M.J.PÉREZ-BARCO/MADRID
En no pocas ocasiones se altera la convivencia familiar cuando los hijos retan, desafían, desobedecen, tienen el «no» por respuesta, o no atienden órdenes ni avisos... Es un tira y afloja que trae de cabeza a muchos padres. Sin embargo, esas respuestas oposicionistas
no hay que tomarlas tan a pecho. La mayor parte de las veces son
comportamientos normales dentro del desarrollo evolutivo del niño. Suele
ser una actitud muy frecuente entre los dos a seis años y después en la
adolescencia. No obstante, y aunque se puedan considerar respuestas
normales, padres e hijos tienen que aprender a sobrellevarlas y
corregirlas.
A veces son los adultos quienes interpretan ciertas actitudes como un reto o un desafío, explica el pedagogo Jorge Casesmeiro, director de psicopaidos.com y asesor del Colegio Profesional de la Educación. «Si un niño de dos años —dice— no obedece una orden, una petición o un aviso, seguramente ese niño sólo esta en plena explosión psicomotriz,
con necesidad de moverse, explorar o determinar un patrón de conducta
que ha empezado, lo que para él es una necesidad. A esa edad carece de
madurez para controlar su conducta, así como para entender lo que es una
norma. Ese niño no está retando a sus padres, sino que su
comportamiento está siendo interpretado como un desafío, que no es lo
mismo».
Signo de independencia
Una pataleta, una rabieta o incluso
el molesto hecho de no hacer caso a una orden o una advertencia encierra
un significado. Con estas respuestas, los más pequeños se «autoafirman, descubren su personalidad, su individualidad.
Descubren que hay cosas que puede hacer por sí solos, se dan cuenta de
que pueden ser autónomos y experimentan con su entorno. Están
aprendiendo que el "no" le proporciona una lucha de poder, en la que a
veces, gana», indica Silvia Guinea, psicóloga infantojuvenil de ISEP Clínic Barcelona.
Sobre los seis y siete años, el niño abandona esas actitudes que renacen en la pubertad y se recrudecen en la adolescencia. Es
entonces cuando discusiones verbales, incluso insultos o amenazas
delatan otro cambio. Con estas actitudes niños y adolescentes «reafirman
el yo, su individualidad y su independencia —explica la psicóloga—. Y
eso ocurre cuando son pequeños porque pasan de ser un bebé a un niño o
en el caso de la adolescencia porque maduran hacia la edad adulta».
Nunca hay que bajar la guardia,
porque lo que puede ser un comportamiento normal se puede convertir en
un calvario. Hay que empezar a preocuparse cuando la convivencia tanto
familiar como escolar se resiente, cuando el comportamiento retador o agresivo es generalizado y persistente,
cuando se produce un deteriorio en la vida del niño e interfiere en el
desarrollo de sus actividades cotidianas. Para no llegar a este extremo,
el pedagogo Casesmeiro y la psicóloga Guinea ofrecen unas pautas que
corregirán por el buen camino estas actitudes de los hijos:
1. Las normas y límites tienen que ser lógicos y
coherentes para poder defenderlos de forma firme y sin sentimientos de
culpabilidad. Y ser firme no implica gritar ni ser agresivo, sino
mantener la norma. Los dos expertos recomiendan que la firmeza es
fundamental. «El niño tiene que percibir que sus padres, profesores y
educadores tienen claro el camino a seguir. Eso le da seguridad y marca
unas coordenas en su vida», asegura Casesmeiro.
2. Determinar las consecuencias de saltarse una norma o no cumplir una demanda de los padres o profesores.
3. Ser constante y consistente en la aplicación de las consecuencias.
4. Reforzar las conductas alternativas de cooperación, obediencia y cumplimento de las normas.
5. Expresar el comportamiento que se espera del niño, no criticarle ni ponerle etiquetas. Si se critica es el comportamiento, no al niño.
6. No entrar nunca en la dialéctica del reto.
Un adulto puede convertir en desafío lo que no lo es. Por eso, hay que
evitar el típico pensamiento «no va a salirse con la suya», aunque sea
difícil para los padres cuando están cansados, estresados o preocupados.
7. Mantener la calma y no desesperarse.
Conviene armarse de paciencia. Si es necesario, contar hasta diez y
respirar profundamente. Esto generará la serenidad y fuerza mental
suficientes para entender lo que sucede en ese momento y al niño.
8. El castigo tiene que ser proporcionado y acompañado de un enseñar a pensar, para que el niño comprenda que las acciones tienen sus consecuencias.
ABC, Jueves 9 de enero de 2014
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