
Hubo un tiempo en que visitaba con
ilusión la sección de pañalería de los grandes almacenes, en
que celebraba como una conquista el paso de una talla a otra de la escueta
escala de cinco. Pasó luego que consideraba un triunfo el hecho de no haber
llegado a la talla cinco. Volvimos a empezar y estas querencias se atenuaron
hasta que, finalmente, pasé a desear no volver a ver un pañal en todos
los días de mi vida, lo cual incluye, evidentemente, los míos propios
en caso de que llegue a una edad de incontinencia. No obstante, por el momento,
no puede ser. Aún tengo pañales que comprar. No sé hasta cuándo y realmente no
me preocupa demasiado, no todavía. Pero me ha dado pie a escribir este post,
sobre la enuresis.
Para el que no lo sepa, la enuresis es la incapacidad para controlar
la orina en niños mayores de cinco años. Hacerse pis encima, en román
paladino. Puede ser nocturna, diurna o ambas.
Y puede ser primaria -el niño nunca ha controlado su vejiga,
al menos no durante un periodo de al menos seis meses- o secundaria
-una recaída en el pipí, en este caso debida seguramente a algún factor
externo-. En este post de la pediatra Amalia
Arce, está perfectamente explicado. Como todo el mundo
supondrá, la más habitual es la primaria nocturna.
Sobre sus causas,
parece que hay cierta controversia. “No hay ninguna base conocida”, me dice Jesús Martínez, el conocido médico de mi hij@. “Hoy se
habla de un problema de sueño, que es tan profundo que la sensación de hacer
pis, más débil, no es suficiente para despertar al niño. Pero antes se hablaba
de otras cosas”. Por otro lado, el urólogo Juan Carlos Ruiz de la Roja,
autor del libro ¿Por
qué se orinan los niños en la cama?, sostiene que en un 90% de
los casos, la enuresis se debe a un problema médico, físico, y solo un 10% a causas
psicológicas. Fundamentalmente, dice, son dos esas causas físicas:
o una sobreproducción de orina durante la noche por déficit de
la hormona ADH o inmadurez de la vejiga, que impide que tenga
capacidad suficiente. Sea como fuere, en lo que sí parecen de acuerdo los
expertos es en que tiene un fuerte componente hereditario.
Vamos por partes. En primer lugar,
hasta los cinco años, no se puede hablar de enuresis. Simplemente, falla el
control de esfínteres sin más y es normal. Es a partir de esa edad cuando se
considera que existe algo que no me atrevo a llamar enfermedad, aunque con el
tiempo pueda ser fuente de muchos malestares. Y en este punto es donde está el
meollo de la cuestión. ¿Qué hacer si el peque moja la cama más allá de
la edad razonable?
Ruiz de la Roja cree que, “por
desconocimiento”, hay cierta tendencia al no-tratamiento, no solo entre los
padres, también entre los médicos, a tomarlo como un problema que se va a
resolver con la edad y que no hay que darle importancia. Así, blande una
estadística a nivel europeo (de la Sociedad Europea de Urología
Pediátrica y la Sociedad Internacional de Incontinencia
Infantil) que sostiene que sólo un 20% de los casos de enuresis están
diagnosticados y reciben un tratamiento para una “dolencia” o “trastorno” que
sufren 329.000 niños en España. En una nota de prensa, ambas sociedades
lamentan que “demasiados pediatras todavía optan por la abstención terapéutica
y la idea de que se curará con el paso del tiempo, aunque actualmente todos los
estudios recomiendan intervenir sobre la enuresis”. Las dos instituciones
declararon el pasado 17 de Octubre de 2015 como Día Mundial de la Enuresis
Nocturna (WBD, World Bedwetting Day).
El doctor Ruiz de la Roja defiende la realización de pruebas médicas
para abordar el problema. “Hay médicos que no consideran necesario esas pruebas
y se les pueden pasar enfermedades como la diabetes, que también pueden
producir incontinencia”. En cualquier caso, recomienda un sencillo análisis
de orina (para descartar una diabetes) o una ecografía renal y
de vejiga para detectar posibles malformaciones urinarias. Otro método
para detectar anomalías es medir la cantidad de orina diaria del niño: durante
el día, habría que recogerla y tras la noche, pesar el pañal. La nocturna
debería ser un tercio de la producción diaria, me explica. Asegura que, una vez
detectado el problema, en un plazo de entre seis meses y un año,
se soluciona el problema. “Lo más importante es llegar al diagnóstico”, zanja.
¿Cuáles son los tratamientos? Ruiz de la Roja, que hoy
publica ¿Qué hacer para que mi hijo no
se haga pis en la cama?, menciona la desmopresina
(un fármaco para reducir la producción de orina durante la noche) o los anticolinérgicos
(ayudan a la maduración de la vejiga). Sostiene que no tienen efectos
secundarios significativos y que incluso hay pacientes de diabetes insípida a
los que se prescribe la desmopresina de forma indefinida. Jesús Martínez sí me
advierte de los efectos secundarios de los antidiuréticos. También existen dispositivos
que se colocan en la ropa interior o pañal, detectan la humedad cuando el niño
orina y lo despiertan con una alarma. El Pipistop es uno de
ellos. Método pavloviano total. El inconveniente es que despiertan al niño en
mitad de la noche, perjudicando su sueño. Finalmente, hay que trabajar
los hábitos: acostumbrar al niño a no beber demasiado en las horas
previas al sueño, que orine antes de acostarse…
En lo que coinciden en todo caso los expertos es en evitar el dramatismo,
la burla, la estigmatización del niño. Parece
una perogrullada, pero hay que subrayarlo. Bastante mal lo pasa el niño como
para regañarle o hacerle sentir mal. En ocasiones, “son los padres los que
crean el trauma. Si el hijo incontinente los ve agobiados, se agobiará”, dice
Martínez. “El niño no se hace pis porque quiere, si le regañas es castigarlo
doblemente”, dice De la Roja. “Hay que tomarlo con tranquilidad, que no se
decepcione. Es muy posible que alguien cercano tuviese el mismo problema. De
hecho, muchos niños se enteran en la consulta de que uno de los padres, o los
dos, mojaron la cama de niños”. El urólogo explica que ha tratado casos de
“auténtico maltrato psicológico, barbaridades”: niños/adolescentes que intentan
no dormir, que no beben… Incluso un caso de un chico de “un pueblo de Albacete
al que hacían comer patas traseras de ratón” como castigo. Este desgarrador
testimonio, que recoge también el blog de Amalia Arce,
es suficientemente ilustrativo.
EL PAÍS, Lunes 16 de noviembre de 2015
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