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Cómo gestionar el ocio sin ser padres que abandonan a sus hijos

VERÓNICA RODRIGUEZ ORELLANA
En la actualidad, nuestro papel como padres difiere muchísimo del que desarrollaban las anteriores generaciones, ya que hemos conseguido superar el reto de combinar la dedicación a los hijos con el ejercicio profesional, la atención a las actividades de ocio, al cuidado personal, etcétera. La paternidad, en esta era que nos ha tocado vivir, no resulta sinónimo de sacrificio o de exclusividad. Un aspecto fundamental en la manera de relacionarnos con nuestros hijos lo representa la tecnología, todo un desafío -antes que una herramienta- para derribar la barrera que la propia evolución tecnológica supone en los anhelos de comunicación y de atención de los padres, deseo que permanece inalterable por mucho que cambien los contextos y las épocas.


Llamar las cosas por su nombre

Para las generaciones de antaño, el sacrificio altruista y desinteresado en aras de conseguir la familia perfecta constituía una forma habitual de proceder: no suponía una marca distintiva, sino un hábito social. Hoy el escenario vital ha cambiado radicalmente y se observa la crianza como algo aleccionador, pero también como una dedicación que se debe compensar en otros ámbitos, con otras distracciones. El problema que surge es el de cómo encontrar el adecuado equilibrio entre familia y ocio. La experiencia de la crianza en sí (en particular de niños pequeños) no siempre es estimulante o entretenida, sino más bien todo lo contrario. Nos distraemos ampliando nuestros espacios de ocio porqué cuidar a niños puede ser agotador.

Cuando la tecnología irrumpe en los días que toca estar con los niños

Miguel, 44 años, empresario y divorciado, nos hace el siguiente relato en su sesión de coaching. "Cuando me corresponde estar con mi hija, tengo la sensación de que pierdo mucho de mi codiciado espacio personal. Se altera gravemente mi rutina porque no puedo hacer planes en esos días, ni entrenar en el gimnasio, debo preparar comidas y ayudar con los deberes; en resumidas cuentas, mi universo queda reducido a la casa, el jardín, los juguetes y las apetencias normales de una niña de 8 años. “Mi recurso inmediato para la evasión en esos días lo constituye una suscripción a la plataforma Netflix, no soy excesivamente exigente, aunque nunca puedo acabar de ver una película o una serie porque cada vez que la niña me ve con la tablet refuerza y multiplica sus deseos de atención." ¿Qué hacer entonces?
Juan Carlos, administrativo de 37 años, nos cuenta en su sesión de coaching que los días que tiene a los niños suele visitar con ellos un Centro Comercial en el que hay un parque infantil, si bien su objetivo no es tanto que sus hijos jueguen ahí como conectarse a la red WiFi del establecimiento para sumergirse en las redes sociales o ver algún documental. Salir con los pequeños le resulta demasiado estresante y necesita, como el aire, una intermitente evasión y al mismo tiempo, tener todo controlado. Asistimos inconscientemente a una era de paternidad distraída en la que los adultos, tanto como los niños, se sienten irreprimiblemente atraídos por los inagotables estímulos de la tecnología. Estudiamos y atendemos continuamente cómo influye este desarrollo científico en los niños, mientras descuidamos el análisis de cómo afecta también a la manera de relacionarnos con ellos. Las normas sociales van evolucionando y modificándose, las estrictas exigencias para los padres de antes van relajándose y admitiendo nuevas prerrogativas y salvedades. Sin embargo, no siempre los progenitores se encuentran cómodos con lo que hacen, con la calidad del tiempo dedicado a los hijos, con los nuevos terrenos que exploran; les asalta en ocasiones el sentimiento de culpa al no ser muy capaces de discernir dónde queda el contrapeso pertinente entre su responsabilidad paterna y el espacio dedicado al ocio personal. Más allá del estigma que genera pensar en términos más realistas respecto del día a día de la paternidad o de admitir que, a veces, es más entretenido evadirnos a través de las series y redes sociales cabe considerar cómo se ha asimilado la tecnología en la dinámica familiar moderna y también cómo esta moldea la relación entre padres e hijos: no tanto como motivo central de la distracción o la distancia, sino como catalizadora de otras cuestiones o problemáticas por debajo de la superficie.
Gonzalo, arquitecto de 42 años y padre de Francisco, un niño de 7, trabaja en sus sesiones la manera de encontrar momentos de ocio compartido como procedimiento más expeditivo para no sufrir ese sentimiento angustioso de culpa producido por la desatención. Cuenta que anima a su hijo a jugar con la tablet mientras que él recurre al ordenador para obtener momentos individuales de relax, estableciendo horarios específicos para ello.
Marisa, de 43 años, recientemente divorciada y madre de Pablo y Lara -de 5 y 7 años respectivamente- dice que solo cuando se divorció llegó a darse cuenta de todo el tiempo que se había robado a sí misma. "En el momento de divorciarme me percaté de que tenía sobrepeso y fumaba compulsivamente, la situación era ciertamente estresante. Empecé, después de mucho tiempo, a reservarme un espacio personal: acudí a una nutricionista y me apunté a un grupo de running, deporte al que me aficioné tanto que, además de ayudarme a cumplir mi objetivo de perder kilos, se ha transformado en una auténtica devoción de la que no puedo prescindir. Los días que me tocan los peques, les programo las series que les gustan y salgo a correr. Planifico el entrenamiento , de manera que estoy de vuelta para prepararles la merienda cuando acaban los capítulos programados. A veces me siento un poco culpable de dejarlos solos dos horas. Sin embargo, ya no renuncio a mis momentos de ocio y bienestar, fui testigo de cómo mi madre se convertía en una esclava de la atención a sus hijos y no estoy dispuesta a que me ocurra lo mismo".

