PABLO DOBERTI
Educador y director general, UNOi
Educador y director general, UNOi
Ya se habrán dado cuenta:
es muy difícil discordar de lo que se proponen los proyectos
pedagógicos, las misiones y demás panfletos de las escuelas. Pero al
mismo tiempo, es muy difícil también encontrar una escuela que valga la
pena.
Delante de esa suerte de paradoja, inmediatamente tendemos a
irnos hacia la conclusión de que el problema es que la escuela al final
no hace lo que se propone, y entre lo escrito bonito y la dura realidad
se nos van las cosas y se nos invierte el signo del valor. Y puede ser,
pero sin embargo yo creo que hay un problema aún en esa escritura misma
-en esa panfletería-, y quiero analizarlo con cuidado; y creo también
que ese problema puede ser finalmente la causa del que sigue, que es la
paradoja con la que abrí.
Escribir, como hablar, son prácticas
bien difíciles y sumamente complejas. Y eso la escuela no lo sabe. No lo
sabe cuando lo enseña, pero tampoco lo sabe cuando las practica; no
entiende que las palabras fueron inventadas para decir algo. Por eso
creo que la primera dimensión del problema de la escuela es que no
comprende la índole de las herramientas que manipula y fracasa en su
ejecución.
Estoy queriendo decir que las escuelas escriben
pésimamente mal y hablan peor; que eso que llamé atrás "bonito" en
rigor, una vez despejada la ironía, debería ser llamado zonzo (insulso).
Las escuelas están regidas por documentos zonzos, que dan mil vueltas
con su retórica plana para lograr no hablar.
Por eso no importa lo
que escriban ni lo que digan a la hora de ponderar lo que hacen. Sus
propias palabras se pierden y no impactan en su cuerpo; su propio
discurso está disociado de sus actos. Habla por hablar, lo mismo que
escribe por escribir. A eso llamo "no saber escribir".
Peor aún.
Todo eso que las escuelas y la academia llaman "escribir bien", y que
parece una obviedad unánime, es buena parte del problema. Escribir bien
nunca será escribir correctamente; tal vez saber escribir correctamente
sea simplemente necesario para poder escribir bien... El "escribir bien"
escolar la mayoría de las veces es la inyección letal en la
sensibilidad de los alumnos ante el lenguaje. No hay que escribir bien
para escribir bien; tampoco hay que escribir mal para escribir bien.
Para escribir de verdad hay que saber que la corrección formal y
argumental son apenas referencias menores de una construcción que exige
todo lo demás. Esa es la maravillosa complejidad de la que hablábamos...
Pero más -o antes- que los alumnos, son las escuelas las que necesitan, perentoriamente, aprender a escribir.
Es necesario que los maestros vuelvan a aprender a hablar y escribir. Que la escuela se enfrente a la necesidad de elaborar de nuevo su discurso; que se trasnoche delante de la pregunta esencial de quién es. Que los niños no encuentren por ningún lado estereotipos en los que respaldarse para salvarse.
La
escuela desconoce el peso de su propia palabra. No siente el deber
ético de lo que dice. Sus actos no se inmutan porque sus dichos son
estereotipados y vacíos; que no le importan a nadie, estoy queriendo
decir. Habla como si lloviera. Gasta y desgasta las palabras y las
expresiones hasta que ninguna diga nada en el interior de su lógica
simbólica. ¿Qué quiere decir carácter en una escuela?; ¿o sexualidad?
¿Qué quiere decir cuidado y qué quiere decir responsabilidad? ¿O
competencias y criticidad? Todas más o menos lo mismo y casi nada. No
hay manera de escribir en la escuela. No hay palabras en las escuelas;
hay apenas significantes estereotipados y cansados: compromiso, estudio,
ciudadanía, amistad, oxímoron, casa, mamá, vida, xilofón y muchísimos
otros; y sentidos cristalizados y aburridos. La escuela roba el lenguaje
y secuestra el discurso. Y luego se pavonea diciendo por ahí que nos
enseña a leer y escribir. No es verdad. Eso que nos enseña no es leer y
escribir; apenas nos embute su mecánica más ramplona y luego se dedica a
limitarnos.
Por eso yo propondría una huelga en la escuela. No de
maestros, por favor; una huelga de fraseos desganados y palabreos
vacíos. Y sostenerla el tiempo que sea necesario. Bajo presión, obligar a
las escuelas -a todas- a reescribir todos sus documentos; a todos los
directores, maestros y funcionarios, a destruir sus discursos y a todos
los profesores a deshacerse de los Power-Point. No es una amnesia lo que
propongo; es la destrucción absoluta del discurso estandarizado y
hueco. Y sostener la huelga. Quemar todos los cuadernos de
comunicaciones y las mil y una circulares; borrar los históricos de los
mails. Ah, y por favor, destruir también todas las redacciones premiadas
y todos los libritos de cuentos que se hayan ido publicando por ahí. No
dejar nada. Para volver a empezar. Y por supuesto, dejar en las
bibliotecas solo literatura de verdad y buenos libros de referencias,
nada más.
Y empezar de nuevo.
Que los maestros deban volver a
aprender a hablar y escribir. Que la escuela se enfrente a la necesidad
de elaborar de nuevo su discurso; que se trasnoche delante de la
pregunta esencial de quién es. Que los niños no encuentren por ningún
lado estereotipos en los que respaldarse para salvarse. Que la directora
que vaya a hablar frente a los 700 padres en el día de la bandera tenga
prohibido llevar escrito su discurso. Que en donde estaba colgada la
misión envejecida aparezca de ahora en adelante un poema de Rimbaud o una ironía de Wilde,
en tipografías esmeradas. Que deje de flamear una bandera y cuelguen
otras cosas mejores. Que los micrófonos sean renovados para que lo que
se dice con ellos se escuche. Que afinen el piano. Que se viva todo el
rato la complejidad maravillosa de la lengua y la comunicación. Que
enseñen a leer leyendo textos que honren el lenguaje. Que se entienda en
todas las aulas por qué Kafka es genial y Whitman
un intrépido. Que los malentendidos intrínsecos a la polisemia del
lenguaje confundan la vida institucional y que las palabras importantes
no tengan ningún pero después. Que las voces hondas retumben y los ecos
acallen las trivialidades. Que se prohiban los gerundios en las
comunicaciones institucionales y los eslóganes.
Todo eso de hablar
y escribir es demasiado importante como para dejárselo a estas
escuelas. O hacemos otras escuelas o, si no, mejor vayamos planteando
unas buenas estrategias de escala planetaria para rescatarlos y ponerlos
a resguardo en alguna otra institución social mejor para eso (que
tampoco serán las academias de las lenguas). Mientras nos preparamos
-mamá, papá-, si tienes ganas, ayúdanos y exígele a la escuela de tus
hijos o a la de la esquina que trate de seguir aquella férrea pauta
paterna que cuentan que forjó a Virginia Wolf, cuando cada mañana al despertar le recordaban que solo hablara cuando tuviera algo para decir.
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www.twitter.com/dobertipablo
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