GEMA LENDOIRO
Si tiene hijos lo sabrá. Una de las cosas que conlleva es
perder la increíble capacidad de disfrutar una noche entera durmiendo a
pierna suelta… al menos hasta que pasan unos años. La mayoría de los padres se desesperan, consultan a otros, piden cita al pediatra, incluso algunos hasta los medican (totalmente contraindicado salvo enfermedades diagnosticadas por especialistas).
Algunos padres recurren al método Estivill,
un sistema que «enseña» a los niños a dormir y que, según algunos
especialistas, a pesar de su eficacia, tiene consecuencias negativas.
María Berrozpe, doctora en Biología, autora del Debate Científico sobre la realidad del Sueño Infantil y coautora de Una Nueva Maternidad y del blog, Reeducando a Mamá,
recuerda que hace dos años leyó las declaraciones del doctor Estivill
en un periódico asegurando que desde el mundo científico no recibía
reproches a su método. «No estoy de acuerdo.
En el mundo científico del sueño infantil hay un acalorado debate que
ni se puede ni se debe negar a los padres. Desde el cuestionamiento del
sueño en solitario o las diferentes técnicas para establecerlo, hasta
los factores relacionados con la muerte súbita del lactante, todo está
en entredicho y, a día de hoy, hay muy pocas verdades establecidas».
—¿Aprenden los niños a dormir?
Entendiendo la pregunta literalmente, tengo que decir que
no. Todos sabemos dormir, igual que sabemos respirar. El feto ya duerme,
como bien explica el mismo doctor Estivill, y evidentemente nadie le ha
«enseñado». Lo que sí puede aprender un niño es a dormir en una serie de condiciones establecidas culturalmente.
En nuestra cultura aprenderá a dormir metiéndose en la cama, bajo el
edredón o sábana y en pijama, por ejemplo. Otros niños dormirán con la
ropa del día y en una estera, algunos tienen que aprender a dormir
solos, mientras que otros pueden seguir disfrutando de la compañía de
sus cuidadores durante el sueño.
—¿Por qué considera que el método Estivill no es el más adecuado?
Este método tiene en sus mismas raíces un error
fundamental: la ciencia del siglo pasado convirtió una costumbre
establecida culturalmente, el sueño en solitario de nuestros hijos es
una cuestión de salud y ciencia. Los defensores de este método siguen
considerando que el niño que a los 6 meses no es capaz de dormir en
solitario toda la noche tiene una enfermedad llamada «insomnio infantil por hábitos incorrectos» que
si no se soluciona le producirá problemas de sueño en el futuro. Pero
hoy está perfectamente demostrado que el sueño en solitario no es
imprescindible para tener un sueño saludable. De hecho, es una manera de
dormir excepcional para las crías humanas. Hasta el mismo doctor
Richard Ferber, mentor del doctor Estivill, acepta el colecho (dormir
con los padres) como una práctica perfectamente sana y respetable.
Esto no significa que no podamos enseñar a nuestros hijos a dormir en
solitario si ese es nuestro deseo. Sólo significa que ya no tenemos
excusas (del tipo es por su bien, es para curarle) para forzar este
comportamiento mediante un método que implica dejarle llorar, y a una
edad a la que el niño todavía no está preparado para asumir esta
exigencia cultural. Y no todos los niños lo estarán a la vez. Unos lo
lograrán antes y otros después. Lo único cierto es que todos lo harán cuando estén preparados, independientemente de
que se hayan aplicado o no este tipo de métodos de adiestramiento, lo
que demuestra que, a largo plazo, es absolutamente innecesario.
—Desde su punto de vista, ¿cómo explica el proceso madurativo del sueño del niño?
El sueño es un proceso evolutivo que se va a adaptando a
las necesidades del ser humano. De la misma manera que las
características especiales del sueño durante la primera infancia tiene
un papel fundamental en el desarrollo del cerebro del bebé, también son
un espejo de los cambios que este sufre. El desarrollo del sistema
nervioso central que se inicia en la época prenatal continúa en la vida
adulta, pero sufre los cambios más dramáticos en los dos primeros años
de vida, algo que se ve perfectamente reflejado en el sueño de nuestros
hijos.
Hoy se sabe que los fetos ya duermen y,
según Rosa Jové, a partir del séptimo mes de embarazo ya tienen
claramente dos fases: sueño activo y sueño pasivo. Según esta autora,
entre el nacimiento y los 3 meses los bebés dormirán un promedio entre 14-20 horas al día, aunque todavía seguirán un ritmo ultradiano (sin diferenciar el día de la noche). A partir de los 3 meses ya serán capaces de empezar a adquirir el ritmo circadiano (dormir
más por la noche que por el día) y la adquisición progresiva de las
distintas fases del sueño les irá permitiendo hacer intervalos de sueño
cada vez más largos.
Aunque precisamente la adquisición de estas diferentes
fases puede traducirse en un mayor número de despertares nocturnos.