De culpógenos a responsables

Nuestras madres apenas pudieron evadirse del peso de la responsabilidad social que les confería la maternidad, ni siquiera podían plantearse tomar iniciativas propias tendentes y conducentes a una mayor satisfacción personal. La dedicación a los hijos, a la familia y a la casa se tornaba en actividad exclusiva, por lo que no se concedían ningún espacio propio, ninguna válvula de escape, no se separaban de sus maridos por muy deteriorada que estuviera la relación conyugal, abandonaban sus carreras, tanto profesionales como formativas, y aprendían a vivir con la resignación y el conformismo.
Ahora se pasó al otro fiel de la balanza, a los padres que apelan a la posibilidad irrenunciable de la individualidad, de las necesidades personales, mientras sentimos la carencia de un nuevo modelo referencial admitido socialmente y adecuado para la educación de los más pequeños. Esta ausencia de referentes provoca que, cada vez más, veamos en las consultas de coaching cómo aflora el sentimiento de culpa de padres que no encuentran el idóneo punto de equilibrio entre el patrón de educación con el que se criaron y el que aplican ellos mismos. El debate interno, de rabiosa actualidad, al que se enfrentan estos padres es el de cómo comenzar sus nuevas vidas, cómo gestionar el tiempo , de manera que puedan proveerse las necesidades individuales más básicas sin, al mismo tiempo, desatender ni alejarse emocionalmente de los hijos.

Reflexionemos

El sentimiento de culpabilidad siempre está acezante y latente. Debemos tratar de evitarlo porque habitualmente conlleva un deseo de autocastigo inherente que pueda arrancar esta desagradable sensación. En su lugar, tratemos de sentirnos únicamente responsables, puesto que el compromiso sincero y la responsabilidad bien entendida nos permitirán ser más magnánimos con las propias decisiones y priorizar, cuando nos equivoquemos, el concepto de reparación mucho antes que el de mortificación.
*Verónica Rodríguez Orellana Directora y psicoterapeuta en Coaching Club Ernesto de Antonio Hernández : Coordinador Coaching Club
EL PAÍS, Miércoles 14 de febrero de 2018

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