AINHOA IRIBERRI
En algún momento de la vida adulta, cualquiera puede decir que su
madre le sigue viendo como a un niño. Ahora un estudio publicado en Current Biology
demuestra que, en el caso de los hermanos menores, esto es aún más
cierto. El curioso trabajo, llevado a cabo por un equipo de la Swinburne
University of Technology, en Victoria (Australia) parte de una
percepción generalizada.
Según explica a EL MUNDO el autor principal, Jordy Kaufman, en su equipo eran conscientes de que muchos padres experimentaban un cambio de percepción cuando tenían un segundo hijo.
En pocas palabras, de repente veían al mayor como mucho más grande, o
más pequeño al nuevo en comparación a su hermano. "Parece una cosa de la
que muchos padres son conscientes pero nunca había sido explicado por
la comunidad científica", añade.
Y al estudiar el asunto, vinieron las sorpresas. Según explican en su
trabajo, la explicación más lógica no era la verdadera. Es decir,
muchos padres pueden pensar que esto sucede simplemente porque el
hermano mayor parece más grande en comparación con el diminuto recién
nacido, pero según Kaufman, no es esto lo que explica esta percepción
errónea.
El investigador en psicología, que habitualmente trabaja en el
desarrollo del cerebro infantil y en los efectos de las pantallas
táctiles en los más pequeños, explica que lo que de verdad existe detrás
de esta confusión no es otra cosa que lo que bautiza como "ilusión del bebé": en realidad, los padres al que ven más pequeño es al primer hijo que tienen.
"Cuando nace el segundo, se rompe el hechizo y los padres ven al
hermano mayor del tamaño que realmente es", señala el investigador.
Esto, según Kaufman, tiene implicaciones directas en la crianza de los hijos. Según señala a este diario "el
cuidado y la atención se dirige preferentemente al niño más pequeño
incluso cuando este ha crecido y dista mucho de ser un bebé". Es, en definitiva, aquello de lo que históricamente se han quejado todos los hermanos mayores.
Para llegar a esta curiosa conclusión, los investigadores
australianos preguntaron en primer lugar a 747 madres si habían
experimentado esta percepción errónea, es decir, si habían visto un
cambio repentino en la estatura de su hijo mayor al nacer el segundo. Un
70% declararon haber notado dicho cambio.
La segunda parte del trabajo fue más allá. Pidieron a las madres que
marcaran en la pared la altura de sus hijos, el mayor y el pequeño.
Cuando los investigadores compararon las estimaciones con la altura real
de los pequeños observaron una tendencia, que las madres infravaloraban
la altura de sus bebés (que en el momento del estudio tenían ya entre dos y seis años) y acertaban la de sus hijos mayores.
"La implicación principal es que puede que tratemos a nuestros hijos
pequeños como si fueran más jóvenes de lo que son en realidad. En otras
palabras, nuestra investigación explica potencialmente por qué el bebé de la familia nunca se quita esa etiqueta", concluye Kaufman.
EL MUNDO, Jueves 19 de diciembre de 2013
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