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Cuidado con el síndrome del niño emperador, luego es muy difícil destronarle

CARLOTA FOMINAYA
En los últimos tiempos se habla mucho del «niño emperador», un término que se ha puesto de moda para designar a los niños maleducados, caprichosos y tiránicos, la mayoría de las veces consecuencia de una educación demasiado permisiva, capaces de destrozar su habitación porque no encuentran el cable del iphone o que agrede a sus padres (preferentemente su madre) porque lo despiertan para ir al instituto. Según el escritor y pedagogo Gregorio Luri, autor de «Mejor educados», «esto nace de la conjunción de una sobreestimulación de los hijos, a los que nadie ha enseñado el placer de aguantarse, y de una grave inseguridad de los padres»

Un número creciente de progenitores, e incluso de abuelos, continua Luri, «se siente amenazado por sus hijos. En España se superan ya las 500 denuncias mensuales. Hasta hace poco, el 80% de los agresores eran varones, pero cada vez hay más niñas implicadas. Se habla de violencia emergente. Lo es. También es precoz. Aunque el número de agresiones se da en la franja de edad de los 12 a los 17 años, ya hay casos documentados de agresiones por parte de niños de 7». A su juicio, todos los padres creemos que en ningún caso nos puede pasar algo así a nosotros. «Por eso, cuando nos pasa, no sabemos qué hacer. Nos encontramos superados por la situación y no tardamos en llevar a nuestro hijo a un especialista. A esto se une que nos invade un profundo sentimiento de fracaso y de impotencia», añade.
Pero para este pedagogo, hay que tomar decisiones tajantes: «Son niños que no saben soportar un no, ni saben donde están sus límites. Tampoco temen al castigo, y ninguna amenaza disciplinatoria afecta a su comportamiento. Poseen además un egocentrismo muy marcado, y han aprendido que con amenazas y violencia consiguen lo que quieren. No tiene, pues, ninguna tolerancia a la frustración y son incapaces de postergar ninguno de sus deseos».
En conclusión, apunta Luri, «no críen cuervos, que luego es muy difícil destronarlos. Porque cuando los hijos no encuentran las normas, estos tienden a descubrirlas por su cuenta». ¿Y cómo se ponen los límites? «Pues con una palabra que ha estado muy poco de moda en las familias en los últimos años: NO. De hecho, los expertos recomiendan decir NO como mínimo una vez al día», recuerda la periodista Eva Millet, autora de Hiperpaternidad, una obra que gira entorno a todos los factores que pueden acabar desembocando en la crianza de niños tiranos. «Hay que decirles NO con frecuencia. Esto no nos convierte en tiranos a los adultos», corrobora este profesor.

Cuando el motivo es genético

Pero no todo es «culpa» de los padres. A veces, según señala la abogada Belén Rodríguez, directora del proyecto «Yo cambio el mundo cambiándome yo» puesto en marcha por la Fundación Vivo Sano, se incluye también en este saco de «niño emperador» casos cuyo origen está en una base genética que desemboca en conductas muy agresivas y antisociales. A su juicio en el contexto actual, en el que hay muchos problemas porque cada vez hay más niños que no acatan las normas, es muy importante que los padres sepan distinguir entre los niños que actúan de manera agresiva y desafiante porque no han tenido suficientes límites en su educación de aquellos que tienen un problema más serio. «Esto es fundamental en primer lugar para que los padres se descarguen de culpa; y además para que puedan tener unas expectativas realistas sobre ellos». Según determina Rodríguez, hay unos rasgos que son definitorios, como la falta de empatía, de culpa, o el desapego hacia los padres.
La comunidad científica, afirma esta experta, «empieza a declinarse por un componente genético. Lo denominan trastorno antisocial de la personalidad, psicopatía, e hijos tiranos con ausencia de conciencia, que se caracterizan por la incapacidad para cumplir con las leyes y normas de la sociedad, el engaño y la manipulación, la impulsividad, irritabilidad y agresividad, además de por la despreocupación por la propia seguridad o la de los demás, irresponsabilidad, huida de las obligaciones, y/o falta de remordimientos o sentimientos de culpa por haber herido, maltratado o dañado de alguna forma a otras personas
Estos hijos, prosigue esta abogada, «no golpean, insultan o vejan a sus padres porque éstos les hayan consentido demasiado, no les hayan puesto límites, y esto les haya hecho crecer sin saber controlar la ira que les supone sus deseos frustrados, sino que tienen una predisposición psicológica y genética». Los padres, advierte, «no son los responsables de esa actuación violenta. Es verdad que la excesiva permisividad, existiendo atención, genera hijos caprichosos e irresponsables, pero no un hijo violento, esa violencia necesita de un desarrollo de la conciencia, de principios morales incluida la culpa».
La diferencia radica, explica esta abogada, «en un componente afectivo e interpersonal de tipo narcisista, egocéntrico y manipulativo en exceso, con dificultad o ausencia de culpa o remordimientos, e incapacidad para establecer lazos emocionales con los demás, incluyendo a sus familiares. La aparición de estos rasgos en la infancia debería llamarnos la atención y encaminarnos a la prevención», sugiere.
La conclusión que se deriva, añade, «no es los padres no puedan hacer nada para prevenir y mejorar el comportamiento violento de sus hijos, sino que estos hijos son un desafío diferente y superior al resto de sus hermanos, a los que han de enfrentarse sus padres, con ayuda de especialistas y que no deben ser objeto de críticas acusatorias. Los padres de niños con el síndrome del emperador en este grado no son la causa de su actos violentos, sino víctimas de estas características especiales de sus hijos, que en ocasiones, fruto de la ignorancia, del acervo cultural que les culpabiliza por consentidores y les acusa de una crianza errónea, tienden a ignorar los síntomas precoces del problema o se autoengañan pensado que son cosas de la edad».
«Deberíamos hacer un esfuerzo por identificar precozmente a estos chicos y ayudar a sus padres en su educación, antes de que sea demasiado tarde para que la intervención sea capaz de evitar los resultados más violentos y perjudiciales tanto para la familia como para el joven», concluye.
ABC, Lunes 5 de febrero de 2018

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