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Dar una ‘torta’ a tiempo no soluciona nada

ADRIAN CORDELLA
El caso reciente de un padre condenado por abofetear a su hija tras negarse a hacer los deberes nos demuestra que, aunque se haya luchado con ahínco los últimos años por los derechos y respeto de todos los menores, la disciplina con violencia sigue vigente. Este progenitor ha sido condenado a 56 días de trabajos en beneficio de la comunidad por las lesiones que le causó a su hija que tardaron ocho días en curar. También se le ha interpuesto una orden de alejamiento. El tribunal ha establecido en su sentencia que "en ningún caso puede entenderse que el derecho de corrección justifique el que un padre golpee a una hija menor de edad". Pegar a tu hijo es ilegal y así lo indica la ley española. Pero, ¿qué ocurre con el hecho de dar un azote? Aunque el castigo físico está cada vez peor visto, sigue suscitando polémica entre muchos padres que consideran que su regulación supone entrometerse en su forma de educar.

Hoy los niños viven en una constante evaluación. "Hay una colonización de la infancia que tiene unas consecuencias negativas en los menores, que les impide desarrollar adecuadamente su autonomía y creatividad", explica José Ramón Ubieto, psicoanalista y profesor colaborador de la Universidad Oberta de Cataluña. "Todo esto conlleva que les sobreestimulemos y sobreprotejamos, creando una generación a la que no se le permite evolucionar a su propio ritmo, llevando a la obsesión de muchos padres a controlar todo lo que hacen sus hijos", añade el experto.
Esta conducta puede llegar a que los progenitores pierdan las formas y usen el castigo físico, aunque sea de forma puntual, como medida correctiva. Y “a pesar de que son conscientes de que está mal, muchos optan por dar un cachete”, añade el también autor del libro Niños Hiper (NED ediciones). “Soy de la creencia de que no hay penalizar un azote, pero tenemos que ser conscientes de que no conseguiremos el efecto esperado”, argumenta Ubieto.
Muchas veces, por ejemplo, ante una rabieta del pequeño en un supermercado, los padres sufren y terminan por darle un azote. “En estas situaciones podemos evitar el cachete, alejándonos, dejándolos tranquilos, porque se les pasará. Si el niño nota que domina la situación no va a parar y es cuando llega la torta, debido al sentimiento de impotencia de los padres, que responde al miedo inherente actual de los padres a perder el amor de sus hijos”, incide el experto. “Lo mejor que se puede hacer, cuando perdemos el control varias veces, es buscar ayuda. Replantearnos la relación familiar. Lo que está claro es que las bofetadas no son el recurso, son cosas de otra época, no producen el efecto deseado”.
Una investigación publicada en el Journal of Family Psychology en 2016 apuntalaba que los azotes tienen el resultado opuesto al que buscan los padres. El metaestudio, que analizaba los datos recogidos durante 50 años con una muestra de 160.000 niños, concluía que los cachetes están asociados a una mayor probabilidad de desarrollar conductas desafiantes hacia los progenitores, de exhibir comportamientos antisociales y de sufrir problemas psicológicos, entre otros. Para el análisis, se desechó el abuso físico grave. “Los azotes no solo duelen cuando se dan, sino que su efecto es prolongado en el tiempo”, aseguraban los autores del estudio de las universidades de Austin y Michigan.
En esta línea, Olga Carmonapsicóloga infantil del grupo Ceibe, cree que no hay debate posible. "Nuestro objetivo es trabajar para extinguir de nuestra cultura que cualquier forma de violencia sea válida”, explica rotunda Carmona. Para esta experta, “aquellos padres que sostienen que funciona y defienden la bofetada a tiempo, lo creen porque obtienen la conducta deseada momentáneamente, pero es un espejismo doloroso. Lo que ese niño está haciendo es responder a unas expectativas por miedo, para evitar el golpe, no aprende nada".
Además, Carmona cree que el "menor, de aprender algo, es que la violencia es una herramienta válida”. La psicóloga explica que el cachete tiene que ver con un impulso. “Ningún padre, o casi ninguno, planifica dar un cachete”, sostiene la experta. Y cree que estas situaciones “suelen ser producto de la impotencia, de la falta de control y de recursos, del cansancio, del bloqueo". "Es cierto que a veces los niños nos llevan al límite. Pero es nuestra responsabilidad aprender a no reaccionar. Cuando se les educa desde el amor y el respeto, los niños son capaces de detectar cuando no les están tratando bien y defenderse”, concluye Carmona.
Verónica Pérez, psicóloga infantil del centro Raíces, añade que “el problema que nos encontramos es que hay muchas familias que todavía no conocen otra manera de poner límites que no sea ejerciendo violencia física o verbal, por eso es tan necesario detectar estas carencias y ayudar a crear alternativas de actuación en casa”. Esta experta asegura que “los padres se sienten culpables tras pegar a sus hijos, pero en una situación similar vuelven a ejercer violencia. Tienen que ser conscientes de la gran responsabilidad que conlleva educar y que busquen ayuda si no saben cómo abordar estas situaciones".
EL PAÍS, Miércoles 3 de octubre de 2018

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