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La exigencia y la falta de flexibilidad, signos de intolerancia a la frustración en menores

S.F.
El desarrollo emocional tiene lugar en una etapa temprana de la infancia, siendo clave la franja entre los 3 y los 6 años. Es en esas edades cuando los niños y niñas deben adquirir las habilidades de inteligencia emocional oportunas, como la identificación, el reconocimiento y la gestión de las emociones básicas, que les permitirán socializar de manera adecuada. La coherencia y el modelo paternal serán cruciales para ayudarles a desarrollarlas de forma adaptativa y constructiva.
En palabras de María Díaz, psicóloga de Blua de Sanitas, «la socialización en la infancia se produce como efecto de las prácticas de crianza y la interacción con el entorno y la personalidad. Todo ello orienta el desarrollo del niño transmitiendo valores, límites y normas que van a facilitar su incorporación al entorno social y, en este sentido, la etapa entre los 3 y los 6 años resulta vital».
Dentro de este desarrollo emocional una de las bases a asentar en el menor es la gestión de la frustración. «Esta edad genera una plasticidad importante en la que el modelo paternal juega un papel muy relevante. Es desde pequeños cuando aprendemos a manejar y tolerar la frustración y depende en gran medida de cómo permitan los padres que esta emoción aflore, considerándola como un “mal” necesario que los niños tienen que aprender a gestionar. Si frenamos esta emoción cediendo en lo que nos piden, dándoles lo que quieren y así evitar pasar por el “mal trago”, estaremos haciendo de esta emoción adaptativa, un recurso más que recurrente y sin gestión para nuestros peques», apunta la psicóloga.
La frustración puede verse manifestada en conductas y/o sentimientos e incluso puede impactar en el desarrollo de posibles hábitos nocivos relacionados con reacciones agresivas e incluso con el consumo de sustancias perjudiciales en edades futuras. «Las emociones que van unidas a la frustración son la ira y el enfado, por lo que si no se gestionan bien pueden conllevar la vulnerabilidad o exposición a conductas de riesgo en la etapa de la adolescencia», sostiene María Díaz.
Hay ciertos signos que nos permiten identificar una tendencia a la frustración en el menor. «Los niños y niñas con baja tolerancia a la frustración son exigentes y demandantes y buscan satisfacer sus necesidades de forma inmediata, manifestando “rabietas” y llanto desconsolado. Son poco flexibles ante los cambios y desarrollan con más facilidad que otros niños síntomas de ansiedad o bajo estado de ánimo», detalla la psicóloga de Blua de Sanitas.
Para evitarlo es fundamental enseñar a los niños a tolerar la frustración desde pequeños y para ello, María Díaz recomienda a los padres las siguientes pautas:
1. Establecer normas y límites que han de cumplirse con tranquilidad pero con firmeza.
2. Tener siempre presente que el «no» es necesario, aunque frustre a los pequeños.
3. Aprender a gestionar las «rabietas» cuando se produzcan, no cediendo ante ellas.
4. Tener muy claro que la frustración es inevitable en la vida y si los niños y niñas no aprenden a manejarla y aceptarla, en su vida adulta les resultará mucho más complicado.
«Si nos encontramos con que nuestro hijo es un niño con baja tolerancia a la frustración como padres podemos reconducir esa situación, podemos reeducar al niño para que poco a poco aprenda a manejarla. Primero, sería conveniente analizar qué ha podido llevar a esa situación ya que es posible que no hubiera límites claros o precisos y habría que ponerle solución. En segundo lugar, es necesario ayudar al niño a diferenciar entre sus deseos y necesidades, haciéndole entender que no siempre se puede tener lo que se quiere cuando se desea, así como enseñarle a tolerar la demora del refuerzo o de conseguir lo que quiere; si me pide algo, no dárselo inmediatamente, sino cuando pueda o yo como adulto considere oportuno y explicarle en qué momento lo tendrá o por qué no lo tendrá», concluye Díaz.
ABC, Lunes 26 de febrero de 2018

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