Hasta los 7 meses el sueño del bebé ha estado en construcción. A partir
de los 8 meses entrará en una etapa de maduración y no será hasta los 6
años que se parecerá definitivamente al sueño del adulto. En cuanto a la
duración del sueño, en la literatura científica existen tablas
estableciendo los percentiles a las diferentes edades, pero parece que
todos los autores están de acuerdo a la hora de reconocer la existencia
de una enorme variabilidad en la población infantil en cuanto a las
necesidades de sueño. A pesar de esto, podemos observar unas tendencias
generales en lo que podríamos calificar como un patrón de sueño normal en la niñez:
a.Una disminución progresiva de la duración del sueño diario desde la niñez hasta la adolescencia.
b.Un desplazamiento de la hora de empezar a dormir hacia una hora más tardía, que empieza en la mitad de la niñez y se acelera en la adolescencia.
—¿Se sabe de manera científica cuáles son las consecuencias de aplicar el método Estivill a los niños?
—Hay poca investigación realizada directamente analizando
este método, aunque muchos investigadores consideran que los resultados
obtenidos al estudiar el efecto del estrés
producido por el cuidado materno inadecuado o la separación del bebé de
su madre son extrapolables. Muy resumidamente, podemos decir que el
desarrollo de los sistemas de respuesta al estrés de estos bebés se ve
afectado negativamente, de manera que, en el futuro, tendrán más
probabilidades de desarrollar patologías como la depresión o la
ansiedad.
También se ve afectado el desarrollo de sus capacidades
cognitivas y hay pruebas del impacto sobre el desarrollo del sistema
inmune, ya que tendrán más probabilidades de sufrir enfermedades
autoinmunes de adultos. Uno de los pocos estudios realizados
directamente sobre la aplicación a bebés de una técnica de
adiestramiento lo publicó Middlemiss en el año 2012 y demostró algo que a
mí me ha impresionado mucho: tras tres días de adiestramiento los bebés
ya no lloraban cuando se les dejaba solos, pero los niveles de cortisol (la hormona del estrés) eran tan altos como
el primer día (en el que sí lloraban). Por el contrario, en las madres
sí se producía una disminución de cortisol al tercer día, comparado con
el primero. O sea, las madres, al ver que el bebé ya no lloraba, ya no
se estresaban. Pero el bebé, aunque ya no lloraba, seguía sufriendo.
—Hay
muchísima controversia entre este método y el que está en el extremo
contrario que es dormir con los hijos en la misma cama (colechar)
¿Presenta riesgos dormir con los hijos? ¿Existen datos científicos que
digan que, efectivamente, puede suceder la muerte súbita, por ejemplo?
El colecho actualmente sólo resulta controvertido en su
relación con la muerte súbita del lactante y sólo durante los tres
primeros meses de vida del bebé. Algunos investigadores consideran que
por sí mismo es un factor de riesgo independiente en este tiempo,
mientras que otros consideran que no hay evidencias que demuestren esta
relación y que la práctica del colecho realizada en unas condiciones seguras no solo no es peligrosa sino que es protectora. Pero
estoy hablando del colecho con los menores de tres meses. A partir de
ese momento ya no hay controversia: el colecho es considerado
absolutamente saludable y respetable.
—¿Cuándo empiezan, en general, a dormir bien los niños?
—Siempre que al bebé sano se le permita dormir en las
condiciones que él necesita y se encuentre bien,«dormirá bien». Esto
significa que un bebé recién nacido en íntimo contacto con su madre y
con continuo acceso a su pecho dormirá de maravilla porque en sus múltiples microdespertares no necesitará desvelarse del todo para
tener acceso a su alimento y sentirse protegido y feliz. Un bebé de 6
meses en las mismas condiciones posiblemente también dormirá de
maravilla, aunque se despierte de vez en cuando un poquito y coma un par
o tres de veces por la noche, que es lo normal a esta edad.
Un niño de dos años colechando con su madre también
dormirá de maravilla y, dado su momento del desarrollo, posiblemente la
mayoría de las noches dormirá de «un tirón», o sea, que no nos
despertará en toda la noche. Si lo que me pregunta es cuándo dormirá
bien en las condiciones que nosotros exigimos, pues dependerá de estas
condiciones. Si exigimos que duerma bien colechando con nosotros, es
posible que duerma bien desde el primer día. Si exigimos que duerma bien
solo, en su habitación, sin molestarnos, es posible que lo haga ya a los dos años,
pero también es posible que no lo haga hasta los 4 o 5 años o tal vez
más tarde. Dependerá de muchos factores. Aplicando el método Estivill
posiblemente lo conseguiremos mucho antes pero ¿A qué precio? Es nuestra responsabilidad saber
hasta qué punto podemos exigir o no a nuestro hijo para no superar su
capacidad natural de adaptarse a esta exigencia cultural. Lo que el
pediatra Oskar Jenni llama respetar su «bondad de ajuste». Y es evidente
que obligar a nuestro hijo a dejar de reclamarnos a base de no
atenderle tal y como él necesita no es respetar su bondad de ajuste
personal.
ABC, Sábado 25 de enero de 2014
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