SILVIA TAULES
En el colegio, Leo se porta de manera impecable, nunca hay quejas de
los profesores. Pero llega a casa, deja la mochila tirada en el suelo y
exige la total atención de su madre, Laura, quien dejó
el trabajo para cuidarle, para darle todo su cariño, y ahora, a veces,
se arrepiente. "Me he convertido en su esclava, ya no pide, exige, y si
no le das lo que quiere, grita y patalea como un bebé. ¡Ha llegado
incluso a darme patadas!". Laura se siente indefensa, y dice que ha perdido el control.
Lo que le podría pasar al hijo de Laura es un claro síndrome del 'niño emperador', tal y como lo define el Centro Can Rosselló de Barcelona,
una clínica especializada en adicciones y patología dual. Lo primero
que recomiendan desde este centro especializado es no culpar a los
padres. Son parte del problema, por supuesto, pero hay muchos otros
factores que influyen, cuentan desde el centro. "El ambiente, porque los
niños de hoy viven en una sociedad consumista, individualista y que
prima el éxito fácil y rápido". Puede también existir "una
predisposición genética que explique los motivos de esta conducta". Y
luego está, claro, la educación familiar. "Puede haber
habido una dejación, una sobreprotección del niño por la ausencia de los
padres, que trabajan más de la cuenta, también una falta de autoridad,
disfunciones en el aprendizaje de instrumentos afectivos...".
Los menores con este 'síndrome' suelen tener ente 11 y 17 años, actitud agresiva y poca tolerancia a la frustración.
Hay algunas maneras de detectar un posible caso o si nuestro hijo está
siguiendo la senda equivocada. Porque hay niños muy mimados, niños muy
consentidos, y niños que rozan la patología. Aquí algunos de los
síntomas que muestran los niños (y no tan niños) que padecen este
síndrome. Si detectamos alguno, podríamos encender alguna alerta.
- Tristeza, ansiedad y enfado. Siempre sin motivos aparentes.
- Sentimiento exagerado de la propiedad. Son niños que esperan recibir lo que quieren y esperan que sean los demás quienes se lo proporcionen.
- Ataques de ira y rabietas ante situaciones frustrantes, el aburrimiento, cuando se les niega lo que piden. Pueden llegar a insultar y a mostrar violencia física ya desde muy pequeños (hablamos desde los 3 años).
- Egocentrismo. No hay nada más importante que ellos mismos, se sienten el centro del mundo y como tal, reclaman total atención.
- Sin empatía. No saben ver cómo sus actos afectan al resto y son incapaces de ponerse en el lugar del otro. No tienen remordimientos ni saben pedir perdón porque no entienden que han causado daño o que su actitud no es la apropiada.
- Rechazo al castigo. Niegan los castigos, no saben someterse a las normas de los padres y les culpan de sus males. Injustos, tiranos, malos... Los padres son los causantes de su dolor y les atacan con la intención de que terminen cediendo a sus exigencias.
- El otro es el culpable. Cuando cometen un error, o incluso una fechoría, buscan a un tercero y le acusan de ser el culpable.
- Inadaptados. Aunque algunas veces son menores que sólo muestran esta conducta con sus padres, en la mayoría de los casos suelen estar inadaptados. No son capaces de plegarse a las normas y no entienden el padecimiento que causan, por lo que en la escuela, por ejemplo, terminan por quedar arrinconados
EL MUNDO, Martes 31 de marzo de 2015
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