Según Susana de Cruylles, psicóloga clínica del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, no se puede pretender que los niños sean obedientes de un día para otro, «necesitan su periodo de adaptación», y tardarán más o menos tiempo en función de su personalidad, de si forman parte de una familia equilibrada o desestructurada...
Los beneficios
Que los hijos sean obedientes no solo aporta la
tranquilidad a los padres de ver cómo hacen lo que se les dice, supone
mucho más. «Los niños obedientes asimilan que el mundo se rige por normas y el día de mañana respetarán a los demás, serán responsables, sabrán aceptar los límites, controlarán su mundo emocional, tendrán una adolescencia más tranquila...».
Por todo ello, es comprensible la desesperación de muchos
padres al ver a su hijo impasible cuando le dan una orden. Los niños no
son robots y no podemos pretender que cumplan un mandato de manera
inmediata, pero sí es posible que aprendan a asimilar que hay que
respetar las normas. ¿Cómo conseguirlo? Los expertos aconsejan una serie de pautas:
—Los padres deben ser conscientes de la edad de su hijo, no es lo mismo dar una orden a un niño de dos años que a uno de siete.
—Si se ha dado una orden y el niño no tiene mucha intención
de cumplirla —por ejemplo, «¡guarda las pinturas!»—, los padres nunca
deben acabar recogiéndolas. Se percatará de que si no lo hace lo harán
otros. Es preferible acudir a otras tácticas: «¿Quieres que te ayude a
guardar las pinturas?». Se le ayudará solo un poco al principio, pero debe ser él quien cumpla la mayor parte de la orden.
—Utilice una voz serena. Es más fácil que el niño obedezca si percibe una voz agradable que amenazante. Intente ser positivo. Es más efectivo decirle «si te pones el pijama te cuento un cuento» a «como no te pongas el pijama, no hay cuento esta noche».
—No pierda nunca el control ni la firmeza.
—Si decide ponerle un castigo, sea consecuente. De nada sirve decirle «¡un mes sin televisión!», porque nadie lo cumple.
—Lo ideal es no tener que repetir la orden más de una vez,
pero, si no le queda más remedio, informe al niño de las consecuencias:
«Si dejas de patalear seguiremos jugando; si sigues, no».
—Cuando cumpla una orden se le puede estimular con pequeñas recompensas que no tienen que ser materiales: «Lo has hecho fenomenal, eres un campeón, dame un fuerte abrazo».
—Si no cumple una norma, no tiene por qué enfadarse siempre, basta con no darle el premio.
—Resulta también efectiva la cuenta atrás. «Te
cuento tres para que vayas a lavarte los dientes: uno... dos... y
tres». En muchos casos, y dependiendo de su edad, da resultado y cumple
antes de que se diga tres.
—Si ha recurrido a la cuenta atrás y no ha cumplido, algunos expertos recomiendan que sean los padres los que sin mediar palabra den por hecho que el niño lo va a cumplir. Por
ejemplo, si se le dice que se limpie los dientes y no lo hace, el padre
puede llevarle al baño y poner la pasta de dientes en el cepillo y
dárselo. Es muy probable que, como un acto reflejo, se lave los dientes.
Pero, si no lo hace, y siempre dependiendo de la edad, se le llevará a un rincón para que esté allí solo un rato.
Los expertos recomiendan que se ignore al niño en estos casos tantos
minutos como años tenga. Este tiempo será suficiente para que reflexione
y sepa que sus padres están enfadados y por eso le ignoran. Sin
embargo, advierten los expertos, no conviene ignorarle cuando su
comportamiento suponga un grave riesgo, como es que quiera cruzar una
carretera él solo.
ABC, Domingo 12 de enero de 2014
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