LUIS VENTOSO / LONDRES
Sir Anthony Seldon es el director del Wellington College,
un prestigioso internado inglés para alumnos entre 13 y 18 años, creado
en 1859. Aunque sea una linajuda institución de la época victoriana,
hoy se ha convertido en uno los centros educativos más avanzados del país. En 2006, Seldon introdujo las que se conocen como «clases de felicidad», una asignatura de una hora a la semana donde simplemente se trata de enseñar al niño a vivir. Profesores especializados promueven debates sobre las emociones, se fijan objetivos vitales positivos y se enseña al alumno a sobrellevar la tensión del día a día, incluso las que genera la nueva conexión constante a las redes.
Seldon está encantado con su experiencia. Alardea de que desde que Wellington ha implantado las clases de felicidad es
el colegio del Reino Unido donde más han mejorado los resultados
académicos convencionales. «El Gobierno del Reino Unido y otros de todo
el mundo están cometiendo un error al plantear una disyuntiva entre los
resultados académicos y la buena salud mental y el bienestar de los
estudiantes. Las buenas escuelas son las que logran combinar ambas
cosas». Seldon cree que ante el apremio de los buenos resultados inmediatos la mayoría de los centros se han convertido en «fábricas de examinar». Las clases de felicidad de Wellington se empiezan a impartir a partir de los cinco años.
Los niños están pagando la presión de los buenos expedientes tradicionales. Según la onegé Childline, uno de cada diez británicos menores de 18 años sufre ansiedad y depresión crónicas.
En el 2014 se triplicó el número de niños que han necesitado apoyo por
cuadros de estrés asociados a los exámenes, y se cree que solo reciben
atención un cuarto de los que realmente la necesitarían. No es un asunto
anecdótico, se calcula que 220 millones de niños en el mundo padecen problemas de esa índole.
La mitad desarrollarán una enfermedad mental en la vida adulta, y se
triplicarán también sus posibilidades de crímenes, abusos de drogas y
suicidios.
Los especialistas británicos acaban de llevar su propuesta de clases de felicidad a la Cumbre Mundial de la Innovación que
se ha celebrado en Doha. Allí, el profesor Layard, experto en felicidad
de la London School of Economics, reclamó cambios en la educación «para
dar tanta importancia a los conocimientos para vivir como la que
otorgamos a saber leer y escribir, las necesidades derivadas de las
emociones son tan importantes como el desarrollo intelectual». Además
del sufrimiento que se ocasiona a los chicos, advierten que se producen también daños económicos, «porque está comprobado que los niños felices tienen luego más éxito y mejores resultados en sus vidas».
Mejorar el rendimiento
El problema es que la propuesta de aflojar el hincapié en los exámenes choca con el hecho de que el rendimiento de los niños del
Reino Unido está cayendo respecto a sus pares de otros países
occidentales en materias como alfabetización, aritmética y física. En
general, la educación británica se basa menos en la memoria y la
repetición que la española. Cuida mucho aspectos útiles en la vida, como
saber hablar en público de manera persuasiva. Pero hay que reconocer
que, por ejemplo, los conocimientos de gramática o de historia de
cualquier escolar español son muy superiores a los de uno inglés.
En la comunicación de Doha los apóstoles británicos de la felicidad indicaron también que los padres están fallando:
falta conversación y lecturas compartidas con los hijos. Además,
abogaron por formar a más maestros especializados en el bienestar del
niño y recordaron que los teléfonos móviles, bien utilizados, pueden ser
también una herramienta útil en la tarea.
ABC, Miércoles 4 de marzo de 2015
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