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¿Estrés en los niños? ¿Cómo, cuándo, por qué?

ANA ROA
El estrés puede afectar a cualquier persona de cualquier edad que se sienta presionada o agobiada. En los niños, el estrés difiere de los síntomas que padecen los adultos debido a la maduración cognitiva, emocional y conductual existente entre mayores y pequeños. De hecho, la etapa de desarrollo es otro factor importante, pues se manifiesta de forma distinta en los más pequeños.
El estrés puede tener su origen en factores externos (los acontecimientos de fuera sobrepasan las propias capacidades del niño) o en factores internos (según se perciba a sí mismo y al mundo que le rodea) y especialmente en la interacción entre ambos factores.

Señales de estrés, ¿cuáles son las más frecuentes?

Dificultades para dormir, cambios de apetito (comer poco o demasiado...), bajo rendimiento escolar, incremento exagerado o disminución de la actividad física, cansancio, apatía, fatiga, problemas de relación, tristeza, irritabilidad... Estos síntomas combinados con situaciones de cambios pueden desembocar en un serio cuadro de estrés.
Cuando son muy pequeños pueden manifestar sus sensaciones estresantes a través de irritabilidad continua, llantos y deseos de estar siempre en los brazos o pérdida de apetito. A veces aparecen pesadillas o miedos evolutivos exacerbados (a la oscuridad, personajes disfrazados) o ansiedad de separación. La tartamudez o dificultades en el habla, retrocesos a comportamientos demasiado infantiles para la edad (enuresis nocturna, succión del dedo pulgar) son signos de alerta.
A medida que van creciendo se muestran más irritables o aparece el llanto sin motivación alguna. Si continúan estresados están más agresivos de lo habitual con comportamientos para llamar la atención y quejas de dolores o de molestias físicas.
Durante la adolescencia o preadolescencia desarrollan un mayor razonamiento sobre el significado de la ansiedad y el estrés aunque no identifican sus reacciones como tales y tienden a sufrir alteraciones conductuales y emocionales.

Contextos de estrés en la infancia

Conviene conocer cuándo, cómo y dónde se producen los acontecimientos estresantes. Cuando los niños son más pequeños están relacionados con la situación en la familia o con la propia escuela. En cambio, durante la adolescencia y la preadolescencia existe una mayor predisposición debido al cambio en las relaciones personales.
  • Familia: El nacimiento de un hermano, divorcio de la pareja, fallecimiento de abuelos o de familiares queridos, cambios de domicilio, dificultades en la situación laboral de los padres...
  • Escuela: No aceptación de los iguales, acoso o molestias de otros, cambiarse de colegio, exceso de demandas escolares, malas notas, conflictos con los profesores...
  • Salud: El dolor y la enfermedad constituyen una de las principales fuentes de estrés para los niños. La hospitalización por enfermedad crónica es considerada como el factor de estrés más relevante en la población infantil.

Prevención del estrés infantil

Es necesario que los padres nos presentemos como ejemplo para nuestros hijos gestionando adecuadamente nuestros estados de ansiedad y periodos de estrés delante de ellos. La paciencia, la tranquilidad, la calma y la capacidad reflexiva ayudan a los niños a desarrollar actitudes parecidas generando recursos para evitar estrés. Otro aspecto importante consiste en hacer a nuestros hijos participes de la resolución de problemas cotidianos y familiares, es importante escucharles y valorar sus opiniones. También es necesario respetar el "ritmo del niño" evitando comparaciones con sus hermanos o amigos y asegurarle que tiene nuestro amor incondicionalmente, nunca sujeto a la perfección con la que desempeñe sus tareas.
Muchos niños están tan ocupados que no tienen tiempo para jugar o relajarse después de la escuela. Se hace indispensable hablar con ellos acerca de cómo llevan las actividades extraescolares y, si se quejan, valoraremos los pros y los contras analizando maneras de ayudar a organizar el tiempo y las responsabilidades con el fin de que no les generen tanta ansiedad.
EL MUNDO, 17/10/2017

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