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Así tienen que ser los zapatos de tu hijo para evitar problemas físicos

ANA CAMARERO
Hace, aproximadamente, cuatro millones de años que los homínidos desarrollaron la capacidad de caminar erguidos. Esta evolución conllevó la modificación ósea del ser humano. La bipedestación hizo que se aumentase la estabilidad al andar, los pies tomaron la forma de arco lo que permitió distribuir mejor el peso corporal, las rodillas se transformaron y la columna vertebral se curvó dirigiendo el centro gravitatorio del cuerpo a los pies.

Los pies son dentro de nuestra estructura ósea, posiblemente, una de las partes más importantes pero menos valoradas. Por ello, los expertos alertan sobre cómo el cuidado inadecuado de los mismos puede reportar para nuestro cuerpo. En edades tempranas, concretamente, este cuidado y un calzado óptimo ayudarán a prevenir un gran número de patologías que no solo afectarían al pie sino también al resto de la estructura esquelética.
Jesús Vila y Rico, jefe de Servicio Cirugía Ortopédica y Traumatología Complejo Hospitalario Ruber, afirma que “el calzado tiene una gran importancia en el desarrollo de un gran número de deformidades del pie”. Y explica que, “el zapato debe ser amplio y con un tacón de tres a cuatro centímetros en cuña. Ni bailarinas extraplanas, ni chanclas sin sujeción alguna. Aunque es cierto que por usarlos esporádicamente no ocurre nada, deben evitarse como calzado diario”.
Pilar Alfageme, podóloga del Colegio de Podólogos de Extremadura, recuerda que “el pie es un punto de contacto entre nuestro cuerpo y el medio que nos rodea. Nos permite la bipedestación y la marcha, y constituye una puerta de entrada de estímulos propioceptivos y exteroceptivos. Gracias a su peculiar biomecánica el pie es capaz de convertirse en una estructura rígida o flexible en función de las necesidades para las que es requerido y las características del terreno”.
La Universidad de Extremadura ha realizado distintas investigaciones en las que han estudiado un total de 1.032 niños, efectuando dos mediciones: con ocho y 14 años. Estos estudios concluyen, según manifiesta Alfageme, “que la postura del pie de los niños cambia hacia neutra a medida que aumenta la edad y existe una relación mínima con el peso, la altura y el índice de masa corporal (IMC), y que el número de pies pronados y altamente pronados – cuando la planta del mismo mira hacia fuera– desciende con el tiempo”. Asimismo, los estudios muestran que “la apreciación de la postura del pie en desarrollo podría reducir el tratamiento muchas veces innecesario de pies planos pediátricos y tratar solo aquellos que son sintomáticos”. Y sostiene que “en la primera década de vida, puede considerarse normal, un pie plano siempre que no manifieste dolor. Hay que diferenciarlos de los pies planos patológicos que son los que trataremos los podólogos”.
Otras de las conclusiones a las que han llegado a través de estos estudios es que los niños que acudían a la investigación calzaban en un porcentaje muy elevado calzado deportivo, siendo mayor en el caso de los niños. A este respecto, Alfageme declara que el uso de este tipo de calzado suponía en la mayor parte de los casos “una mala sujeción, lo que hacía que el pie del niño bailara dentro del calzado tomando malas posturas, y mala transpirabilidad porque en la mayor parte de los casos estaban hechos con materiales que no lo permitían”. Asimismo, esta especialista argumenta que “existía un elevado número de niños que utilizaban un calzado muy deformado, bien porque lo heredase de sus hermanos mayores o por otras situaciones; lo que hacía que el pie se posicionase mal desde que se calzaba”. Todos estos resultados avalan “la importancia de utilizar un buen calzado en estas edades ya que permitirá el correcto desarrollo del pie”, prosigue la podóloga.
Para ayudarnos a elegir un calzado adecuado durante las distintas etapas de crecimiento, Pilar Alfageme ofrece algunas pautas.
1.- 0-18 meses. No deben llevar calzado, simplemente un patuco o calcetín para protegerlos del frío, pero nada que pueda evitar los movimientos normales de sus pies.
2.- En los primeros años. Es preferible que el calzado respete la movilidad del tobillo, que no sea muy abotinado ni con contrafuertes demasiado rígidos; con suelas antideslizantes, flexibles y de fácil colocación.
3.- A partir de los 6-7 años. El calzado debe ser estable, con suela flexible, con velcros para favorecer su autonomía y a medida que crecen podemos usarlos con cordones.
4.- En la edad adolescente y juvenil. El calzado debe tener una longitud que permita la movilidad del pie dentro del calzado, se habla de 1,5 cm más largo aunque lo ideal sería fijarnos en cuál es el dedo más largo del pie y con esa referencia poder probarlo, ya que tendemos a tocar el primer dedo dentro del calzado y no siempre es el más largo. La parte delantera del calzado debe permitir el ancho de nuestro antepié, nada de punteras alargadas ni estrechas.
En cuanto a qué patologías pueden desarrollar los más pequeños de la casa por el uso de un calzado inadecuado. Pilar Alfageme enumera algunas:
1.- La utilización de grandes amortiguaciones puede dar lugar a acortamientos de la musculatura posterior de la pierna en algunos casos presentando marcha en puntillas, pies planos u otras patologías.
2.- Heredar el calzado, que ya se encuentra deformado, hará que la sujeción del pie dentro del calzado no sea la óptima e incluso que este calzado deformado lleve al pie a posiciones incorrectas dando lugar a deformidades óseas, por ejemplo, dedos en garra o dedos infraductus.
3.- También, la moda del momento hace que los adultos cedamos a los deseos de los más pequeños sin darnos cuenta que estamos poniendo en riesgo la salud de sus pies. “Me refiero a la utilización continuada de zapatillas o botas de fútbol donde el pie se mantiene oprimido con suelas demasiados finas o inadecuada sujeción pero las lleva nuestro deportista favorito y eso es lo que prima.
4.- El material del calzado también puede provocar maceración, por sudoración excesiva y no transpirabilidad. También se puede desarrollar algún tipo de micosis o dermatitis. Para combatir este tipo de enfermedades, Pilar Alfageme aconseja a los progenitores utilizar calzados elaborados con materiales que permitan una correcta transpiración del pie y una flexibilidad correcta: “materiales naturales, nada de polipiel o plástico que aumente la sudoración y maceración de la piel, y que no sean demasiado rígidos”.
Con relación al calzado aconsejado que procure el bienestar de niños y adolescentes, Vila y Rico menciona la aparición reciente de un gran número de zapatos y deportivas con suela en forma de balancín que, según el traumatólogo “ayudan a que el apoyo global del antepié sea más correcto, puesto que la forma de la suela hace que el apoyo sea biomecánicamente más preciso y permita un paso más propulsivo”.
EL PAÍS, Viernes 4 de enero de 2019

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