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Por qué no debes castigar a tu hijo

CAROLINA GARCÍA
En la sociedad actual son muchos los expertos que promueven una lucha que antaño ni siquiera se planteaban: los niños no aprenden mejor si se les castiga. Esto es lo que defiende la Disciplina Positiva, una disciplina educativa que se adapta a la sociedad de hoy y trata de cambiar la perspectiva que tenemos hacia el mal comportamiento del niño, tratando de que el adulto pueda adquirir y desarrollar comprensión. Y para lograrlo se basa en una serie de criterios: “Exige que los cuidadores y padres sean amables a la vez que firmes; permite que los niños tengan un sentimiento de pertenencia e importancia, su efecto es a largo plazo y, lo más importante, enseña habilidades de vida y valores para un buen carácter, considerando el error como una maravillosa oportunidad de aprendizaje”, explica por correo electrónico Lorena García Vega, formadora de familias y educadora de aula. “Además”, prosigue, “da mucha importancia a las fortalezas individuales a través de la capacitación del individuo”.

Para conseguir estos objetivos, la experta plantea que lo primero que deben tener los padres es paciencia ya que “muchas veces los progenitores desesperados por la mala conducta de sus hijos caemos en la trampa del castigo, que es mucho más inmediato, pero también mucho menos efectivo”. Entre los consejos, el más importante es reforzar la tolerancia a la frustración, que se consigue a partir de entrenamiento constante. Además, “poco a poco y conforme los padres vayan aplicando, o más bien integrando, la Disciplina Positiva en la cotidianeidad del día a día, podrán establecer una pieza clave, que es proporcionar amabilidad y firmeza al mismo tiempo, esto quiere decir te respeto y me respeto”, explica Vega.
Vega resalta la importancia de equivocarse: “es de sabios y errar es de humanos. No podemos estar fustigándonos ante nuestros errores porque tal y como apunta la Disciplina Positiva, el error es una maravillosa oportunidad de aprendizaje. También nos acerca a nuestros hijos, ya que nos ayuda a poder empatizar cuando exigimos una innecesaria perfección. El error nos conecta y este es otro de los principios de la Disciplina Positiva conexión antes que corrección”.
Hablamos con Vega sobre los castigos, sus efectos y la importancia del respeto en la relación con nuestros hijos.
PREGUNTA. ¿Cuál es tu opinión sobre los castigos no físicos?
RESPUESTA. No considero que los castigos, del tipo que sean, sean una herramienta productiva de enseñanza y de crianza. Es cierto que anulan la mala conducta inmediatamente, sin embargo, como están vacíos de aprendizaje, significado y valores, la tendencia es que la mala conducta vuelva a aparecer y que el adulto vuelva a castigar, y de esta forma nos introducimos en un bucle mala conducta-castigo del que es difícil poder salir. Además, el castigo, tenga la forma que tenga, es humillante para quien lo recibe, ya que se le impone “pagar una consecuencia” por algo que quizá no ha cometido y/o sin validar los sentimientos que al niño/a le han llevado a actuar de esa manera.
P. Tú hablas de las 4 R de los castigos, ¿en qué consisten?
R. Las 4 R del castigo son las consecuencias negativas que tiene sobre el comportamiento del niño/a, estas son:
  • 1. Resentimiento (sentir que el castigo impuesto no es justo)
  • 2. Revancha (cuando menos se lo esperen me saldré con la mía)
  • 3. Rebeldía (voy a hacer todo lo contrario a lo que me digan)
  • 4. Retraimiento, quizá desde mi punto de vista la más negativa porque conlleva dos posibles resultados. Primero, está la cobardía en cuanto no me van a volver a pillar, que no es lo mismo que no lo voy a volver a hacer, sino que lo haré cuando no me vean. La segunda, es la reducción de la autoestima, que es cuando jugamos con las emociones del niño a través del castigo, como puede ser la retirada de afecto o exagerar su mala conducta. O simplemente le hacemos sentir mal por lo que ha hecho, el niño puede llegar a pensar (mente inmadura) que es una mala persona, y considero que este pensamiento es para un niño una atrocidad. Por otro lado, el pequeño ante el castigo puede convertirse adicto a la aprobación, convirtiéndose en una persona complaciente, y generando esto, el que en un futuro pueda ser más vulnerable a las malas influencias.
P. ¿Qué opinas de la torta a tiempo?
RSinceramente no creo que haya tiempo ni lugar para la violencia en ninguna de sus formas, ni en ningún tipo de relación. La violencia es el resultado de una agresividad mal gestionada, por lo tanto, a mi hijo le estoy mostrando que no tengo inteligencia emocional suficiente para poder gestionar mi ira. Como adulto, debo ser capaz de comprender cuándo en una situación, conflicto, discusión… es muy difícil llegar a un entendimiento, y desde el enfado y la ira poco vamos a poder solucionar. Por lo tanto, lo más sensato es que ambas partes puedan llevar a cabo un tiempo fuera positivo, que tendrá una dinámica en función de la edad.
Cuando el niño es muy pequeño, es el adulto quien hace el tiempo fuera positivo, previo aviso, y explicación de por qué y recalcando que el enfado no es sinónimo de ausencia de cariño, y cuando el niño es capaz de entenderlo, será él quien lo haga. Haciendo un trabajo de empatía, si ahora discutimos o tenemos un desencuentro, conflicto, con otra persona, si esta nos da una torta ¿consigue que se me pase el enfado y me relaje? ¿Me ayuda a reflexionar? O quizá ¿me enfado más todavía? También puede pasar que por miedo a que no me dé otra torta acepte su punto de vista a pesar de no estar de acuerdo, generando sobre mí un sentimiento de humillación, falta de respeto y sometimiento.
P. En tu opinión, cual es la clave de una buena crianza o educación
R. La clave está en el respeto mutuo, que no sea humillante ni para el niño ni tampoco para el adulto creando un buen equilibrio entre el control excesivo y la permisividad, de ahí que los resultados sean a largo plazo, ya que requiere trabajo, tiempo y esfuerzo para llegar a alcanzar la armonía. Por otra parte, también considero muy importante alcanzar uno de los primeros objetivos que nos marcamos como seres sociales, y es adquirir nuestro sentido de pertenencia e importancia. Como ser social que soy, pertenezco a un grupo, pero además mis aportaciones son relevantes y tenidas en cuenta.
EL PAÍS, Miércoles 12 de diciembre de 2018

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