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La familia que juega unida es más feliz

CRISTINA BISBAL DELGADO
Pensemos un momento en la armoniosa imagen de una familia (padres e hijos) alrededor de una mesa con un tablero, unas fichas e incluso un dado —es opcional—. Lo que nos viene a la cabeza es un grupo de gente que lo pasa bien, es feliz y se divierte junta. Pues bien, esa idea tiene que ver con la realidad y no solo con el imaginario colectivo. Lo afirma un estudio realizado por Lego, que dice que “jugar juntos hace que las familias sean más felices, más cercanas y estén menos estresadas”. El informe, además, asegura que existe relación directa entre las horas que pasan jugando padres e hijos con la felicidad que dicen sentir: nueve de cada diez familias (88%) que juegan habitualmente aseguran ser felices. Ese porcentaje disminuye notoriamente (75%) en las familias que no lo hacen.
A pesar de ello, más de un tercio de ellas (38%) no consigue hacer hueco en la agenda para sentarse a jugar. Dicho de otro modo, tienen problemas para priorizar el tiempo de juego debido a los horarios, tanto de padres como de hijos. Quizás porque no se le da la importancia que tienen esos ratos de diversión en los que no solo se pasa un buen rato. Silvia Álava, directora del área infantil del centro de psicología Álava Reyes y autora de Queremos hijos felices lo describe así: “El juego es un buen modo de favorecer el vínculo, mejora la comunicación y la autoestima de los niños. Porque se trata de un tiempo en el que tanto padres como hijos dejan los problemas y las preocupaciones fuera de ese espacio. Se está a jugar. Eso es muy importante. Si al tiempo uno piensa en el mail que se tiene que mandar o en las lentejas que faltan por cocinar, no vale”. Pepe Pedraz, especialista en aprendizaje basado en juegos, lo resume así de bien: “Es sencillo. Al final todo se reduce a estar o no estar”. Vamos, que está muy bien jugar con los peques, siempre que el tiempo que se les dedica sea de calidad y no se comparta con otras actividades, ni laborales ni domésticas ni sociales.
La felicidad y el refuerzo del vínculo no son lo único que se ve favorecido por los ratos de juego conjunto. El otro gran beneficio es el aprendizaje. Los pequeños, para empezar, y no es ninguna tontería, aprenden a divertirse. De paso, desarrollan habilidades sociales. Pedraz: “Desde desarrollar una tolerancia sana a la frustración, hasta mejorar su capacidad de comunicación, empatía, respeto, capacidad de análisis, reflexión, desarrollo de estrategias múltiples, mejora de la concentración…”. Todo esto lo hacen de manera sencilla y natural, como explica Álava: “Eligiendo a qué jugar (cada vez elije uno y así se aprende a ceder); siguiendo las normas (si no, no querrán jugar contigo); aprendiendo a perder (por eso no es bueno dejarles ganar siempre: en la vida a veces se gana y a veces se pierde)…”. De paso aprenden valores como la convivencia, el respeto, la gratitud y se favorece la atención.
Atención: los padres y las madres también aprenden. Y mucho. Sobre todo a conocer a sus hijos: “¿Qué gustos tienen?; ¿qué tipo de juegos son sus preferidos?; ¿les cuesta relacionarse con otros niños?; ¿prefieren juegos de agilidad y manipulación o de estrategia y competición?”, enumera Pedraz. Y continúa: “El concepto de juego libre y el hecho de jugar siempre nos acompaña y nos permite observar a los jugadores dentro de un entorno seguro (lo que se conoce como ‘el círculo mágico’)”. Eso sí, la premisa para que se establezca esta magia es que “el juego sea voluntario. Y en los niños, además, espontáneo. Se puede inducir y proponer por parte de los padres y madres, pero lo que no se puede dictaminar unilateralmente”.
No es buena idea, por tanto, que se establezca la obligación de jugar un día a la semana o en un momento concreto. Aunque sí, una vez exista la rutina se puede llegar a una decisión conjunta para jugar, por ejemplo, los sábados tarde. “Pero esto ya son acuerdos entre adultos y niños, para afianzar o dar mayor vistosidad a algo que debe (o debería) trabajarse todos los días”. Silvia Álava incide en la idea de tratar de jugar a diario, a ser posible. Aunque sea solo un ratito. “Aunque hay que ser realista (no es planteable jugar todos los días al Monopoli o al parchís, que llevan bastante tiempo), es conveniente dedicarles 10 minutos de juego con una intensidad emocional muy alta”. Para hacerles cosquillas apenas se requiere más tiempo.
Ya tenemos claro que jugar revierte en la felicidad y la armonía de todos los miembros de la familia y que hay que fomentarlo pero no obligar a ello. Ahora solo falta saber elegir el juego. Aquí aparece un posible elemento de separación generacional. Es posible que los pequeños prefieran el juego digital. La doctora Elena Hoicka, profesora de Psicología en Educación en la Universidad de Bristol, y una de las autoras del estudio de Lego, dice: “Aunque muchos padres sienten que la preferencia de sus hijos por el juego digital se interpone en actividades más tradicionales que consideran mejores, la verdad es que ninguna tiene que ser mutuamente excluyente. A diferencia de las generaciones anteriores, los niños de hoy ven el mundo digital y el mundo real como parte de un gran espacio de juego interconectado. Para aprovechar al máximo su tiempo jugando juntos, los padres también deben adoptar esta mentalidad”.
Esta idea no choca con la de Pepe Pedraz, para quien el problema no está en el juego ni en el entorno on line, sino “en la falta de acompañamiento y conocimiento por nuestra parte como tutores. En nuestra mano como padres está el conocer y acompañar a nuestros hijos con cada juego, en explorar qué tipo de comunidad se crea alrededor del mismo y oye, también existe la posibilidad de participar activamente”. Si aun así no es la idea que más seduce a los padres, siempre pueden recurrir a los juegos de mesa. Pedraz se declara fan: “Desde los clásicos hasta los modernos, son fantásticos para compartir tiempo de calidad con nuestros seres queridos de manera presencial. Existen multitud de blogs y espacios de divulgación que enseñan de una manera clara y nítida cientos de ellos”. Solo hay que pensar que elegir el juego es ya parte del mismo.
EL PAÍS, Lunes 01 de octubre de 2018

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