolver el kiosquero?", le pregunté. "Pues... ¡cinco sobres!", me dijo muy resuelto.
Menudo liante.
EL MUNDO/BLOG DE UNA MADRE DESESPERADA, Lunes 03 de diciembre de 2018

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