JAVIER ARROYO
Dinamarca
está de moda. En precampaña electoral este país nórdico, pequeño y con
buenas universidades, es el modelo que esgrimen las formaciones
políticas emergentes, aunque por distintas razones. De este país también
nos ha venido Borgen, una serie sobre la política danesa que nos ha interesado tanto como House of Cards.
Si
hablamos de educación el referente habitual es Finlandia porque estamos
muy centrados en el informe PISA, pero Dinamarca ha dado al mundo un
juguete que se está convirtiendo en una herramienta educativa. Lego, una marca que languidecía hace una década, se ha reconvertido al meterse de lleno en el mundo de la educación.
Algunos
cuarentones habrán guardado piezas primorosamente en cajas, aunque yo
nunca fui capaz de no perder algún ladrillo. Pasa igual con nuestros
hijos: unos son habilidosos para mantener el orden, pero a otros la
compra de un Lego está destinada a al caos.
Hace unos meses, la Universidad de Cambridge anunció que quería a un profesor experto en estos juguetes
Pero
la diferencia entre una generación y otra es que Lego ahora se vende
como herramienta educativa. Hasta el punto de que hace unos meses la
Universidad de Cambridge, centro universitario que había recibido una
jugosa donación de la Fundación Lego, anunciaba que quería a un profesor
experto en estos juguetes. ¿O deberíamos empezar a llamarlos herramientas educativas?
Son
siete las habilidades que, según los entusiastas de los ladrillos de
colores, promueve Lego en el aprendizaje. Destacan la resolución de
problemas, la creatividad, la comprensión lectora –por las
instrucciones—y el pensamiento en tres dimensiones.
Una escuela de Lego
Los
Kristiansen, dueños de Lego, son una familia muy rica según Forbes, y
muy vinculada a su ciudad, Billund, en Jutlandia, que es a Lego lo que
Arteixo a Zara. Allí patrocinan casi todas las infraestructuras, están
empeñados en convertirla en la capital de los niños y, además, han
fundado un colegio al que quieren atraer a familias de fuera.
Como
no podía ser de otra forma en esta escuela, además de fusionar el
método Montessori con las mejores exigencias del Bachillerato
Internacional, se usará mucho Lego. Según explican en la web, “cuando se
usa Lego en un ambiente de aprendizaje, los niños trabajan en equipo de
manera creativa, colaboradora y activa”.
Debo decir que, en mi
casa, eso suele acabar regular, con los niños culpándose de haber
perdido alguna pieza, de haberse saltado un paso, de no haber guardado
bien todo. Pero no soy danés. ¿Es cuestión de cultura? Ese es el gran
debate de la política, si nos podemos convertir en daneses con decretos y
reformas o no. Parece más fácil, pese a mi impericia, que los niños
aprendan con Lego.
Esto le está dando muy buenos resultados a la
empresa familiar, junto a la película y los derechos de Star Wars.
También la polémica decisión de teñir de colores pastel los Lego para
las niñas, que respondieron muy bien para espanto de las madres más
proigualdad. Todo parece indicar que Lego ha llegado para quedarse en
las clases. O no. En unos años sabremos si se quedó en moda pedagógica.
No sería la primera ni será la última. Mientras, intenten ser mejor
padre que yo, que acabo agachado con ellos recogiendo las piezas. Lo sé.
Muy mal.
EL CONFIDENCIAL, Jueves 12 de noviembre de 2015
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